Con un importante sector de la opinión intelectual e histórica a favor de lo que representa la Casa Blanca imperial de Joseph Biden, el eje de la política exterior de México como reflejo de la política interior va a centrarse en el modelo de desarrollo mexicano: mantener la subordinación a la economía estadunidense atada al Tratado de Carlos Salinas de Gortari o construir una nueva política industrial-agropecuaria-servicios con capacidad de autonomía relativa exterior.
De eso se tratan los escarceos del presidente López Obrador con el gobierno de Biden, lo mismo en materia migratoria que de narcotráfico y desde luego lo que tiene que ver con los movimientos mexicanos para crear un frente latinoamericano y caribeño sin Estados Unidos
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El primer paso para una redefinición bilateral estará en la política interna, y luego la diplomática. Y la parte más importante como punto de partida será la construcción de un nuevo modelo de desarrollo que requiere el país para liquidar las concesiones al TCL, comenzando con nuevas políticas educativa y de ciencia y tecnología y articulada/derivada de un nuevo acuerdo productivo de economía mixta que incluya también a la clase trabajadora profesionalizada y ya sin la monserga de la CTM o las nuevas centrales anti productivas.
Sin esas condiciones, los planteamientos de la propuesta presidencial de un modelo posneoliberal se quedarán en batallas desgastantes para reconstruir la predominancia del Estado apenas en el sector eléctrico y energético, pero sin efectos en el fortalecimiento productivo interno que seguiría en el furgón de cola del capitalismo estadunidense.
El presidente López Obrador se encuentra en la fase inicial del desmantelamiento de la estructura productiva-ideológica-de clases que construyó Salinas de Gortari en su modelo neoliberal para un TCL que sólo se propuso subordinar la economía mexicana a las cadenas estadunidenses.
La gran victoria ideológica, cultural e histórica del neoliberalismo salinista se localizó en el trabajo político-intelectual para modificar la percepción mexicana respecto de Estados Unidos: pasar del conflicto histórico del siglo XIX que definió el nacionalismo ideológico a partir de la interpretación de que EU “nos robó” la mitad del territorio a un modelo de alianza oportunista con el país más desarrollado del mundo para exportar más.
Las críticas intelectuales a las fricciones del gobierno lopezobradorista con EU –de Clinton a Biden– parten del hecho de que EU hoy el el socio bueno y que Trump fue el socio troglodita, sin entender que los presidentes estadunidenses son productos históricos de los intereses de clase y de dominación geopolítica del complejo militar-industrial.
De la Madrid y Salinas de Gortari patrocinaron en 1986-1988 el proyecto binacional de la Comisión Sobre el Futuro de las Relaciones México-Estados Unidos, cuyo informe El Desafío de la Interdependencia (edición en el FCE, 1988) incluyó el compromiso de México de modificar las percepciones culturales, educativas e ideológicas del nacionalismo decimonónico y asumir a EU como un aliado. Los gobiernos de De la Madrid y Salinas realizaron las reformas constitucionales para liquidar el Estado nacionalista y construir el Estado neoliberal constitucional de mercado.
Hasta ahora el gobierno lopezobradorista ha avanzado en el planteamiento de ciertos espacios de autonomía relativa respecto a compromisos secretos pactados por el Tratado de Salinas en el contexto del Memorándum Negroponte de que la asociación de mercado de México con EU terminaría con la política exterior nacionalista de México.
En este contexto, la viabilidad del proyecto posneoliberal lopezobradorista depende de una nueva política de autonomía productiva que replantee beneficios para México en el TCL y de una política exterior derivada de esa nueva política interior. Hasta ahora, los avances sólo se han visto en política exterior, pues en lo interno sigue prevalecido lo que bien pudiera llamarse un neoliberalismo vergonzante con pequeños avances no expansivos del Estado.
En este contexto, la nueva relación de México con EU podría definir el rumbo de la sucesión presidencial de 2024.
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