Las 342 palabras finales –siete párrafos, 31 líneas– del Primer-Tercer Informe presidencial dibujaron el perfil más consolidado de Andrés Manuel López Obrador como sujeto político e histórico del poder. Aunque citó apenas dos palabras de Machiavelli –“voluntad y fortuna”–, el capítulo VII pudiera ser la piedra angular de El Príncipe y conducir en automático al XVIII de el fin y los medios.
Lo que queda claro desde el principio es que el opúsculo del florentino parecería ser el libro de cabecera del presidente de la república, como lo fue también de Napoleón y otros hombres de la historia. La referencia a los conservadores que hizo en esas palabras finales tiene más relación con Machiavelli que con Juárez.
Juárez, en realidad, fue derrotado políticamente por los conservadores que parecían moralmente vencidos: Lerdo no pudo continuar el proceso y el liberalismo juarista fue potenciado a lo largo de 35 años por Díaz y su dictadura desarrollista y conservadora necesaria. La diferencia no ha radicado en lo moral de las propuestas, sino en la parte importante del capítulo VI de El Príncipe: el gobernante que triunfa es el “profeta armado”, es decir, que el valor moral de las propuestas tiene que ver con el uso de la fuerza.
El monje Savonarola fue estudiado por Machiavelli y lo puso como un “profeta desarmado” que no supo defender sus propuestas. Fue la diferencia entre el predicador con el estadista que defiende al Estado con la fuerza del Estado.
En esos párrafos finales, López Obrador celebra –“lo celebramos”– la inexistencia de una verdadera oposición, pero la lectura de Machiavelli va más al fondo: la derrota no ocurre por la oposición, sino por “la naturaleza inconstante de los pueblos, pues resulta más fácil convencerlos de una cosa, pero es muy difícil mantenerlos convencidos”. Por eso el florentino aconsejó: “conviene estar preparado, de manera que cuando dejen de creer se les pueda hacer creer por la fuerza”.
El problema, explicó Machiavelli, no ha radicado en llegar, sino en mantenerse.
“No hay cosa más difícil de tratar, ni más dudosa de conseguir, ni más peligrosa de conducir que hacerse promotor de la implantación de nuevas instituciones”, porque “el promotor tiene por enemigos a todos aquéllos que sacaban provecho del viejo orden y encuentra defensores tímidos en todos los que se verían beneficiados por el nuevo”.
El capítulo VII de El Príncipe remite al famosísimo XVIII del fin y los medios. Pero para llegar a esa conclusión, Machiavelli hace gala del pensamiento frío del poder, del pragmatismo en su máxima expresión, de la razón de Estado: el gobernante debe ser zorro para oler trampas y león para ahuyentar lobos.
Y no debe guardar fidelidad a su palabra cuando esa fidelidad se vuelve en contra suya.
Todo Príncipe está obligado a moverse en cinco cualidades: clemencia, lealtad, humanismo, integridad y devoción, pero ante la asechanza de los enemigos, debe “saber entrar en el mal si se ve obligado”. La victoria política se mide por los fines, no por los medios, “pues los hombres juzgan más por los ojos que por las manos”.
Y agrega el fundamento de su tesis pragmática: “en las acciones de todos los hombres, y especialmente de los Príncipes, donde no hay tribunal al cual acudir, se atiende al fin. Trate, pues, el Príncipe de vencer y conservar su Estado, y los medios serán siempre juzgados honrosos y ensalzados por todos, pues el vulgo se deja seducir por las apariencias y por el resultado final de las cosas y en el mundo no hay más que vulgo”.
Y remata con una frase que refiere al tema de la voluntad y la fortuna con el poder como ejercicio máximo de ambas: “los pocos no tienen sitio, cuando la mayoría tiene donde apoyarse”.
La utilización del concepto fortuna que hace de Machiavelli no fue la más afortunada, no sólo porque lo que consolida a los Príncipes en las razones del florentino es el ejercicio del poder sin limitaciones, sino porque al final del capítulo XXVI dice:
“Al cambiar la fortuna y al permanecer los hombres obstinadamente apegados a sus modos de actuar, prosperan mientras hay concordancia entre ambos y vienen a menos tan pronto como empiezan a separarse.
“Sin embargo, yo sostengo firmemente lo siguiente: vale más ser impetuoso que precavido porque la fortuna es mujer y es necesario, si se quiere tenerla sumisa, castigarla y golpearla”.
Así, la fortuna es fortuita y Marx completó a Machiavelli en sus Tesis sobre Feuerbach con el argumento de que la fortuna es una circunstancia y que los gobernantes revolucionarios tienen la tarea de incidir sobre las circunstancias para no depender de lo fortuito de la fortuna o la suerte política.
Y al final de cuentas, la fortuna suele beneficiar al dirigente, porque el pueblo –en Discursos sobre la primera década de Tito Livio–, “engañado por una falsa apariencia de bien, desea muchas veces su propia ruina”.
Política para dummies: La política, decía Maquiavelo, es la frialdad en el ejercicio del poder.
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