Segunda y última parte
Según Pigou, entre los “nuevos fenómenos” que distorsionan la libre competencia entre los obreros sin trabajo se hallan “la contratación por los sindicatos (o sea, la contratación colectiva), las leyes del salario mínimo, el seguro de paro, los subsidios a los trabajadores y el convenio tácito entre los obreros de no aceptar salarios inferiores a los que ellos y la comunidad consideran un salario razonable para vivir”. “Las presiones de grupo ejercidas por las Uniones Obreras y la intervención estatal en el mercado de trabajo han tendido a mantener los tipos de salarios por encima del nivel en que la demanda de trabajo es satisfecha antes que puedan encontrar ocupación todos los que quieren trabajar a los tipos de salarios predominantes”. “De hecho, las primas relativamente altas por seguro de paro y ayuda a los pobres, disuaden a los asalariados a trabajar por los tipos de salarios bajos que muchos de ellos tienen que aceptar si quieren tener ocupación”. “Así pues -concluye Dillard-, con arreglo a la teoría clásica, los obreros son responsables (…) de que muchos compañeros de trabajo sufran paro. La responsabilidad del paro se coloca a la puerta de los mismos trabajadores. La lección práctica es clara: como el paro (…) se origina por ser los salarios demasiado elevados, el remedio está en bajar los salarios”. Esta es la clave de que la gran burguesía de fines del siglo XX exigiera la vuelta al “verdadero” liberalismo.
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Hay quienes creen que hoy las cosas han cambiado; que el capitalismo se ha vuelto más humano y solidario; que su teoría de la globalización y la reubicación de sus empresas por toda la geografía del planeta (empresas off shore) buscan compartir el progreso científico y tecnológico y la riqueza creada, con todos los países de la tierra, sobre todo los más pobres; que sus guerras locales y sus amenazas de guerra fría generalizada persiguen objetivos distintos a la hegemonía y la explotación global: llevar la democracia, la libertad y los derechos humanos a todos los rincones del planeta, para que todos gocemos de sus beneficios.
¿Es así? En todo lo que sigue, me atengo enteramente a la obra de John Bellamy Foster “El nuevo imperialismo”, Barcelona, Ed. Viejo Topo, 2015. La característica principal del nuevo imperialismo es el desplazamiento del Norte al Sur de la industria manufacturera capitalista, lo más significativo del cual es su influencia en la posición económica relativa entre el Norte y el Sur. De 1970 a 1989, el PIB per cápita anual promedio de los países en desarrollo (sin China) era el 6% de los países del G7 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia y Canadá); para el periodo 1990-2013 descendió al 5.6%. El mismo indicador para los 48 países menos desarrollados pasó de 1.5 a 1.1% respecto al G7. Es decir, que las empresas off shore no solo no acortaron la brecha económica entre ambos polos, sino que la ensancharon. ¿A dónde se ha ido, pues, la riqueza creada por los trabajadores del Sur?
The Economist, en un artículo de 2014, predice que, “de mantenerse esta situación, los países en desarrollo tardarán unos tres siglos en alcanzar los niveles de ingresos de los países ricos del centro”. La causa reside en los efectos negativos de lo que los círculos financieros llaman “externalización” de los costos de trabajo, “arbitraje laboral”, “arbitraje laboral low cost “o simplemente estrategia de inversión en países Low Cost (LCCS en inglés). ¿En qué consiste éste? Lowell Bryan, director del Buró neoyorquino de McKinsey Quarterly, dijo en 2010: “Toda compañía que traslade sus operaciones de producción o servicios a países de más bajos salarios con un mercado emergente (…) puede ahorrar enormemente en sus costos de trabajo (…) Todavía hoy en día el costo del trabajo en China o la India sigue siendo solo una fracción (a menudo menos de un tercio) de un trabajo equivalente en el mundo desarrollado”.
Tras esos salarios de miseria se esconde la historia del imperialismo. Algunos ejemplos concretos. Pankaj Ghemawat en su libro “Redefiniendo la estrategia global”, dice que el ahorro de Walmart por concepto de salarios debido al arbitraje laboral en China, quizás supere el 15% y puede ser del orden de 30-45% del beneficio operativo de Walmart en 2006. Apple subcontrata la producción de todos los componentes de sus iPhones y su ensamblaje final se realiza en China. Por los bajos salarios del ensamblaje, las ganancias de Apple por su iPhone 4 en 2010 representaron un 59% del precio final de venta. Por cada iPhone 4, que se vende al detalle a 549 dólares, unos 10 fueron para pagar mano de obra por componentes y ensamblaje, es decir, el 1.8% del precio de venta. Se sabe que los centros de llamadas que se trasladaron de Irlanda a la India en 2002, lograron reducir los salarios pagados en un 92%.
Según Zahid Hussain, economista del Banco Mundial, los costos salariales de las camisetas con un logo bordado hechas en República Dominicana, cuestan alrededor de 1.3% del precio de venta al detalle en EE. UU.; el costo salarial de una camisa tejida en Filipinas (incluidos los salarios de los supervisores de planta), es de 1.6%. En 2010, la expendedora minorista Hennes & Mauritz compraba camisetas a subcontratistas en Bangladesh que pagaban a los trabajadores un salario del orden de 2-5 centavos de euro por camiseta producida. Nike, pionera de la subcontratación, realiza toda su producción mediante subcontratistas. A finales de los 90, el costo directo de la mano de obra para la producción de un par de zapatillas Nike de baloncesto que se venden a 149.50 dólares en EE. UU., era del 1%, esto es, 1.50 dólares. Ahora ya sabe usted a dónde se va la riqueza creada por los trabajadores baratos del Sur.
El imperialismo también promueve la búsqueda intensiva de recursos, especialmente recursos energéticos estratégicos como los hidrocarburos, los minerales clave, el germoplasma vital, los alimentos, los bosques, la tierra e incluso el agua. Del problema ambiental, al imperialismo solo le preocupa el control de los recursos del Sur. ¿Puede darse en estas condiciones otro New Deal como promete el presidente Biden? ¿De dónde sacará el inmenso presupuesto para financiar su ambicioso proyecto? El presidente de Rusia, Vladimir Putin, en reciente discurso ante el Club de Debates Valdái, en Sochi, se mostró escéptico: “«¿Dónde están los principios humanistas del pensamiento político occidental? Resulta que no hay nada, solo charlatanería», en referencia a las brutales sanciones impuestas por EE. UU. y la UE a países padeciendo crisis humanitarias; sanciones que no se han detenido ni durante el Covid” (Alberto Rodríguez García, RT, 29 de octubre 2021).
Putin afirmó: “La historia no tiene ejemplos de un orden mundial estable que se imponga sin una gran guerra o sus resultados como base (…) tenemos la oportunidad de sentar un precedente extremadamente favorable. El intento de crearlo después del final de la guerra fría sobre la base de la dominación occidental fracasó (…) el estado actual de los asuntos internacionales es producto de ese mismo fracaso, y debemos aprender de ello” (misma nota). Es decir, invita al imperialismo a sentarse a la mesa de negociaciones para construir, junto con China y Rusia, un nuevo orden mundial multipolar, renunciando por principio al uso de las armas. Pero China, al mismo tiempo, acusa a EE. UU. de inmiscuirse en sus asuntos internos al atizar las tendencias separatistas en Taiwán, según dijo Pueblo en Línea del 29 de octubre, y termina instando a EE. UU. “a cumplir sus compromisos sobre la cuestión de Taiwán (…) cumplir el principio de Una China, los tres comunicados conjuntos sino-estadounidenses y la resolución 2758 de la Asamblea General de la ONU…” El presidente Putin concluye: “«El mundo ha llegado a una época de cambios drásticos» (…), y si estos sistemas (…) basados en la caduca jerarquía del supremacismo occidental no cambian, cada día será un clavo más en su ataúd” (misma nota de Alberto Rodríguez García).
El mundo, pues, camina por el filo de la navaja. ¿Tiene alguna posibilidad de traducirse en hechos el llamado de Putin? En mi opinión, una sola: colocar al imperialismo ante la disyuntiva de hierro: o negociación o segura aniquilación por las armas. Es decir, reactivar la sabia sentencia de Vegecio: “Si vis pacem, para bellum”; si quieres la paz, prepárate para la guerra. Y esta preparación debe incluir el apoyo unánime e inquebrantable de todos los pueblos, agrupados en torno a un proyecto seguro de una vida mejor, realmente mejor para todos. No es el mundo multipolar por sí mismo, sino por lo que represente para las grandes mayorías.