Mayra bajó de su auto y corrió hacia las patrullas con tanta fuerza como sus piernas se lo permitieron. Entre el alboroto de la gente y los restos de una malograda fiesta infantil distinguió que en aquellos vehículos policiales -que tenían las placas tapadas y no contaban con número económico- subían a un joven con camisa verde, pantalón de mezclilla y tenis negros con verde: a su hijo mayor, Antonio Reynoso Hernández.
Junto con su hijo detuvieron a otras cinco personas, pero Antonio era el único al que no le habían cubierto la cara con la playera y se le podía ver la cabeza sangrando, por lo que Mayra trató de acercarse a él para preguntarle lo que sucedía.
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En el primer intento un hombre encapuchado y que portaba uniforme de la policía estatal de Jalisco la empujó y le indicó que no podía hacerlo, entonces preguntó porqué lo habían golpeado y le dijeron que no lo habían golpeado sino que lo él se había peleado. Finalmente tras forcejear logró acercarse en el momento en que lo subieron a la patrulla y fue sentado en medio de otros dos que habían capturado.
Con desesperación, Mayra le preguntó a su hijo qué había pasado, pero él solo se limitó a responder “nada, mamá”. Esas palabras que pronunció Antonio el 30 de agosto de 2013, son las últimas que Mayra ha logrado escuchar de su hijo hasta la fecha, pues a partir de ese momento se desconoce el paradero de Toño que fue llevado en una camioneta de doble cabina junto con las otras cuatro personas y dos camionetas que fueron confiscadas en ese operativo.
Mayra intentó encender su celular para llamar a su esposo, pero la batería se había agotado. Corrió hacía su casa en la Colonia Balcones Santa María, Municipio de San Pedro Tlaquepaque, que estaba en la calle de atrás de donde detuvieron a su hijo. Para su sorpresa la puerta de su hogar estaba forzada, al interior se veían huellas de saqueo.
En el suelo se formaba una mancha multicolor con la ropa de su hija menor, quien entonces estaba con una amiga de la secundaria, un nido de cables y varios cajones entreabiertos con su contenido dispersado por toda la casa.
Conectó su teléfono, pero éste no cargaba, entonces se dio cuenta que le habían cortado la electricidad. Salió a la calle y un testigo le dijo que los policías le estaban dando toques a uno de sus vecinos al que también querían detener.
Mayra se dirigió a uno de los policías y explotó en preguntas: “¿qué está pasando? ¿quiénes son ustedes? ¿por qué entraron a mi casa?”, pero ninguna de las interrogantes encontró entonces respuesta clara, y hasta la fecha permanece así. Sin embargo, el agente le ayudó a reestablecer nuevamente la electricidad y ella se comunicó con su esposo.
Unas horas antes, Mayra le había marcado a Antonio para decirle que saliendo del trabajo, ella irá a cambiarle las llantas a su coche; él le dijo que iría con unos amigos a una fiesta infantil en la calle de atrás de su casa.
Al describir a su hijo, a Mayra, quien porta su uniforme de enfermera, se le inundan los ojos con recuerdos. “Tenía su carácter, era explosivo, alegre, inteligente, pero era muy buena persona, era un hijo amoroso y un buen padre de su hija de seis años”, dice entre lágrimas.
A las 8:30 de la noche cuando se reencontró con sus esposo, una hora después de la detención de Antonio, se fueron directamente a la Fiscalía Central de Guadalajara, pero ahí le dijeron que no estaba su hijo.
Fue hasta el 31 de agosto, más de ocho horas después de la detención, que supieron que tres de las personas que habían sido detenidas con él, habían sido trasladadas al penal de Puente Grande consignados a la Unidad de Investigación de Robo de Vehículos de la Fiscalía Central acusados del robo dos vehículos.
Sin embargo, ni Antonio, ni José Luis, a quien apodan “El Pelón” y quien era dueño de la casa donde se llevaba a cabo la fiesta infantil y uno de los detenidos llegaron.
Posteriormente Mayra se enteraría por versiones de los otros detenidos que “El Pelón” pagaría unos 40 mil pesos para ser liberado antes de llegar al centro penitenciario. Para la Fiscalía Toño y José Luis nunca habían sido detenidos, pues no había registro de ellos.
“A partir de entonces empezó mi penar, porque nadie sabía decirme qué le pasó a mi hijo”, señala Mayra, Ya que no había constancia ni siquiera del arresto, los padres de Toño hicieron una denuncia por desaparición el domingo 1 de septiembre de 2013 ante el agente de Ministerio Público, María del Rocío Morales Cervantes, en la Acta de Hechos 4878/2013, pero el acta presentó irregularidades.
“Cuando presenté mi declaración, ésta no fue asentada completa, porque el agente me dijo no podía poner en el acta que policías se habían llevado a su hijo, que eso no era posible”, posteriormente la Fiscalía le dijo que fruto de las investigaciones se había obtenido que su hijo había huido hacia un descampado y que nunca fue detenido.
En una visita que hizo un Diario de circulación nacional al domicilio donde ocurrió la detención, se comprobó que la calle donde se dio el arresto es una vía angosta, de alrededor de tres metros de ancho y con solo una vía de entrada y salida, además no tiene un descampado cerca. También la madre de Toño reconoció a José Luis quien estaba en la entrada de la casa, en libertad, pese haber sido implicado en el robo de los vehículos.
Pasaron nueve días para que la autoridad ampliara la declaración cuando en la Agencia 12 para Personas Desaparecidas de la Fiscalía General se amplió el Acta de Hechos 4878/2013-V y “ahí sí pusieron que en un operativo se había llevado policías estatales a mi hijo, como ocurrió”.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) informó en junio de 2013 que tenía hasta el momento un registro de 27mil 243 personas desaparecidas.
Entonces, el presidente de la CNDH, Raúl Plascencia Villanueva, reveló que en el recuento de esa comisión, se tiene el registro de 24 mil 800 personas desaparecidas y de 2 mil 443 casos más, en los que podría haber indicios de “desapariciones forzadas”, esto es, casos en los que esta involucrada alguna autoridad.
La cifra presentada por el ombudsman nacional en junio pasado es cercana a la que el 21 de febrero de 2013 pasado reportó la Secretaría de Gobernación (Segob), a través de la secretaria de Asuntos Jurídicos y Derechos Humanos de Segob, Lía Limón, de 27 mil 523 casos de personas desaparecidas en el sexenio 2006-2012, que encabezó el presidente Felipe Calderón.
El actual secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, aseguró esta semana que la cifra se ajustó a 16 mil, luego de que se documentó cada caso en los estados.
Un dato para poner en proporción el panorama de las desapariciones en México, es que el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha tratado en 30 años más de 50 mil casos, pero correspondientes a más de 80 países de todas partes del mundo. Es decir, en el país se han registrado en un sexenio más de la mitad de las desapariciones que la ONU atendió en 30 años.
Tras la ampliación de los hechos, la Agencia 12 turnó el caso también a la Visitaduría de la Fiscalía General por tratarse de “actos posiblemente constitutivos de delitos cometidos por servidores públicos de la institución”, sin embargo, fue hasta diciembre en que los citaron a declarar por primera vez. Por su parte a los policías que participaron en el operativo de aquel 30 de agosto declararon por escrito que la declaración hecha por la familia era falsa y que nunca detuvieron a Antonio.
“Si mi hijo robó esos autos, que lo detengan, pero así ni siquiera sé donde está, si tiene hambre, si tiene frío”, indica Mayra.
Cuenta que meses después de la desaparición la hija de seis años de Toño, de 24, llegó llorando con su mamá porque le dijeron unos niños que habían escuchado que habían matado a su papá.
El concuño de la ex pareja y madre de la hija de Toño, quien también fue detenido ese día y permanece en el penal de Puente Grande, dijo en una de sus declaraciones que los bajaron de la camioneta antes de entregarlos al penal y los golpearon y a Toño además le dieron descargas eléctricas y entonces “él se desvaneció”, sin embargo, “como los policías declararon que no lo detuvieron no se puede saber realmente lo que pasó, si sigue con vida”, indica Mayra.
“Yo decía que si se me perdiera un hijo me moriría de la tristeza, pero mira no me he muerto, sigo viva, aunque por dentro me siento muerta”, afirma Mayra.
Han pasado ocho meses desde que su hijo le dijo que no pasaba nada, en que se quedó truncado el sueño de Toño de convertirse en chef, en que no ha visto crecer a su pequeña hija, pero Mayra y su familia seguirán buscándolo con tanta fuerza como el espíritu y el cuerpo se los permita.
Espera poder hallar a su hijo
“”Quiero pedirle a mi esposita enfrente de todos ustedes que deje de trabajar, porque a pesar de lo que nos pasó a mí y a mi hermano nos vamos a reponer y necesito a Vero en la casa para que cuide a nuestros hijos. Voy a trabajar al 200% y ni la cara me van a ver, porque este es mi año y vamos a salir adelante”, cuenta Guadalupe Aguilar que fue el anunció que dio su hijo José Luis Arana frente a todos sus familiares en la cena de navidad del 2010, sin embargo, apenas unas semanas después, el 17 de enero de 2011, Pepe como era nombrado en la familia, desapareció.
Dos meses antes, el 17 de noviembre de 2010, su camión que llevaba más de un millón de pesos en productos de iluminación fue robado. El hurto había desestabilizado a la familia emocional y económicamente y puso a investigar a José Luis sobre el paradero del vehículo, que representaba el fruto de trabajo de diez años de José Luis y su hermano, así como un préstamo que le hizo su madre de la venta de una casa.
“Es importante señalar eso, porque las autoridades siempre dicen; ‘¿y de dónde sacó el dinero tu hijo para pagar todo lo que le robaron? yo creo que andaba con el crimen organizado y por eso desapareció’, es lo que se les hace más fácil”, señala Guadalupe Aguilar.
Por eso, cuando a Guadalupe se le pregunta por su hijo ella responde con el resumen que sabe de memoria y que ha repetido en diversas instituciones y dependencias por tres años: “Tiene 34 años. Sano, alegre, no fumaba, no tomaba, mucho menos se drogaba. Su mayor satisfacción era trabajar en la empresa que hizo con su hermano y en la que trabajó por 10 años”.
José Luis era puntual, por eso cuando a las 11:30 de la mañana no había llegado a una cita con su hermano para entregar a las 12:00 de la tarde un camión que rentaban , fue el primer indicio de que algo andaba mal.
“La cita era a las 11:30, pero el nunca llegaba tarde, al contrario, siempre llegaba antes. Su hermano Óscar me marcó y me dijo si sabía dónde estaba Pepe, le dije que no y fui a ver a su esposa y ella me confirmó que había salido a las 10:30 de la casa ubicada en Tlaquepaque en su camioneta negra rumbo a Guadalajara”.
Entonces fueron a la escuela de los dos hijos de José Luis para esperarlo, porque era su segunda parada del día, pero ahí tampoco se presentó. A las dos de tarde recogieron a las niños y el encargado les dijo que en la mañana les había marcado José Luis y les había dicho que se iba a tardar, que les dieran de comer como si se quedaran al horario extendido de las cinco de la tarde.
Ante ello acudieron a la policía para denunciar la desaparición, pero se encontraron con que debían esperar 72 horas para poder interponerla, no obstante, de la camioneta que se extravió con él si le podía hacer el reporte de robo.
Pasaron las 72 horas y José Luis no había aparecido, por lo que interpusieron la denuncia por desaparición ante la Fiscalía General del estado.
Unas semanas después y ante la falta de respuestas por parte de las autoridades estatales, Guadalupe y su familia decidieron contratar a un investigador privado que ” solo me sacó dinero, más de 30 mil pesos y no entregó nunca nada de investigación”. También visitó a una vidente la cual también le cobró y le dijo que su hijo seguía vivo, pero no le especificó su paradero.
“En una reunión con otras madres de desaparecidos escuchaba historias de mujeres que tenían a sus hijos perdidos de tres o cuatro años y yo decía en mi mente ‘están pendejas o mancas que no pueden encontrar a sus hijos’, pero ahora la pendeja soy yo, porque han pasado tres años desde que mi hijo desapareció y no lo he podido encontrar”, cuenta Guadalupe.
Desde el primer día en que su hijo no volvió a la casa, Guadalupe dejó de dormir. Al pie de su cama colocó rotafolios, una especie de mapa de pistas, en los cuales escribía todas las teorías que se le ocurrían de dónde podría estar su hijo, de lo que había pasado esa mañana, de los lugares a los cuales podría acudir al día siguiente para seguir rastreándolo.
No dormía, porque le parecía injusto saber que ella se recostaba en una cama caliente sin saber si su hijo tenía lo mismo para él. La incompetencia y la falta de resultados convirtieron en Guadalupe en una especie de fiscal y detective.
Entonces supo que el tiempo es vital para volver a ver a su hijo, supo que cada minuto que pasa las pistas para trazar el camino de regreso para José Luis pueden desaparecer. Así que un día una de sus hermanas le dijo que habían encontrado la camioneta en la que viajaba ese día su hijo, estaba en un corralón en el estado de Colima porque en él había escapado un grupo de personas involucradas en una balacera en la que murieron dos personas.
Acudió al lugar y pese a haber demostrado que la camioneta era de su hijo, el ministerio público le dijo que no podía entrar a verla, al preguntar por qué, éste le contestó “por mis huevos”.
“Necesitaba verla, sabía que la camioneta iba a hablar y decir qué le había pasado a mi hijo”. La esperanza está en los detalles, por eso necesitaba la camioneta para encontrar algún rastro que resultara clave en la búsqueda, por lo que Guadalupe no se dio por vencido y regresó en la noche y tras convencer al velador entró a ver la camioneta y con guantes y bolsas de plástico en mano trató de sacar la mayor cantidad evidencias: tickets, recibos de casetas de cobro, lo que fuera.
En la cajuela encontró lo que considero, una pista vital: una pañalera que no era de sus nietos y una mancha de sangre junto a ella. En los asientos de atrás vio una huella de labial “como si alguien le hubiera dado un beso”.
Pidió a la Procuraduría General de Justicia de Colima que llevaran a forenses para que estudiaran la camioneta, pero le dijeron que en ese estado no había, por lo que la llevaron a Jalisco pero ahí el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses le indicó que ya no podía recabar evidencias porque había pasado mucho tiempo, le dijeron que la mancha no era de sangre sino de Coca Cola y que todo lo demás no podía aportar nada a la investigación.
“En ese momento me di cuenta que no existe un estado de derecho, no hay nada que me proteja”, indica Guadalupe entre lagrimas.
El caso tomó relevancia el 7 de septiembre de 2011, cuando Guadalupe se presentó frente al entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa durante su Quinto Informe Regional que se llevó a cabo en Guadalajara, para exponerle la situación de sus hijo. El primer mandatario le ofreció su apoyo y así la desaparición de José Luis fue de uno de los primeros que asumió la Procuraduría Social de Atención a Víctimas del Delito que creó el Calderón, con la averiguación 06.
Las primeras semanas recibió atención, pero después de ese tiempo el número telefónico que le dieron dejó de funcionar y hasta ahí llegó el apoyo del presidente.
Las autoridades estatales se sintieron ofendidas con la acción de Guadalupe de irrumpir en un evento oficial y presentarse ante Calderón e insistieron en desestimar este caso, especialmente el procurador Tomás Coronado quien en una entrevista dijo “él lo sabrá (donde está), la familia lo sabrá y si no lo sabe la familia, a lo mejor él sí”.
“Si usted sabe que mi hijo está vivo, pues agárrelo y si dice que está con el crimen organizado, pues métalo a la cárcel, siquiera ahí sí lo veo y no como ahorita que no sé en dónde está, usted como abogado debe saber que para culpar a alguien debe tener pruebas”, respondió entonces Guadalupe ente las afirmaciones de Coronado.
De acuerdo con datos del Registro Nacional de Desaparecidos, del 2006 a la fecha en Jalisco han desaparecido mil 220 hombres y mil 63 mujeres. Sin embargo, Amnistía Internacional en su informe “Enfrentarse a una pesadilla, la desaparición de personas en México” afirma que pueden existir más, porque no existen bases de datos confiables y muchos de los casos no son denunciados.
Posteriormente se acercó a Províctima donde le empezaron a dar asesoráis sobre su caso “pero no sirve para nada, más que para gastar en oficios”, afirma. También dice que recibió la orientación personal de la ex procuradora general de la república, Maricela Morales, con quien tuvo un mayor avance la investigación “pero cambia el sexenio y todo se acabó”.
En septiembre de 2013, el nuevo fiscal de Jalisco, Luis Carlos Nájera, la citó porque tenía información de su hijo, le hizo leer un documento en el que decía que habían detenido a un hombre apodado ‘El Cintura’, quien declaró que en complicidad con su novia Daniela, quien trabajaba en el Oxxo de la esquina de la casa de José Luis, aquella mañana del 17 de diciembre de 2011 él había subido a la camioneta acompañado de otra persona apodada ‘El Cachis’ y entre los dos lo ahorcaron con alambre fino.
En aquel momento, el mundo desapareció para Guadalupe, de un momento a otro la esperanza de encontrar a su hijo se había desaparecido, la noticia le afectó tanto que tuvieron que internarla en un hospital. Sin embargo, pese a haber perdido la esperanza no perdido la fortaleza y exigió que le entregaran el cuerpo, pero ante eso tampoco hubo respuesta, por lo que Guadalupe visitó en la cárcel a ‘El Cintura’.
Guadalupe lo describe como alguien muy delgado “chiquito y bizco” quien le dijo que no había matado a su hijo, sino que le habían hecho firmar esa declaración bajo tortura.
Semanas más tarde atraparon al ‘Cachis’ quien era el presunto cómplice de ‘El Cintura’.
“La declaración de él era idéntica a la de ‘El Cintura’, hasta en las comas”, a él también lo visitó en la prisión y esa ocasión él sí aceptó que mató a su hijo, solo que no recordaba donde lo había enterrado. Le dio varias direcciones de domicilios que había usado como casas de seguridad y le indicó que bajo la barra de la cocina de alguna de ellas debía estar.
Con ayuda de la policía visitó esas casas y realizaron excavaciones, pero no encontraron nada. Posteriormente Guadalupe averiguaría que el ‘Cachis’ había estado en el penal de Puente Grande de agosto de 2010 o junio de 2011, por lo que era imposible que él hubiera asesinado a su hijo.
“Yo creo que ‘El Cachis’ llegó a un acuerdo con las autoridades para que yo ya me les quitara de encima y les dejara de exigir que buscaran a mi hijo”, indica.
El 2011 no fue “el año” para José Luis como él esperaba, para su madre Guadalupe, quien lo ha buscado incansablemente, espera que el 2014 sea el año en que finalmente vuelva a reencontrarse con su hijo.
La estrategia es encontrarlo
La familia Corona Piceno ha vivido la desaparición de dos de sus miembros. Mayra, la mayor de las hijas, cuenta que una vez a su hermano Gerardo su pareja lo encerró luego de una pelea en un centro para la rehabilitación de adicciones, del que era dueño uno de sus conocidos, y no le dijo a nadie. Pese a que le decía a los guardias que él no debía estar ahí porque no era adicto, no lo dejaron salir. Todos creían que lo habían secuestrado, o peor, matado, pero Álvaro -el mayor de todos los hermanos- uso sus conocimientos como policía y organizó a toda la familia para emprender la búsqueda, días más tarde, Gerardo estaba de vuelta en su hogar.
Sin embargo, años después, es Álvaro el que permanece desaparecido desde el 3 de agosto de 2012 y sus familiares quisieran que estuviera aquí para decirles qué hacer, cómo buscarlo. Desde siempre él fue el pilar de su familia.
“Nuestro papá casi nunca estaba en la casa porque trabaja como conductor de ferrocarriles, entonces Álvaro fue el que siempre se encargó de nosotros, aunque solo estudio la secundaria siempre fue muy listo y siempre estaba ahí para ayudarnos a todos”, señala Claudia, hermana menor de Álvaro. Esperan que esa agudeza de mente sea la que lo traiga de nuevo con vida a la casa de la familia.
La tarde del 3 de agosto de 2012 fue precisamente ahí donde marcó Álvaro. Contestó su hermana Mayra. Él le dijo “con voz alterada” que estaba comiendo en los mariscos con Kiko – quien había sido su guardaespaldas y amigo desde que eran niños- y le pidió que le dijera a Gerardo que fuera con ellos. Ese día su mamá había cocinado mariscos por lo que Gerardo pensó que sería mejor comer en el hogar, para no gastar. No obstante posteriormente se darían cuenta que Álvaro estaba pidiendo auxilio.
De acuerdo con versiones de las personas que atendían el restaurante, Álvaro llegó con Kiko y dos personas más y se le notaba nervioso, pero salieron sin mayor incidentes luego de pagar la cuenta, ese es el último testimonio de alguien que lo haya visto.
Saben que Álvaro iba rumbo a Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco, un poblado a 23 kilómetros de la ciudad de Guadalajara, porque ahí encontraron su coche. Iba al mismo lugar donde ocho meses antes había renunciado como director de la policía municipal.
Su esposa Susana, madre de las dos hijas de Álvaro, afirma que durante el tiempo que su esposo se desempeño en ese cargo, siempre tuvo miedo e incertidumbre. “Él siempre me contaba de cosas irregulares que pasaban en el ayuntamiento y yo le decía que mejor se saliera”.
El director de la policía de Ixtlahuacán que lo precedió, César Navarro, había renunciado a su cargo a los cuatro meses de haber sido asignado. Públicamente denunció actos de corrupción y que había recibido amenazas.
Entre las irregularidades, dice Susana, están la venta de permisos de portación de armas de fuego y colusión con grupos de la delincuencia organizada.
En México se dice que hay pueblos que son tierra de nadie, pero también los hay con dueño. En los segundos se debe tener cuidado de no molestar al señor del lugar o las cosas pueden salir mal. Ese fue el caso de Álvaro.
La familia señala que en Ixtlahuacán, hay dos leyes: “el presidente municipal, que es un títere, y quien verdaderamente tiene el poder: ‘El Señor’ (se modificó el apodo y se omitió el nombre real a petición de la familia de Álvaro, quien teme a las represalias de esta persona)”.
“El problema fue que Álvaro renunció porque ya no le gustaba todo lo que hacia “El Señor”, él no quería involucrarse con los grupos criminales”, indica Susana.
México es uno de los países con mayor corrupción a nivel mundial según el “Barómetro Global de la Corrupción 2013”, encuesta aplicada por Transparencia Internacional (TI) para medir la percepción de los ciudadanos sobre el aumento de este fenómeno.
La encuesta se aplicó a 114 mil 270 personas en 107 países del mundo, en 51 de los cuales la población percibe a los partidos políticos como las instituciones más corruptas. En el caso de México, 7 de cada 10 personas considera que las instituciones políticas han aumentado su nivel de corrupción, cifra que supera el promedio mundial de poco más de 5 de cada 10 personas con esta percepción.
Además, las estadísticas muestran que el 72% de los mexicanos encuestados considera inefectivas las acciones que el gobierno ha empleado para combatir la corrupción.
Unas semanas antes de su desaparición, cuenta que su esposo llegó muy molesto de una subasta de caballos. Le contó que se había peleado a golpes con “El señor”.
“Mi marido le reclamó en frente de todos por el pago de unos terrenos que le había dado y que no le había pagado y se hicieron de golpes, entonces ‘El Señor’ le dijo que le aseguraba que pronto le pagaría”.
El 1 de agosto de 2012, Susana acompañó a Álvaro a Ixtlahuacán, para que finalmente le pagaran los terrenos, pero en la carretera dos camionetas los empezaron a seguir, entonces Kiko, quien los acompañaba, le dijo que era gente de “El Señor” y se regresaron a Guadalajara. Dos días después desapareció.
“Se supone que Kiko fue su guardaespaldas y el amigo de su infancia, pero cuando le preguntamos si sabía algo de nuestro hermano primero dijo que no había comido con él, pese a que él mismo Álvaro y los del restaurante lo confirmaban y luego dijo que sí, pero que después de comer se habían separado. Nosotros creemos que él lo entregó, porque una semana después estrenó un coche nuevo, Kiko nunca tenía dinero, siempre le pedía dinero prestado a mi hermano, fue muy raro”, señala Mayra.
La familia de Álvaro sigue a la espera de que las autoridades muestren algún avance en la investigación, pero “hasta ahora no han hecho nada”, asegura.
Para la familia Corona Piceno, lo más difícil de la desaparición de Álvaro es la huella de su ausencia. Mayra dice que Gerardo toma para olvidar que su hermano no está “Eran como gemelos y le ha afectado mucho todo esto”.
Asimismo, Susana, la hija mayor de Álvaro, de 21 años, dice que ha sido muy difícil vivir sin su papá.
En navidad entre ella y su hermana menor de 15 años, Valeria, le escribieron una carta a su papá que publicaron en una revista de publicidad que tienen sus tías Mayra y Claudia, donde dejan ver su anhelo por verlo otra vez.
“Siempre veo las fotos que tenemos juntos y las que tienes con mamá y mi hermana; no dejo de verlas porque recuerdo todos esos momentos y los que vamos a pasar todos juntos de nuevo. Ya me imagino esos días, ya veo la hora en la que estarás aquí y también entrarás por esa puerta. En el momento que regreses nos iremos lejos, todos juntos a vivir felices como siempre. Te amo, Papá.”, escribió Valeria.
La primera vez que un Corona Piceno desapareció, su familia logró encontrarlo a salvo, y esa es la misma estrategia esta vez, permanecer unidos en la búsqueda “como Álvaro lo habría hecho”.