El cerebro percibe que el cuerpo no recibe suficiente energía, lo que, a su vez, conduce a una sensación de hambre.
Científicos afirman que comer en exceso no es la causa principal de la obesidad y la epidemia está más relacionada con los que comemos que con la cantidad que comemos.
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Las Pautas Dietéticas para los Estadounidenses 2020-2025 nos dicen que la pérdida de peso requiere que los adultos reduzcan la cantidad de calorías que obtienen de los alimentos y bebidas y aumenten la cantidad gastada a través de la actividad física. Este enfoque para el control del peso se basa en el modelo centenario de equilibrio energético que establece que el aumento de peso se debe al consumo de más energía de la que gastamos, y se cree que comer en exceso, junto con una actividad física insuficiente, está impulsando la epidemia de obesidad.
Sin embargo, un análisis realizado por endocrinólogos del Boston Children’s Hospital y de la Facultad de Medicina de Harvard en EE.UU., publicado la semana pasada en The American Journal of Clinical Nutrition, señala las fallas fundamentales en el modelo de balance energético y sugiere en cambio un modelo alternativo, llamado el modelo carbohidrato-insulina, que explica mejor la obesidad y el aumento de peso.
El modelo carbohidrato-insulina resalta que comer en exceso no es la principal causa de la obesidad y atribuye gran parte de la culpa de la actual epidemia de obesidad a los patrones dietéticos modernos caracterizados por el consumo excesivo de alimentos con una alta carga glucémica: en particular, carbohidratos procesados y de rápida digestión. Estos alimentos provocan respuestas hormonales que cambian fundamentalmente nuestro metabolismo, impulsando el almacenamiento de grasa, el aumento de peso y la obesidad. Cuando se comen carbohidratos altamente procesados, el cuerpo aumenta la secreción de insulina y suprime la secreción de glucagón. Esto, a su vez, indica a las células grasas que almacenen más calorías, dejando menos calorías disponibles para alimentar los músculos y otros tejidos metabólicamente activos.
El cerebro percibe que el cuerpo no recibe suficiente energía, lo que, a su vez, conduce a una sensación de hambre. Además, el metabolismo puede ralentizarse en el intento del cuerpo por conservar combustible. Por lo tanto, tendemos a permanecer hambrientos, incluso si seguimos aumentando el exceso de grasa.
Por ello, debemos considerar no solo cuánto comemos, sino también cómo los alimentos que comemos afectan nuestras hormonas y metabolismo.