El difícil arte de la sencillez

Los nuevos tiempos, desde fines del siglo XIX y principios del XX, demandaron redefinir la cultura. Imposible mantener la equivalencia con las bellas artes clásicas. Otras concepciones, tendencias e inventos hicieron las definiciones más complejas. Pero nunca se ha tratado de equiparar la cultura a una explicación antropológica. Hay que localizar un campo nuevo y más amplio.
Me parece que las conversaciones entre Mario Vargas Llosa y Gilles Lipovetsky lo prueban. Tenemos que aceptar que a los valores aceptados se han sumado nuevos autores y corrientes que amplían la idea de cultura.
El cine, los cómics, el rock y en general la buena música popular aparecen como fuente de creatividad y educación. Imposible limitarse a los antiguos moldes y modelos. En efecto, los tiempos modernos y las nuevas tecnologías han permitido profundas modificaciones.
En este contexto, en la Galería del Sur de la UAM-X, Félix Beltrán expuso algunas de sus aportaciones al diseño, obras que lo han prestigiado internacionalmente; ha enriquecido el arte con excepcionales trabajos de emotiva imaginación.
Félix Beltrán nació en La Habana y luego de largos estudios, de diplomarse en la School of Visual Arts y en la American Art School de Nueva York, decidió instalarse en México. Es profesor titular de la UAM-A. Ha obtenido multitud de premios, expuesto en galerías internacionales, recibido doctorados Honoris Causa en diversos países, el nuestro incluido. Acaba de ofrecer una muestra de su trabajo, llamada La función de la simplicidad.
La exposición en la UAM-X estuvo integrada por trabajos realizados de 1956 a la fecha; es posible ubicar los años por los temas y tratamientos singulares. Si bien Beltrán explica que su obra está señalada por la síntesis, con un deseo obsesivo de evitar complicaciones estériles que en nada enriquecen al arte, el principio rector es hacer énfasis en los deseos del autor, en lo que desea remarcar. La figura de Ernesto Guevara, que es emblemática, en manos del maestro Beltrán adquiere relevancia y deja de ser ícono barato, ha sido enriquecida con los trazos de la sencillez, es, en efecto, el deseo de simplificar el diseño y en general las artes visuales. Hay una libertad creativa que llama la atención. La obra, vista en conjunto, es un hermoso rompecabezas fácil de acomodar en sus justas dimensiones estéticas.
Félix Beltrán ha trabajado en el campo de la publicidad, escuela compleja por sus exigencias, aquí y en EU, en París y en Barcelona. Sus diseños buscan la sencillez, pero al mismo tiempo es el resultado de hondas meditaciones y un constante recrear hasta llegar a lo adecuado. Este tipo de diseño tiene funciones sociales muy precisas y directas. El mensaje debe ser el adecuado y aquí entra el artista comprometido. El apoyo decidido del joven que fue marcado, como tantos otros, por la Revolución Cubana.
El trabajo de Beltrán es el resultado de una larga experiencia en distintos puntos, pero es en México donde adquiere el sello definitivo: la síntesis, explica Teresa Camacho, en función de un objetivo, sin jamás descuidar su implicación social. El arte de Félix Beltrán posee la maestría y belleza de quién sabe exactamente a dónde quiere llegar: a la fusión de valores estéticos, con los contenidos de positivas claves sociales que puedan llegar a amplios públicos.
Beltrán, luego de pasar por muchas escuelas de arte y diseño, de trabajar en empresas privadas y públicas y de participar en luchas políticas, ha formado la suya propia y es realmente notable.
La familia Zendejas y la literatura
Si de llevar a la práctica una política debe ser la resistencia al olvido, que he utilizado aquí. Lo digo pensando en que México es un país de mala memoria. En materia política, sus recuerdos son los inmediatos, los que le afectan. Poco retrocede, a menos que sea un investigador especializado, dos o tres sexenios. En lo cultural, supone que son los intelectuales de moda los inolvidables, los que llegaron para quedarse, aquellos que el sistema ha endiosado con la gozosa contribución de los medios de comunicación. La lista de los grandes olvidados es inmensa. Inagotable. De tal suerte que los nunca o poco mencionados van siendo libros o partituras empolvadas o cuadros cubiertos de telarañas. Todas aquellas luminosas figuras que de chico veía frecuentemente en los diarios, hoy no aparecen salvo que el Estado decida festejarlos y no lo hace a menos que tenga una razón mezquina.
Ayer escuché una cápsula literaria en Opus 94. La voz era de Alicia Zendejas señalando los méritos de un nuevo novelista. Recordé a su esposo, Francisco Zendejas, años atrás, afamado crítico literario de Excélsior, creador de algunos de los premios que hoy consagran a escritores nacionales e internacionales. Por ejemplo el Xavier Villaurrutia y el Alfonso Reyes. Fueron obra suya y él fue el primero en entregarlos a narradores como Elena Garro en lo nacional y a Jorge Luis Borges en lo internacional.
Su hermana, Adelina Zendejas, fue una de los creadores del Libro de Texto Gratuito: trabajó años en la elaboración de los primeros ejemplares, bajo la dirección de Martín Luis Guzmán, en los momentos en que Jaime Torres Bodet bien conducía la Secretaría de Educación Pública. Adelina fue una maestra reflexiva que escribió espléndidas páginas sobre la niñez mexicana y sus problemas. ¿Dónde están ambos ahora? Curiosamente, lo fundamental de su trabajo sobrevive, pero a ellos los hemos dejado de lado. Queda, como tenaz sucesora de su esposo Francisco, Alicia, quien insiste en promover la lectura, a los autores que lee y analiza. Lo hace en radio, en la única estación de música culta que tenemos en México. Como van las cosas, y escuchando a los políticos, la cultura pronto estará en vías de extinción. Se aferrará en el mejor de los casos a sus grandes figuras y los demás buscarán el sostén de las nuevas tecnologías. Qué pobreza.
En radio (en televisión lo ignoro porque no la veo) he escuchado un anuncio prosaico de papel higiénico, que está en oferta, es resistente y suave, barato, por añadidura. La música de fondo es el Aleluya de Händel. ¿Los cristianos se darán por aludidos de la ofensiva vulgaridad? ¿La cultura tiene derechos, tiene un defensor? Imposible.
Francisco Zendejas fue un obstinado promotor de la literatura mexicana, sin duda un crítico literario polémico, como lo son casi todos, pero supo crear premios memorables y por décadas hizo reseñas literarias invitándonos a leer. No deja de asombrarme que los galardones se mantengan y llenen de prestigio a nuevos escritores que seguramente ignoran quién fue el autor del lauro que ahora reciben. Si hacemos una lista de grandes autores olvidados, sería infinita en México. En cambio, para evitarnos trabajo, sólo poseemos una impresionante figura cultural, Octavio Paz, cuyos plagios, actos de brutal autoritarismo y adhesión al sistema político-económico que nos oprime, son parte de su extrema perfección.

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