Débora Arango: la iconoclasta que puso de cabeza al arte colombiano

Arango vivió gran parte de su vida en Hacienda Casablanca, en Envigado, una residencia que había pertenecido a su familia desde por lo menos 1870.
Débora Arango

La pintora colombiana Débora Arango desafió tanto los cánones estéticos como los valores impuestos por la sociedad para dar vida a una obra vibrante, iconoclasta y adelantada a su tiempo.

Con ello, sus pinturas han pasado a ser una especie de documento histórico sobre un periodo volátil de la historia de Colombia, así como de los problemas y los sentimientos que experimentan las mujeres de América Latina.

Originaria de Antioquia, Arango escandalizó al establishment por ser la primera mujer colombiana en pintar desnudos femeninos, así como expresar su mordaz opinión política a través del arte.

Si bien esto la llevó a ser rechazada durante sus primeras décadas de carrera, hoy Arango es una de las figuras más importantes no solo del mundo del arte, sino de la historia reciente de Colombia.

Incluso, hoy en día, Débora Arango aparece en los billetes de dos mil pesos colombianos.

¿Quién fue Débora Arango?

Débora Arango Pérez nació el 11 de noviembre de 1907 en Medellín, Colombia.

Fue la séptima hija de 11 hermanos de una familia acomodada. Arango expresó su amor por las artes desde que era pequeña.

Al recordar su infancia, Arango relató que cuando iba a misa, a ratos dejaba de escuchar al padre para imaginar cuadros que pintaría después.

Además, solía vestirse de hombre para salir a cabalgar, lo cual no era bien visto en esa época ya que era “cosa de hombres”.

Tras terminar la escuela secundaria, empezó a estudiar pintura en el Instituto de Bellas Artes de Medellín, pero lo abandonó dos años después debido a que el enfoque de las clases era demasiado convencional.

Así, se convirtió en discípula de Pedro Nel Gómez, un célebre pintor cuya obra se inspiró en los mensajes políticos y la estética del muralismo mexicano, que serían influencias de Arango más tarde.

A finales de la década de 1930, Arango expuso en algunas muestras colectivas. Entre sus piezas había desnudos y cuadros que incomodaron a la conservadora sociedad colombiana.

Sus pinturas fueron calificadas como “sórdidas, desvergonzadas, escabrosas, pornográficas e inmundas”, e incluso la Liga de la Decencia de Medellín solicitó su excomunión.
Desarrollo como artista

A mediados de la década de 1940 se interesó por la técnica del fresco, lo que la llevó a mudarse a México para estudiar pintura a profundidad.

Durante este periodo viajó por México, Estados Unidos, España, Inglaterra, Escocia, Francia y Austria, y desarrolló su singular estilo para expresar su opinión política y marcar eventos históricos a través de sus pinturas, como el Bogotazo de 1948 y el subsecuente periodo conocido como “La violencia”. Una de sus pinturas más famosas, La salida de Laureano (1953) abordó el golpe de estado perpetrado por General Gustavo Rojas Pinilla, a quien Arango pintó presidiendo un coro de sapos y rodeado de serpientes sobre los huesos de las víctimas.

Su obra, conocida más allá de Colombia por su contenido mordaz y atrevido, fue expuesto en España en 1955.

Como testamento del inquietante tono de sus pinturas para las conciencias conservadoras, una de las anécdotas más famosas de la carrera de Arango es que, al día siguiente de su inauguración, la exposición fue cerrada por decreto gubernamental.

Si bien muchos atribuyen esto al férreo gobierno de Francisco Franco, otros señalan a un diplomático colombiano igualmente disgustado por el trabajo de la artista.

Estilo

La obra de Débora Arango destaca más por su mensaje que por su técnica, y ha sido asociada con el expresionismo figurativo.

En palabras del escritor colombiano Eduardo Escobar: “La pintura de Débora Arango tiene mucho de panfleto, de manifiesto, de indignación. En todo caso, es cualquier cosa menos decorativa. La pintura de Débora Arango no halaga. Ni acompaña.

Ni aquieta. Incita al asco, fustiga. Es gesto de rebeldía. Un crítico dijo que allí, en Envigado, una muchacha de la clase alta se adelantaba entonces a lo que hacían los vanguardistas europeos.

La acuarela, agua y luz, fluidez, transparencia, entonces era una técnica de paisajistas, de pintores de flores de fin de semana, de bodegones con peras. Pero la más amable de las técnicas del pintor con ella abandonó su prestigiosa pureza.

El pincel punza, denuncia, es repulsa, deforma. La luz se ensucia y el agua se endurece”.

Sus intensas pinceladas evocan las pinturas más dramáticas del muralismo mexicano, que también empleaba esta técnica para despertar las emociones del espectador ante la injusticia o la tragedia que ocurría en la pieza.

Su paleta de colores, más que apagada, se vale de colores brillantes enlodados de alguna forma para transmitir la podredumbre de un sistema que, en consecuencia, dio pie a las escenas que plasmó en sus cuadros.

Si bien llegó a pintar algunos retratos de sociedad y algunas escenas pacíficas, su obra en gran parte confrontacional y hasta violenta.

En ella hay borrachos, muerte, buitres y hienas, pero también hay mujeres que buscan salir adelante y hacer frente a los obstáculos que les ha puesto la sociedad en la que viven.