El final del sexenio de AMLO

Trascender

Es el propio Presidente de la República quien durante las últimas semanas y días ha estado refiriéndose al final de su sexenio y a sus posibles sucesores, inclusive el mismo López Obrador ha mencionado nombres específicos en los que se incluye alguno de sus sucesores. Este lunes de plano que todos podían ser, es decir que de toda la población cualquiera podía ser su sucesor.

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Cuando se habla del sucesor del presidente de la República se dice que se inicia la declinación del primer mandatario y se inicia el ascenso del siguiente Presidente de la República.

Qué más da. Si a fin de cuentas los sexenios no duran ya seis años, declarar el término del actual con más de tres años de anticipación no entraña novedad alguna.

Si el sexenio de Enrique Peña Nieto concluyó al primer bienio, el de Felipe Calderón ni siquiera empezó y el de Vicente Fox acabó el día de su elección, por qué éste habría de durar seis años.

Después de todo, es un récord haberlo hecho durar dos años y medio con impresionantes índices de aceptación, popularidad, desconfianza y frustración, teniendo por escenario una dolorosa crisis sanitaria con un efecto devastador inconmensurable.

Como en ocasiones anteriores se podrá argumentar haber hecho lo que se pudo, aun cuando muy poco se haya podido.

O, peor aún, se podrá echar mano del socorrido recurso de la clase política de vanagloriarse no por lo sucedido, sino por lo que se evitó que ocurriera.

En esa lógica, nada extraño es invitar desde ahora a debatir el futuro y asomarse a él.

El futuro que en un país incapaz de superar el pasado y entender el presente, es simple y llanamente preguntarse quién sigue y entrarle al juego de la sucesión.

Revivir la ilusión del anhelo sin sustento, aunque después y como tantas otras veces sobrevenga el desencanto bien fundado.

¿Fue eso lo que quiso anunciar el presidente López Obrador al abrir el juego sucesorio? ¿Lo hizo sin querer o adrede?

Sea o no una maniobra distractora, el afán presidencial de colocar la sucesión presidencial como nuevo centro del debate supone firmar un acta de rendición al mismo tiempo.

Aun cuando es difícil reconocerlo, la apertura del juego sucesorio justamente por quien debería de postergarlo lo más posible, despide un tufo de agotamiento o renuncia.

En el mejor de los casos, el aroma de quien ansía pasar a administrar acciones y obras emprendidas, pero ya no acometer más, así presuma estar resuelto a modificar el eje de rotación del planeta y enviar tres nuevas iniciativas de reforma constitucional.

El reiterado anuncio presidencial,14 de junio y 5 de julio, de la lista de posibles sucesores donde no están todos los que son, ni son todos lo que están, implica varios supuestos: en el reverso de la declaración se escribe el epitafio político de quien lo formula; el banderazo de salida en pos de la candidatura anima una competencia, por no decir, lucha entre quienes aspiran a ocupar la posición, llevándolos a calcular qué pasos dar o no en su función actual; de por sí desacompasado, el ritmo de la acción de gobierno se frena; el adversario recibe envuelta para regalo una ventaja, colocar en el blanco a los posibles sucesores; y la precipitación del juego reduce inexorablemente el margen de maniobra del mandatario en turno.

Si en ningún momento es recomendable precipitar el juego sucesorio así sea para distraer la atención o para ver cómo se mueven los aspirantes y qué reaccionan, esta vez se hizo en el peor de ellos.

Justo cuando la coordinación del Ejecutivo y su fracción parlamentaria reclaman armonía, no recelos; Cuando el partido en el poder carece de cohesión, organización y dirección;

Cuando la cantidad de flancos abiertos exige cerrar algunos, en vez de abrir otros hacia adentro y hacia afuera;

Cuando la circunstancia recomienda apretar filas, no romperlas;

Cuando la aceptación de la figura presidencial choca con la calificación del gobierno y anima el malestar por la contradicción;

Cuando la economía demanda certeza y no incertidumbre, dada su frágil recuperación;

Cuando los gobiernos estatales recién ganados en las elecciones requieren del apoyo y no de los tirones al interior del gobierno federal;

Cuando el gobierno y su partido están obligados a entender y corregir los errores cometidos, en vez de justificarse con el fácil argumento de haber sido inocentes víctimas de una guerra sucia;

Cuando el crimen ha mostrado vivo interés por ganar espacio territorial y administrativo.

Por si todo lo anterior no fuera suficiente, se aceleró el juego sucesorio cuando por un mal cálculo político se apostó a realizar dos ejercicios plebiscitarios que pueden colocar en un apuro al gobierno y a Morena.