Unión iberoamericana, imposible

Qué ocurriría si, por poner un ejemplo, Italia comienza a encarcelar de manera arbitraria a candidatos opositores en elecciones presidenciales. La verdad es que no se ve fácil de crear esta ficción: la configuración de la Unión Europea está basada en compromisos estrictos de sus miembros para el cumplimiento de reglas democráticas y de un mercado común.

La iniciativa del presidente mexicano López Obrador de crear una unidad latinoamericana –más bien Iberoamericana– que sustituya a la actual Organización de Estados Americanos careció de un espacio de viabilidad. Lo dijo en torno a la crisis de la dictadura cubana ante las protestas de libertad, alimentos y vacunas por parte de ciudadanos y en el marco político del aniversario de Simón Bolívar, el Libertador de América.

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Ahí se encontraron los dos principales obstáculos de cualquier intento de replicar en América la experiencia de la comunidad económica europea y luego de la Unión Europea: la ideología, la política y los valores de un sector de las élites dirigentes. El fracaso de la unión bolivariana promovida por el presidente Hugo Chávez se debió justamente a la política de la ideología.

Debe quedar claro también que sí se necesitan mecanismos de articulación económica, política, social y geopolítica en Iberoamérica, a partir de la percepción ya muy conocida de qué la capacidad de producción y actividad económica de los países iberoamericanos es escasa y depende de la comercialización en el mercado estadounidense.

Entre una de las experiencias interesantes de unidad económica en Iberoamérica se registra aquella que promovió en los setenta el entonces presidente mexicano Luis Echeverría Alvarez de crear un sistema económico latinoamericano que buscará la articulación de políticas productivas, de mercados y de desarrollo integral. El error estratégico, sin embargo, radicó en el discurso de la reorganización internacional de la economía –nuevo orden económico internacional, le llamó– basada en la prioridad social, una especie de populismo regional.

El principal problema del desarrollo latinoamericano radica en la situación de dependencia de la economía y el capitalismo de Estados Unidos y los países y gobiernos de la región nunca han podido construir propuestas de pensamiento económico, construcción de ciencia y tecnología y modernización del área de productos primarios que se producen. Es decir, los países iberoamericanos han carecido de un modelo de desarrollo capitalista que potencie la capacidad productiva y que después incluya los acotamientos sociales de distribución de la riqueza.

Las revoluciones iberoamericanas han sido ideológicas e impulsadas por el comunismo cubano y no por construir una revolución científica y tecnológica en la producción. Y el problema adicional se percibe en situaciones en las que los países con gobiernos de Estado dominantes no han explorado el desarrollo industrial y se han quedado en el discurso de la defensa de los recursos naturales.

A ello ha contribuido el hecho de que la economía norteamericana vio siempre en las economías iberoamericanas zonas de explotación y no áreas de articulación de mercados. Los expertos estadounidenses tardaron años en entender que en México existía una planta de desarrollo industrial más o menos funcional que podría ayudar a la integración de mercados con Estados Unidos y Canadá.

La salida intermedia de los gobiernos iberoamericanos entre el capitalismo estadounidense y las necesidades nacionales de mejores y mayores crecimientos económicos y distribuciones sociales fue la aceptación del papel dominante del Estado como el rector del desarrollo y el encargado de la distribución social de la riqueza a través de políticas fiscales. Sin embargo, los Estados iberoamericanos no entendieron su papel dinamizador de la producción industrial y prefirieron asentarse en la comodidad de la autoridad que regula el funcionamiento económico y que a través de esa regulación construye estamentos basados en las lealtades a la autoridad del propio Estado y no orientados a la dinámica productiva privada.

El pensamiento económico Iberoamericano disidente del estadounidense se forjó justamente en torno a la autoridad del Estado como el gestor de la economía y no en el mercado como el dinamizador de la producción. En este sentido, todos los Estados iberoamericanos han tendido a distorsionar el desenvolvimiento del desarrollo industrial a través de políticas estatales de dominación productiva. Y si se agrega el hecho de que la educación en Iberoamérica ha sido un instrumento de liberación cultural, entonces se tendrán los elementos para entender qué las estructuras educativas son en realidad –siguiendo a Althusser– aparatos ideológicos del Estado y de sus funcionarios y no factores de creación de ciencia y tecnología para favorecer el funcionamiento productivo de los mercados.

La intención de hablar –porque no fue en realidad alguna iniciativa formal–de una estructura Iberoamericana similar a la de la Unión Europea tuvo la carga ideológica del bolivarismo que ya había fracasado con Hugo Chávez. La OEA, por lo demás, no es muy instrumento de integración Iberoamericana, sino un espacio político de entendimiento entre todos gobiernos de los países de Iberoamérica y el Caribe y no tiene entre sus prioridades el desarrollo industrial o el aprovechamiento de los mercados.

La idea de una Unión Europea en Iberoamérica puede considerarse una buena y válida utopía, pero tendría que comenzar con propuestas no políticas, no históricas y no antiestadounidenses, sobre todo porque todos los mercados iberoamericanos dependen de Estados Unidos.

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