La desinformación ha provocado que muchos pobladores de comunidades indígenas decidan no vacunarse.
En noviembre de 2019, Pascuala Vázquez Aguilar tuvo un extraño sueño sobre su aldea Coquiltéel, enclavada entre los árboles en las montañas del sur de México. Una plaga había llegado al pueblo y todos tenían que correr hacia el bosque. Se escondían en una choza cobijada por robles.
“La plaga no podía alcanzarnos allí”, dice Pascuala. “Eso es lo que vi en mi sueño”. Unos meses después, la pandemia se apoderó de México y miles de personas morían cada semana. Pero Coquiltéel, y muchos otros pueblos indígenas pequeños del suereño estado de Chiapas, resultaron relativamente ilesos.
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Aunque esto ha sido una bendición para sus pobladores, también presenta un problema. Casi el 30% de los mexicanos ha recibido una dosis de la vacuna contra la covid-19 a julio, pero en el estado de Chiapas la tasa de vacunación es menos de la mitad.
En Coquiltéel y en muchas aldeas remotas del estado, probablemente se acerca apenas al 2%. La semana pasada, el presidente de México Andrés Manuel López Obrador comentó la baja tasa de vacunación en Chiapas y dijo que el gobierno debe hacer más esfuerzos para enfrentar esta situación.
“La gente no confía en el gobierno”
Pascuala es funcionaria de salud para 364 comunidades de la zona y recibió su vacuna. Suele visitar el pueblo y los alrededores, y le preocupa traer la covid-19 de regreso a su familia y amigos que, como la mayoría de sus vecinos, no están vacunados.
Los miembros de estas comunidades están influenciados por las mentiras y rumores que circulan por WhatsApp. Pascuala ha visto mensajes que dicen que la vacuna matará a la gente en dos años, que es un complot del gobierno para reducir a la población o que es una señal del diablo que maldice a quien la recibe.
Este tipo de desinformación se está difundiendo por todas partes, pero en pueblos como Coquiltéel puede ser particularmente preocupante.
“La gente no confía en el gobierno. No ven que haga nada bueno, solo ven mucha corrupción”, dice Pascuala.
El municipio de Chilón, donde se encuentra la aldea de Coquiltéel, está compuesto predominantemente por indígenas descendientes de la civilización maya.
En Chiapas se hablan más de 12 idiomas tradicionales oficiales. El primer idioma en Coquiltéel es el tzeltal y solo algunas personas hablan español.
La comunidad indígena de esta parte de México tiene una larga historia de resistencia a las autoridades centrales, que culminó con el levantamiento zapatista de 1994.
“El gobierno no consulta a la gente sobre cómo quiere ser ayudada”, dice Pascuala. “La mayoría no cree que la covid-19 exista”.
Este no es solo un problema en México o en América Latina, está sucediendo en todo el mundo.
En el norte de Nigeria, a principios de la década de 2000 y más tarde en algunas zonas de Pakistán, la desconfianza en las autoridades hizo que parte de la población boicoteara la vacuna contra la polio.
Algunas de estas comunidades creían que la vacuna había sido enviada por Estados Unidos como parte de la llamada “guerra contra el terrorismo”, para causar infertilidad y reducir su población musulmana.
“Hay un terreno fértil para los rumores y la desinformación donde ya existe una falta de confianza en las autoridades y tal vez incluso en la ciencia”, dice Lisa Menning, científica de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que investiga las barreras para la vacunación.
“Hay brechas de información y quizás campañas de comunicación mal diseñadas que históricamente se han dirigido a estas comunidades”, agrega.
Medicina herbal
Nicolasa Guzmán García pasa gran parte de su día en Coquiltéel cuidando a sus gallinas y cultivando vegetales para su familia. Ella cree que la covid-19 es real, pero no siente la necesidad de vacunarse.
“No salgo mucho de mi casa. No viajo a la ciudad, estoy enfocada en cuidar de mis animales”, dice.
La mujer cree que su estilo de vida tradicional protege a la comunidad, pues esta come alimentos frescos y saludables, toma aire fresco y hace ejercicio. Y como muchas comunidades indígenas en América Latina, los tzeltales practican una mezcla de catolicismo y su antigua religión espiritual.
“No puedo decir si esta vacuna es buena o mala, porque no sé cómo se hizo, quién la hizo y qué contiene”, dice Nicolasa. “Yo misma preparo mi medicina tradicional, tengo más confianza en ella”.
Su medicina es una mezcla de tabaco seco, alcohol casero y ajo que ayuda a los problemas respiratorios, y una especie de bebida hecha con flores de caléndula mexicana o agua de la planta de ruda para la fiebre.
El médico Gerardo González Figueroa ha tratado a las comunidades indígenas en Chiapas durante 15 años y dice que la confianza en la medicina herbal no es solo una tradición sino una necesidad, porque las instalaciones médicas a menudo están demasiado lejos.
Para él, si bien hay algunos la dieta tradicional pro, el estilo de vida y las prácticas curativas, lo extremadamente preocupante son las bajas tasas de vacunación.
“No creo que los esfuerzos del gobierno mexicano hayan sido lo suficientes para involucrar a toda la sociedad”, dice.
“Estas instituciones han estado actuando de manera paternalista. Es como ‘ve y ponte las vacunas'”.
El gobierno federal ha dicho que su programa de vacunación es un éxito, con una disminución de la mortalidad del 80% en medio de la tercera ola de covid-19 que se extiende por las áreas urbanas más densamente pobladas de México.
¿Cómo aumentar las tasas vacunación?
Pascuala cree que las autoridades se rindieron con demasiada facilidad cuando vieron que la gente de estos pueblos rechazaba vacunarse.
“Es un falso binario pensar en la oferta y la demanda como cosas separadas”, dice Lisa Menning, de la OMS.
La científica explica que, en marzo, algunas encuestas hechas en Estados Unidos reflejaban que las comunidades de color también dudaban en vacunarse, hasta que las autoridades hicieron un gran esfuerzo para que la inoculación fuera accesible.
Ahora, las tasas de vacunación en estas comunidades son mucho más altas.
“Tener un acceso fácil, conveniente y realmente asequible a buenos servicios, donde haya un trabajador de salud que esté realmente bien capacitado y sea capaz de responder a cualquier inquietud y responda de una manera muy cariñosa y respetuosa, eso es lo que marca la diferencia”, afirma.
“Lo que funciona mejor es escuchar a las comunidades, asociarse con ellas, trabajar con ellas”, agrega.
Coquiltéel es una de los millones de pequeñas comunidades rurales de todo el mundo en las que esto es muy deficiente. Por ahora, todo lo que puede hacer Pascuala es seguir intentando convencer a la gente de que se vacune y está centrando sus esfuerzos en los que deben salir de sus pueblos, como los camioneros.
Pero hasta que todos estén vacunados, solo le queda confiar en otros poderes.
“Gracias a Dios vivimos en una comunidad donde todavía hay árboles y donde el aire todavía está limpio”, dice.
“Creo que de alguna manera, la Madre Tierra nos está protegiendo”.