La esférica soberbia

Resulta que don Piojo y la Pioja se desentienden del público que les paga sus ricos estipendios; a la niña su viaje a Brasil para ver uno más de los fracasos que su padre no considerará así, sino la culminación de una carrera en el medio comercial de las patadas.
No hay nada que no sepa de futbol. Soy mexicano y como todo nacido en el otrora cuerno de la abundancia (por la forma del país así se decía cuando éramos autosuficientes en alimentos) estamos sabidos de que los directivos del deporte de las patadas son ignaros, incapacitados mentales y ajenos a disciplinas físicas y estrategias que sólo Napoleón Bonaparte y cualquier paisano de a pie pueden improvisar en materia futbolera.
No importan los resultados de los partidos que juegue México, a final de cuentas no puede irnos bien cuando un piojo es el que dirige a las heroicas tropas nacionales que con ese general jamás se cubrirán de gloria.
En un anuncio veo al tal piojo con el pelo pintado, como diría el buen Agustín Granados, “con mole Doña María” de un rojizo oscuro; en el siguiente aparece con mechas agrias pintadas de paja seca y, al final, en el primer partido y bajo la lluvia, muestra sus greñas renegridas.
Tanto devaneo para lucir en televisión denota un carácter indeciso, dubitativo. Dicho en pocas palabras, no sabe para donde hacerse y eso, al comandante de un pelotón en combate, le resulta muy riesgoso. Como vimos en los antepartidos a la Copa Mundial.
Pero no son sólo sus pelos. Hay otro anuncio en el que el señor Piojo pontifica ante una audiencia de estudiantes, con birrete y atentos a las sabias palabras de quien da nombre a los seleccionados que cambiaron de ratoncitos verdes a piojosos verdes.
Al terminar su intervención el Piojo se ve acompañado por otro caballero: Emilio Azcárraga, el actual, porque cada generación tiene uno a su favor. Los entusiastas escuchas lanzan los birretes al aire y así termina otra jornada más del mentor de la nación, don Piojo.
En reciente desencuentro con la prensa, que lo inventó y llevó a la cúspide donde el señor Piojo piensa que está, tuvo una reacción normal: insultó a los periodistas, los ignoró y luego acudió en defensa de alguien que lo había defendido a él antes: su hija que a sí misma se titula la Pioja.
Resulta que don Piojo y la Pioja se desentienden del público que les paga sus ricos estipendios; a la niña su viaje a Brasil para ver uno más de los fracasos que su padre no considerará así, sino la culminación de una carrera en el medio comercial de las patadas.
A los aficionados les dijeron “tetos” (ignorancia personal: no sé qué quiere decir) y me imagino que para que quedara claro los llamaron “estúpidos”. Bueno, los estúpidos aguantaron los insultos y además fueron víctimas de una burla cuando la niña Pioja les presumió que ella se iba a Brasil mientras los demás quedaron con la televisión y sus anuncios en los que aparece, ahora sí que en campaña presidencial el licenciado don Piojo. Va que vuela para Los Pinos en el 2018, sin duda.
Sin saber en qué sitio quedaremos, será culpa de quien no escuchó los consejos del público y, más que del público, de los comentaristas. ¡Ah, cómo saben cosas! Memorizan a los participantes, sus movimientos, las técnicas, el estilo y la formación en sus respectivos equipos.
En su soberbia, don Piojo se regodea en su robusta figura y en su multicolor pelo y se deprime porque alguien dijo que cobrará tres millones de dólares por garantizar el acostumbrado fracaso y se entera que será el que cobre menos entre los listos que pastorean piojos, ratoncitos o como se llamen en cada país.
Pero no me preguntó. Que luego no se queje.
La incompleta lista de los más corruptos
Algún sujeto sin nada mejor qué hacer elaboró una lista de los diez más corruptos de México, sujeta a un criterio personal quizá con cierta carga de antipatía por algunos de los mencionados y sin el rigor que permita reconocer a quienes en verdad han hecho de la pillería una fuente de riquezas familiares.
La relación la encabezan dirigentes sindicales, de los cuales suprimo a una por la que siento afecto, ya que en tiempos más gratos para ella tuvimos una relación amistosa y respetuosa y de la que entiendo las razones para su encarcelamiento, no porque pudiese ser culpable, sino porque la tomaron como ejemplo para líderes que pretendan saltarse las trancas de la obediencia política y que siguen por el mundo, felices, contentos, con el disfrute impune de sus robos descarados.
El primer mencionado es Carlos Romero Deschamps, líder petrolero que dispone de miles de millones de pesos anuales salidos de las arcas de Pemex, pero sin control una vez que arribaron a las escarcelas sindicales, o sea, a los bolsillos de los dirigentes gremiales repartidos por la geografía petrolera del país, desde las petroquímicas en Salamanca, Guanajuato, hasta pozos y refinerías que bordean el Golfo de México de Tamaulipas a Tabasco.
En este caso poco hay que investigar. Los juniores de Romero se han encargado de jalarle la cobija a su padre, pero sin que eso implique consecuencias como ha sucedido en casos similares. La hija en avión privado recorre el mundo con sus dos amados perritos, mientras el hermano en Miami —México es poca cosa para él— presume su residencia y su Ferrari.
Genaro García Luna, la muestra de lo que en el párrafo antecedente opinamos. Todavía no entregaban la estafeta a los tricolores cuando el mediático súper policía estaba refugiado en Miami, Florida, donde su esposa había abierto una serie de negocios, entre ellos un restaurante lujosísimo, dicen, y había adquirido propiedades sin fin.
A pesar de que causó uno de los incidentes diplomáticos más severos de México con Francia —similar a la Guerra de los Pasteles— y nunca entregó cuentas de su manejo administrativo en los órganos de investigación-represión, por razones que hay que temer se decidió no molestarlo. ¿Cuánto sabe y de quiénes?
Quizá Andrés Granier Melo, ex gobernador tabasqueño, sea el roedor que malversó fondos públicos, evadió impuestos, lavó dinero, pero eso no lo llevó a la cárcel, sino su declaración ofensiva al buen gusto, a la decencia y las buenas formas tricolores; presumió sus 400 pares de zapatos, sus 300 trajes y mil camisas adquiridas en una de las tiendas más caras de Nueva York. Por “babotas” lo enchiqueraron, aunque sus abogados encontraron la fórmula para pasarla bien: en un sanatorio particular con males imaginarios.
Sigue Tomás Yarrington, ex gobernador de Tamaulipas, que oscila entre acusaciones echadas abajo por la PGR y la descalificación de testigos protegidos que declararon en su contra —y en contra de medio centenar más de acusados de ligas con el narco— y el hecho de que el ex presidente gringo George W. Bush acostumbraba vacacionar en el rancho del tamaulipeco.

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