Aunque arribó a la victoria presidencial impulsado por el voto anti Trump, el candidato demócrata Joseph Biden apenas pudo construir un bono político propio frente a la alternativa deteriorada y sin credibilidad de Hillary Clinton. A nueve meses de distancia del inicio formal de su administración, y a un año de su victoria, Biden comienza a ahogarse en sus contradicciones, insuficiencias y errores que despertó su equipo de gobierno.
El último dato puede ilustrar la dimensión del deterioro de la credibilidad presidencial: la oposición y el bloqueo a su súper programa económico de 3.5 billones de dólares se localiza al interior del Partido Demócrata, además de la falta de votos en las bancadas legislativas de los republicanos. Pero es la hora en que la única argumentación del presidente es seguir culpando al tiradero que le heredó el gobierno de Donald Trump.
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El prestigiado sitio Real Clear Politics (www.realclearpolitics.com) abrió esta semana con un resumen consolidado de promedio de encuestas que le otorgan al presidente Biden una aprobación presidencial de 42.3 por ciento, por abajo de la línea de flotación del 50% y una desaprobación de 52.1%. Y en un cuadro separado del mismo sitio, el presidente Biden está en empate técnico en desaprobación con el expresidente Donald Trump: 51.2% para el actual presidente y 51.8% para el expresidente. El dato adicional señala que la desaprobación de la vicepresidenta Kamala Harris, que fue convocada al cargo para compartir simpatías populares, tiene el mismo porcentaje de desaprobación que Trump: 51.8%.
Las estadísticas de encuestas diarias semanales y mensuales son apenas un indicio de la precaria situación en que se encuentra el presidente Biden, en medio de críticas de los medios de comunicación que lo apoyaron en las elecciones de noviembre del 2020: el gobierno es un desastre y las agendas de conflicto carecen de posibilidades de solución.
Hacia Iberoamérica, Biden no puede administrar los tres principales problemas a la vista: la migración desordenada, la penetración del crimen organizado y el narcotráfico y la incapacidad para diseñar un modelo económico y social para la región que disminuya las motivaciones reales e inducidas de pobreza y violencia en los países al sur del río Bravo.
Ahora mismo se acumulan las fotografías y evidencias de una nueva ola de migración forzada de países centroamericanos y Haití que está rompiendo el muro de fuerzas de seguridad mexicanas que no pueden contener el flujo de miles de migrantes que quieren entrar a México, cruzar el país y llegar hasta la frontera con Estados Unidos para intentar ingresar por presión migratoria o la fuerza.
La política migratoria de Estados Unidos es restrictiva, a pesar de los discursos retóricos de la Casa Blanca. El pasado 8 de octubre el presidente Biden emitió una comunicación oficial para señalar que solo se admitirán 125,000 refugiados en el año de 2022 procedentes de buena parte del mundo. En el caso de Iberoamérica y el Caribe solo se entregarán visas a 15,000 solicitantes, pero con evidencias concretas de que en lo que va del año de 2021 han detenido y deportado a casi un millón y medio de personas que quisieron entrar al territorio estadounidense.
El aflojamiento en las medidas autoritarias de redadas en calles y empresas y la gestión procesal de quizá alrededor de 50,000 solicitantes que se metieron a la fuerza o lograron atravesar las oficinas migratorias ya desbordó la capacidad de gestión de los solicitantes.
En el caso de la seguridad fronteriza, el gobierno del presidente Biden ha planteado su preocupación en el tema del contrabando de drogas hacia el interior de Estados Unidos y su venta al menudeo en las calles. En el reciente Diálogo de Alto Nivel de Seguridad entre México y EU, el enfoque estadounidense volvió a mostrarse unidireccional: la culpa no es de los millones de consumidores de drogas que tienen acceso fácil a la compra del menudeo en las calles, sino de los cárteles mexicanos en México, a pesar de que la DEA ha documentado desde el 2005 que justamente los cárteles mexicanos controlan el comercio al menudeo dentro del territorio de EU, sin que la Casa Blanca ofrezca combatirlos y atacar la compra libre de drogas en las calles.
La motivación de las caravanas de migrantes centroamericanos y caribeños hacia Estados Unidos se explica como problemas de falta de empleo y bienestar y por agresiones de las bandas criminales que han crecido en todos los países de la región sin que sus gobiernos quieren combatirlos con decisión. En la reciente gira por países latinoamericanos, el secretario de Estado Antony Blinken solo habló de lucha contra la corrupción y de apoyos limitados a través de la Agencia Internacional para el Desarrollo que en América Latina dejó en años pasados una estela de represión junto a las fuerzas de seguridad locales.
En este complejo escenario, la capacidad de gestión de la crisis local y de la crisis importada ya no va a encontrar espacios de un acercamiento a posibilidades de solución por el bloqueo al programa súper billonario que estaba destinado a generar la reactivación de Estados Unidos en que se basaba la esperanza –ni siquiera expectativa– de influir en la actividad económica de sus socios regionales.
Los problemas de la Casa Blanca reproducen en la falta de un proyecto geopolítico para Europa, Rusia, China y África. Las visitas y mensajes de Biden no han tranquilizado a sus socios europeos.
Biden cumplirá en un mes un año de haber ganado las elecciones y el panorama personal y estadounidense es peor al que estaba con Trump.
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