Indicador Político

En 1994, el país se había hundido en un colapso político que cimbró las estructuras del sistema político priísta: alzamiento guerrillero en Chiapas con enorme apoyo social, secuestro de empresarios, asesinato del candidato presidencial del PRI Luis Donaldo Colosio y la incertidumbre de las elecciones en agosto. La expectativa oficial era que México avanzará en las rondas del mundial de futbol en los Estados Unidos para atenuar la crisis.
El papel de México no fue bueno: perdió con Noruega, le ganó a Irlanda y perdió con Italia, pero tuvo 4 puntos y pasó a octavos de final donde fue liquidado por Bulgaria en penales. La final la ganó Brasil a Italia en penales. Al terminar el mundial, los ánimos nacionales se habían serenado un poco por el factor de descarga emocional del futbol y las elecciones fueron ganadas por el PRI con el 48.7%, contra el 26% del PAN y el 16.5% del PRD, y esas cifras con bajas impugnaciones.
Modernizado por la influencia de Europa y América Latina, el futbol tiene el antecedente histórico del juego de pelota del México indígena: jugadores que golpeaban una pelota con la cadera y trataban de hacer pasar por un agujero colocado en la pared a unos dos maestros de altura. Como todo en esos tiempos, el juego de pelota tenía factores político-religiosos-convivencia tribal. El primer equipo de futbol fue el Orizaba Athletic, fundado en 1898, de acuerdo con los datos de Wikipedia. De entonces a la fecha, el futbol se ha colocado como el deporte número uno en la república.
Como factor socio-político, el futbol se consolidó como un elemento de evasión social y antidepresivo político junto con la televisión, a mediados del siglo pasado. Desde entonces, futbol y poder político han ido de la mano, a veces como elemento de control social y casi siempre como un distractor. Ahora mismo, en el escenario de la copa mundial de Brasil 2014, el debate nacional ha radicado en el papel distractor-centralizador de la atención social por la discusión en el congreso de las leyes secundarias en energía y telecomunicaciones. El problema no ha radicado en saber si el mundial quitará o no la atención del debate legislativo, sino en saber si los partidos políticos estarían utilizando el futbol para distraer-centrar la atención de los legisladores.
El futbol es un negocio por el papel de los patrocinadores, pero también es un poder político por la influencia en la sociedad. Sin embargo, el futbol aún no adquiere el rango determinante que existe, por ejemplo, en Argentina. Brasil es un país futbolero por excelencia, pero los disturbios recientes y los que se preparan para los partidos oficiales que comienzan el jueves 12 de junio indican que ya no tiene obnubilada a la sociedad. No sólo la pobreza sino las expectativas frustradas de los brasileños que han salido de la miseria pero no han encontrado oportunidades han estimulado las protestas, muchas de ellas artificiales pero presentes con altos grados de violencia.
El poder político y social del futbol se divide en una élite de poder formada por la televisión privada y la hegemonía política gobernante. La primera privilegia el negocio por el control de los patrocinadores y la segunda utiliza el papel adormecedor del futbol en las clases medias y bajas. Sin embargo y a pesar de la pasión que domina a las masas en torno al futbol, es la hora en que el futbol no controla la política aunque sí colabora con ella. Los futbolistas que participan en campañas de los partidos no garantizan apoyos masivos.
El control del futbol ha construido un poder de dominación económica; Televisa es propietaria del América pero tiene influencia en los equipos con los que tiene la exclusividad de la transmisión; hasta ahora, Televisa le entra al juego de la hegemonía política que gobierna pero privilegiando el negocio de los patrocinios. La selección mexicana de futbol es un negocio de los dueños de los equipos y el gobierno tiene poca o nula participación en el futbol, a pesar de que debería hacerlo por el papel de representación nacional del nombre de México. Actualmente las leyes deportivas apenas regulan el funcionamiento de equipos pero carecen de instrumentos para modular el negocio.
El asunto ha llegado al fraude. En 1988 la federación de futbol controlada por los dueños de los equipos permitió la falsificación de actas de jugadores para una competencia de jóvenes menores de veinte años participaran en las preliminares del campeonato juvenil de 1989; una denuncia periodística estalló el escándalo y México fue condenado a no participar en contiendas internacionales por dos años, impidiendo su asistencia al mundial de futbol de Italia en 1990. Pese al delito implícito en la falsificación, el directivo Rafael del Castillo no sufrió ningún castigo penal.
El gran negocio del futbol son los patrocinios: fabricantes de artículos deportivos, cervezas y licores, telefonía móvil, alimentos chatarra y derivados, artículos para caballeros y damas y empresas de alimentos para niños. La parte más importante se localiza en la exclusividad para la venta de cervezas y refrescos en los estadios, donde controlan el mercado la cerveza Corona y la Coca Cola. Resulta paradójico que el deporte que exige de suyo la limpieza del espíritu y los alimentos sanos dependa de la venta de cerveza en los estadios.
Desde Aristóteles se aconsejaba el deporte y el gimnasio para la estabilidad del cuerpo y del alma. Pero como parte del juego del hombre —concepto para referirse al futbol, que acuñó el comentarista de televisión Angel Fernández—, el deporte se ha pervertido por el negocio, los intereses de los equipos que quieren ganar fuera de las canchas y el poder de dominación social que representa la pasión por el deporte. Los aficionados al futbol saben de los fraudes, de los arreglos entre dueños para apoderarse de los equipos, del dominio de Televisa y TV Azteca vía la transmisión televisada de los partidos y del negocio de los patrocinios, pero aun así participa concientemente en las apariencias siempre y cuando obtenga una distracción en sus penurias cotidianas.
Los aficionados se dividen en tres clases:
—La clase alta que hace fiestas en su casa para mirar los partidos o posee palcos en los estadios.
—La clase media que se concentra en restaurantes, bares y cantinas y apuesta a los equipos.
—Y la clase baja que abarrota los estadios para admirar en vivo y en directo a sus deportistas preferidos.
Nada bueno se puede esperar del papel de México en Brasil. El anterior entrenador Chepo de la Torre fue despedido por malos resultados y Miguel El Piojo Herrera entró al rescate. Pero el drama en la conducción de los equipos radica en el hecho de que los directores técnicos carecen de estrategia, apenas dominan las tácticas y descansan en la pasión que le pongan los jugadores. Y la selección no juega a ganar sino a cometer el menor número de errores y por tanto a capitalizar los errores del contrario.
El futbol es un gran engaño nacional porque es, ante todo, un negocio. Y el bajo nivel nacional seguirá hasta que el poder político decida meterse a regular un deporte que define muchas veces el carácter y el ánimo nacionales.

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