Los tiempos transcurren rápidamente y la época reformista va llegando a su fin, los momentos de diálogo para construir la agenda legislativa en el Congreso están a punto de culminar, haciendo un balance objetivo sobre los resultados obtenidos, sin descartar las luces y sombras que han rodeado este ejercicio, se obtienen números positivos en cuanto a las metas propuestas y alcanzadas, ubicándonos únicamente en el terreno de los pactos parlamentarios, donde se lograron concretar importantes y necesarios cambios.
No obstante lo anterior, el clima de desconfianza prevalece. Los datos fríos siguen mostrando una economía sin crecimiento, que se refleja cada vez con mayor intensidad en los bolsillos de las familias, quienes además se ven golpeadas por una delincuencia que no respeta a nadie, que actúa bajo la complacencia y complicidad de muchas autoridades, que sin ningún recato agreden y extorsionan a los ciudadanos provocando un real sentimiento de desesperación, derivado de los abusos y de la marginación.
Nos vendieron la idea de un profundo cambio, comenzando por el respeto a los derechos humanos, garantizando la práctica y ejercicio de los derechos y libertades, contrariamente a ello, vivimos con temor y permanentemente estresados, bajo un clima de violencia y una deteriorada economía.
Las circunstancias son contrastantes, mientras por un lado se aprueban importantes reformas, indicando que la clase política fue capaz de arribar a acuerdos, por otro existe una sociedad molesta y agraviada, que no alcanza a percibir una mejoría.
Un elemento adicional se presenta ahora que el proceso de reformas está prácticamente a punto de concluir, pues una vez que se lleve a cabo lo concerniente a la energética, ya no existirán incentivos para el gobierno y el PRI, pues este paquete de leyes es el que mayor interés representa. Es verdad que aún faltan algunas, pero ninguna de la envergadura como la energética, por lo que podemos afirmar que ese ciclo está a punto de terminar.
Además, que coincide con el inicio del proceso electoral intermedio, para renovar la Cámara de Diputados, nueve gubernaturas y un sinnúmero de legisladores locales y ayuntamientos, en consecuencia, cambian las condiciones políticas. Todos los partidos toman distancia, se atrincheran y buscan el voto ciudadano.
Precisamente ahí está la cuestión, a pesar de las reformas estructurales, la estabilidad política y la transformación de las reglas electorales, no existe ni se ha dado un cambio de fondo en la forma de gobernar del viejo sistema, de ahí la desconfianza y, por lo tanto la apuesta rumbo al 2015, «donde una puerta se cierra, otra se abre» (Sancho Panza).
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