Rostros de dolor por desaparecidos

Mayra bajó de su auto y corrió hacia las patrullas con tanta fuerza como sus piernas se lo permitieron. Entre el alboroto de la gente y los restos de una malograda fiesta infantil distinguió que en aquellos vehículos policiales -que tenían las placas tapadas y no contaban con número económico- subían a un joven con camisa verde, pantalón de mezclilla y tenis negros con verde: a su hijo mayor, Antonio Reynoso Hernández.
Junto con su hijo detuvieron a otras cinco personas, pero Antonio era el único al que no le habían cubierto la cara con la playera y se le podía ver la cabeza sangrando, por lo que Mayra trató de acercarse a él para preguntarle lo que sucedía.
En el primer intento un hombre encapuchado y que portaba uniforme de la policía estatal de Jalisco la empujó y le indicó que no podía hacerlo, entonces preguntó porqué lo habían golpeado y le dijeron que no lo habían golpeado sino que lo él se había peleado. Finalmente tras forcejear logró acercarse en el momento en que lo subieron a la patrulla y fue sentado en medio de otros dos que habían capturado.
Con desesperación, Mayra le preguntó a su hijo qué había pasado, pero él solo se limitó a responder «nada, mamá». Esas palabras que pronunció Antonio el 30 de agosto de 2013, son las últimas que Mayra ha logrado escuchar de su hijo hasta la fecha, pues a partir de ese momento se desconoce el paradero de Toño que fue llevado en una camioneta de doble cabina junto con las otras cuatro personas y dos camionetas que fueron confiscadas en ese operativo. Mayra intentó encender su celular para llamar a su esposo, pero la batería se había agotado. Corrió hacía su casa en la Colonia Balcones Santa María, Municipio de San Pedro Tlaquepaque, que estaba en la calle de atrás de donde detuvieron a su hijo. Para su sorpresa la puerta de su hogar estaba forzada, al interior se veían huellas de saqueo. En el suelo se formaba una mancha multicolor con la ropa de su hija menor, quien entonces estaba con una amiga de la secundaria, un nido de cables y varios cajones entreabiertos con su contenido dispersado por toda la casa.
Conectó su teléfono, pero éste no cargaba, entonces se dio cuenta que le habían cortado la electricidad. Salió a la calle y un testigo le dijo que los policías le estaban dando toques a uno de sus vecinos al que también querían detener.
Mayra se dirigió a uno de los policías y explotó en preguntas: «¿qué está pasando?.