Afganistán y el futuro del mundo

Segunda y última parte

Estas guerras feroces, realmente aterradoras, que causaron y siguen causando cientos de miles de civiles inocentes muertos amén de los miles de combatientes, llevadas a cabo contra sociedades pacíficas, inermes y situadas a miles de kilómetros de la potencia agresora, no tiene cada una explicación particular, sino una sola y la misma para todas: el afán compulsivo de Estados Unidos por adueñarse de todas las zonas del planeta ricas en gas, petróleo y metales estratégicos, indispensables para alimentar al Moloch insaciable que es su complejo militar-industrial junto con sus grandes monopolios trasnacionales en general.

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Pero tal ambición no se circunscribe al puro interés económico, al hambre de “comodities” baratos (y, si se puede, gratuitos). También comprende cuestiones como la de asegurarse el dominio político del planeta, para lo cual busca afanosamente, ayudado por su ciencia y tecnología de vanguardia, manipular la mente y la voluntad de los seres humanos.

Esta manipulación resulta esencial para asegurar sin problemas el control político, y este, a su vez, para garantizar el control de los mercados y las materias primas de los países conquistados. Con esto en sus manos, asegura el dominio absoluto de las rutas aéreas, terrestres y marítimas del planeta y pone a su servicio las ventajas estratégicas derivadas de la ubicación geográfica de cada país y de toda una región, tanto para beneficio de sus importaciones y exportaciones como en previsión de una futura guerra. Este poderoso círculo de hierro, verdaderamente diabólico, fue minuciosamente elaborado en todos sus detalles en el proyecto conocido como “Medio Oriente Ampliado”, desarrollado por la dupla Rumsfeld-Cebrowski cuyos nombres lleva.

La invasión de Afganistán bajo “bandera falsa” (igual que en los casos de Irak, Libia, Yugoslavia, Siria, etc.) es parte integrante del plan Rumsfeld-Cebrowski, cuyo objetivo estratégico es desorganizar de raíz al Estado invadido: ejército, gobierno, economía, educación y cultura, y de ese modo volver prácticamente imposible su reconstrucción por mucho tiempo y, de ser posible, para siempre.

Este es el significado de la frase “guerra sin fin” que lanzó George Bush hijo a raíz del 11-S. Naturalmente que el éxito de este plan, cuyo carácter brutal, sanguinario e inhumano deja en categoría de bebé en pañales a Hitler, exige sin falta el quebrantamiento total de la voluntad, la inteligencia y el libre albedrío de los pueblos sometidos.

Para esto, el imperialismo ha creado y cuenta hoy con un poderoso y eficiente ejército, integrado por intelectuales, investigadores, laboratorios y científicos de altísimo nivel, politólogos, periodistas, publicistas, cineastas, artistas, misioneros, etc. A la vanguardia de semejante ejército van los gigantes digitales como Amazon, Google, Apple, Microsoft y Facebook.

El peligro que entraña este plan imperialista no puede exagerarse.

La guerra mental, el “lavado de cerebros” para imponerlo, no se libra solo al interior de los países invadidos o por invadir, sino en todo el mundo, cuya simpatía y aprobación le son indispensables para llevar adelante sus guerras de conquista.

Para eso financia nutridas quintacolumnas mediáticas y propagandísticas por todo el planeta, que activa cada vez que tiene necesidad de hacerlo.

Hoy lo vemos: sobran los que reprochan a los “soldados de la libertad”, a los halcones de la OTAN y EE.UU., haber abandonado a jóvenes, mujeres, traductores, contratistas carroñeros de la economía afgana, etc., en manos de los “salvajes, fanáticos y bárbaros” talibanes, y asustan al mundo con los horrores que le esperan si los enemigos de la libertad, la democracia y los derechos humanos se imponen finalmente en todas partes. Sufriremos, dicen, más que Adán y Eva al ser arrojados del jardín del Edén.

Lo sepan o no, quienes propalan eso son parte del ejército de medios, intelectuales, columnistas y divulgadores al servicio del imperialismo.

Olvidan que en el Edén capitalista que defienden crecen por horas la desigualdad, la pobreza, la ignorancia, el hambre, la insalubridad, la falta de educación, vivienda y servicios y las muertes por coronavirus, mientras miles mueren bajo la bota imperial y las grandes fortunas, como las farmacéuticas, hinchan sus bolsillos.

En realidad, como afirma la izquierda mundial y los países enemigos del mundo unipolar, la derrota de los halcones imperiales en Afganistán es una buena noticia, porque es la derrota del proyecto Rumsfeld-Cebrowski, es la derrota de las ambiciones del imperialismo norteamericano por dominar todo el planeta en su provecho exclusivo.

Y es, por tanto, una victoria para quienes quieren un mundo para todos, fraterno, solidario, pacífico y progresando por el trabajo creativo de todos para el bienestar de todos; un mundo que en vez de satanizar a los talibanes, los ayude a construir un mejor país por ellos y para ellos, sin injerencias ni imposiciones de supuestos valores universales; un país no anclado en el pasado sino con la vista puesta en un futuro de bienestar para las mayorías. Esta es, dicen, la mejor manera de defender a las mujeres, a los jóvenes y otras víctimas del fanatismo.