La UNAM fue centrada por los dardos mañaneros presidenciales, pero sin existir hasta ahora alguna propuesta de reorganización integral de esa casa de estudios que funciona con presupuesto fiscal. Y la respuesta de la comunidad universitaria fue la previsible: “fuera manos, porque cómo no te voy a querer”.
El presidente López Obrador no descubrió ninguna mina de oro: solo llevó a debate la realidad de que la UNAM es uno de los últimos refugios del Jurásico priísta desde la crisis de 1966 que provocó un sector priísta de los estudiantes con el hijo del gobernador de Sinaloa y que encumbró al priísta Javier Barros Sierra que perdió la candidatura presidencial en 1964 contra Gustavo Díaz Ordaz y llegó a su culminación con el rectorado del priísta José Narro Robles 2007-2015 y el arribo de Enrique Graue Wiechers como el más incompetente que pudo conseguir una tregua entre los grupos de poder.
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La UNAM está dominada por una estructura de bloques de poder en cuanto menos ocho visibles: el rector que administra conflictos y distribuye beneficios, la Junta de Gobierno que domina los nombramientos a partir del grupo coyuntural más fuerte, el Consejo Universitario lobotomizado como torre de Babel, el bloque de directores de facultades e institutos, la burocracia dorada de profesores que absorben el presupuesto, el sindicato universitario que ha terminado como una CTM al servicio del patrón, grupos estudiantiles que mantienen islas de poder como el auditorio Che Guevara que es refugio de narcos y organizaciones armadas de todo tipo y hasta abajo la comunidad estudiantil que va a estudiar.
Los dardos presidenciales debieron abrir un gran debate sobre el agotamiento del modelo UNAM que en la actualidad ya no representa ningún pensamiento estratégico del Estado nacional progresista; peor aún, la formación de cuadros intelectuales y técnicos neoliberales también ha perdido la batalla en las estructuras productivas; y por si fuera poco, la UNAM sigue defendiendo un modelo priísta que representa apenas el 13% del electorado.
Dos libros revelan la batalla por el dominio del pensamiento nacional: de un lado, Controversia sobre el crecimiento y la distribución, de Leopoldo Solís, publicado en 1972 por el Fondo de Cultura Económica; y de otro, Proyecto: México. Los economistas del nacionalismo al neoliberalismo, de Sarah Babb, publicado también por el Fondo en 2003. El primero presenta el dominio del nacionalismo y el segundo describe la gran victoria educativa del neoliberalismo.
La crisis del 68 exhibió la ruptura del puente estratégico entre la formación educativa de recursos humanos de la UNAM para el Estado y la irrupción de egresados del ITAM (Instituto Tecnológico Autónomo de México) como una sucursal de la Universidad de Chicago y en triángulo de poder neoliberal con el Banco de México. Los gobiernos de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari desequilibraron la balanza a favor del ITAM y desde 1982 la UNAM perdió la centralidad del pensamiento educativo para el Estado.
La última oportunidad que tuvo la UNAM para construir una nueva política educativa fue en el rectorado trunco de Pablo González Casanova en 1970 y su propuesta de reforma educativa para un nuevo sujeto estudiantil, pero fue derrocado en 1972 por un movimiento articulado entre el PRI, los porros priístas y el bloque entonces dominante de poder del sector médico. Jorge Carpizo MacGregor solo usó la UNAM para el proyecto salinista y saltó de la rectoría a posiciones de poder en la Corte, derechos humanos, Procuraduría, Gobernación y embajador del régimen. Juan Ramón de la Fuente llegó con muchos miedos, no pudo administrar consensos y permitió y avaló la irrupción policiaca de Ciudad Universitaria para arrestar jóvenes en protesta estudiantil, pero se negó a usar a la policía para recuperar desde el 2000 el auditorio Che Guevara en propiedad de grupos delictivos hasta la fecha.
Los rectores han sido usados para administrar la tranquilidad en la UNAM haciendo concesiones sin ton ni son y utilizando el presupuesto para aceitar la maquinaria de los grupos de poder. La Universidad crea recursos humanos para el mercado que pague más y no para un proyecto nacional de desarrollo.
En pocas palabras, La UNAM perdió su razón de ser.
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