Que somos lo que hacemos es una constante en la vida de Antoine de Saint-Exupéry, desaparecido en el Mediterráneo hace 70 años. Una biografía, escrita e ilustrada por el premiado Peter Sis, “El piloto y el Principito”, conecta las vivencias del aviador y escritor francés con su obra más universal.
Espíritu libre, humanista y gran aventurero, Saint-Exupéry nació un 29 de junio de hace 114 años.
Fue uno de los pioneros del reparto de correo en avión, creó nuevas rutas aéreas, intentó batir récords, se estrelló varias veces y ganó premios literarios, pero su gran legado siempre será “El Principito”, un héroe positivo e intemporal.
Con 265 traducciones, mil 300 ediciones y 145 millones de ejemplares vendidos es un auténtico fenómeno editorial, el libro no religioso más traducido en el mundo, según Ediciones Gallimard.
Rebosante de valores humanistas, esta pequeña joya de la literatura condensa vivencias y reflexiones surgidas en la soledad de las muchas horas de vuelo de Saint-Exupéry, quien tuvo una vida y una muerte dignas, siempre en consonancia con sus ideas.
Desapareció el 31 de julio de 1944 en el mar Mediterráneo, frente a las costas de Marsella, tras ser alcanzado por un avión nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Aunque otras versiones apuntan a que pudo sufrir un desvanecimiento por falta de oxígeno.
Publicado por primera vez en Estados Unidos, el 6 de abril de 1943, en plena contienda bélica, “El Principito” transmite un mensaje de tolerancia, paz, ecología y amistad que nunca se agota, y funciona como un cuento filosófico, con varios niveles de lectura.
Y es que “El Principito” hace una firme apología sobre la importancia de cuestionar las cosas, el rechazo a la injusticia, la aceptación del otro por quién es y no por aquello que representa o la búsqueda continua del contacto con la naturaleza.
Que “lo esencial es invisible a los ojos” o que “uno es siempre responsable de lo que domestica” son dos de las frases más conocidas de este relato en el que también destaca la invitación a conservar el espíritu de la infancia.
Todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan”, aparece en las páginas de ‘El Principito’.
Toda una invitación a recuperar la esencia de quienes fuimos que recoge como un guante el dibujante, autor y cineasta nacionalizado estadounidense Peter Sis (Brno, Checoslovaquia, 1949) en una biografía ilustrada de Saint-Exupéry, que edita en español Sexto Piso, y que invita a los lectores a pensar en la fusión entre la vida y obra del aviador y escritor nacido en Lyon en 1900.
Premio Hans Christian Andersen (máximo reconocimiento mundial de la literatura infantil) en 2012, Sis repasa de forma pormenorizada los episodios más destacados de la vida y obra del famoso aventurero, cuya divisa literaria era “escribir solo de lo vivido”, y su lema “creer en los actos y no en las palabras”.
Saint-Exupéry plasmó sus vivencias como piloto comercial en “El aviador”(1926), “Correo del Sur” (1928) y “Vuelo nocturno” (1931), sus largos periodos en soledad y en el desierto en “Tierra de hombres” (1939) y sus reconocimientos aéreos en 1939-1940 en “Piloto de guerra”.
También sus meditaciones, en “Ciudadela” (1948), publicada póstumamente, al igual que “Notas de juventud” (1953), “Cuadernos” (1953), “Cartas a su madre” (1955), “Escritos de guerra” (1982), “Manon, la bailarina” (2007) y “Cartas a lo desconocido” (2008).
Su pasión “irresistible” por pilotar le acompañó toda la vida.
Tercero de cinco hermanos de una familia de la nobleza, vivió su bautismo en el aire con 12 años, los que podría tener “El Principito”, su aparente sencilla fábula sobre un niño del asteroide B612 que llega a la Tierra, donde mira todo sin a priori.
Una mirada limpia, desde el corazón, que Saint-Exupéry compartía con el niño de pelo dorado y bufanda al aire que inmortalizó con sus acuarelas. Y que tal vez le dio el haber pasado tantas horas lejos del suelo, en su avión, con miles de estrellas como techo.
Voló por Europa, por la costa del norte y oeste de África, por Latinoamérica, y lo hizo por trabajo, razones militares, placer o sed de aventuras.
Sufrió dos aparatosos accidentes, en el desierto de Libia y en Guatemala. Sobrevivió a ambos.
Durante su convalecencia del segundo, en Nueva York, escribió “El Principito”, que dedicó a su amigo Léon Werth, escondido en la Francia ocupada por los nazis, así como “Carta a un rehén” (1944).
“Soy de mi infancia como de un país”, decía. Sus recuerdos de aquellos años están presentes en toda su obra.
Fue, pese a todo, afortunado, pues vivió a fondo sus dos pasiones: la literatura y la aviación. Su estela alimenta la imaginación de legiones de lectores.
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