La aportación más importante que tuvo el movimiento estudiantil del 68 la definió el escritor y ensayista comunista José Revueltas: los estudiantes no hacen las revoluciones porque no representan una clase productiva; por tanto, el papel de las universidades se localiza en el control de los enfoques de pensamiento. Y la propuesta de Revueltas fue muy sencilla: la autogestión universitaria, para construir un nuevo pensamiento social y quitar el control estatal sobre la formación de estudiantes.
El presidente de la República abrió la oportunidad de un debate sobre la UNAM, a partir del hecho simple de que la autonomía de pensamiento y de gestión no implica extraterritorialidad y más aún cuando la Universidad funciona con el subsidio gubernamental.
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El propio presidente quedó atrapado en las contradicciones de la Universidad, lo que le daría la razón a su queja actual. Estudió y se tituló como licenciado en ciencias políticas y administración pública, lo cual revela que la facultad universitaria prepara y capacita a los recursos humanos del Estado. En la actualidad, la UNAM sigue titulando a los politólogos para trabajar en la administración pública.
De ahí que la gritería de respuesta al debate presidencial esté desviando la atención del aspecto central: qué perfil educativo se desarrolla en la universidad pública más grande del país y cuál es el grado de aparato ideológico que cumple la UNAM –modelo Althusser–, sobre todo porque el Estado mexicano ha sido de todo: socialista utópico, populista, neoliberal y ahora posneoliberal, y sus cuadros egresados de la UNAM sirven para todos, sin fuerza ideológica propia y sin que ningún gobierno federal haya buscado la reactivación de un papel más activo de los egresados universitarios en las tareas públicas.
El debate ideológico sobre el enfoque de la UNAM es muy viejo: la polémica Alfonso Reyes-Héctor Pérez en 1932, el gran debate Caso-Lombardo en 1933-1934, la educación de socialismo utópico de Cárdenas en 1934, el conflicto estudiantil del 68 que no logró plantear la real orientación del enfoque educativo y el acoplamiento de programas de estudio a las necesidades del Estado neoliberal salinista.
La UNAM ha tenido tres universos de acción: el de los estudiantes masificados que aprenden en los planes de estudio, el de la élite sindical y académica que succiona buena parte de los recursos y las autoridades que se mueven al ritmo y candor del tono ideológico del gobierno en turno.
Dentro del nivel de dirección de la UNAM destacan los rectores designados por un consejo universitario a espaldas de los estudiantes, de la sociedad y de las necesidades educativas del desarrollo. Los rectores de la UNAM han respondido a los intereses el PRI y del PAN y apenas están reacomodándose al ciclo de Morena.
El gran debate de la UNAM se centra en las funciones del rector como máxima autoridad sin equilibrios, reproduciendo el vicio del presidencialismo priista. Por eso, varios rectores han brincado de su cargo a los gobiernos o del gobierno a la rectoría. Los directores de las principales facultades mantienen relaciones de dependencia con funcionarios del gobierno federal, pero más como complicidades políticas que por obtener beneficios para la Universidad.
Si La UNAM forma politólogos para la administración pública, la facultad de economía ha modificado su plan de estudios para pasar del enfoque nacionalista al marxista y fue dominada por el Partido Comunista Mexicano durante muchos años y ahora el enfoque ha regresado a los territorios del conservadurismo matemático.
Muchos funcionarios de gobierno han encontrado refugio en la UNAM, rompiendo buena parte de los mecanismos de acceso y escalafón; lo mismo el ex consejero presidente del IFE José Woldenberg que el activista de Morena John Ackerman, los dos con fondos para financiar proyectos presuntamente educativos, aunque con funciones y actividades el primero a favor de la oposición antimorenista y el segundo para apoyar a Morena con fondos universitarios.
El debate que abrió el presidente sobre la UNAM sigue abierto, aunque la estridencia unamita quiera enterrarlo para evitar exigencias sociales de cuentas.
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