En 1787 Grigory Potemkin, un militar y político ruso, ordenó construir fachadas falsas de casas y negocios para montar una suerte de escenario de una ciudad próspera dentro de las tierras recién conquistadas en Crimea que en realidad estaban desoladas; el montaje se hizo para ofrecer un recorrido a la reina Catalina II, quien financiaba las expediciones.
La leyenda cuenta que conforme avanzaba el convoy de la reina, los aliados de Potemkin desmontaban la escenografía para colocarla más adelante, y así alargar el camino de una urbe ficticia llena de utopías de un desarrollo económico y político.
La anécdota es el punto de referencia de la exposición El teatro del mundo, que se inaugura mañana en el Museo Rufino Tamayo Arte Contemporáneo, la cual cuestiona la teatralidad alrededor de la arquitectura en las ciudades, desde los rascacielos y los monumentos históricos, hasta el trazo de zonas habitacionales y regiones industriales que responden a un contexto político-social específico.
Con la curaduría de Andrea Torreblanca, la muestra se compone de 25 obras —fotografía, escultura, video, instalación y dibujos— de 21 artistas quienes en conjunto reflexionan el concepto del “teatro del mundo” que se ha usado también en la literatura de Calderón de la Barca y Shakespeare para referir a la arquitectura como un escenario distinto a la realidad.
El teatro del mundo es un concepto que se ha usado desde la antigüedad y hace referencia a que el mundo es un escenario donde todos tenemos un rol establecido, la arquitectura funciona como ese escenario, y da pie para hablar de temas como nacionalismo, representación de la cultura e identidad.
La exposición es un recorrido que nos permite ver diversos momentos de la historia representados en el arte”, detalla en entrevista Torreblanca.
Sin seguir un orden cronológico, el discurso curatorial presenta el trabajo de artistas que abordan problemas sociales, políticos y económicos desde revisiones del entorno urbano. Es el caso de la instalación Ciudad doblada, de Carlos Garaicoa (Cuba, 1967), quien dibujó en cartón las fachadas de edificios emblemáticos para formar una maqueta que refiere a la función social de la arquitectura.
Mientras que Meschac Gaba (República de Benín, África, 1961) presenta Trenzas, una serie de pelucas con cabello trenzado que toman la forma de edificios de Alemania y Francia en una crítica a los rascacielos como símbolos de un desarrollo irreal.
Otras obras son más irónicas con un sentido del humor que igual abordan cómo se adornan las ciudades, cómo se ornamentan para un evento mundial, un evento deportivo o cuando llega un diplomático. Otros artistas analizan hechos particulares desde la idea de utopía y sus fracasos”, añade.
Aquí se insertan trabajos como la serie fotográfica Costa esqueleto, de Alexander Apóstol (Venezuela, 1969), quien se propuso retratar las estructuras metálicas de hoteles y centros de diversión en la zona turística de Venezuela, pero que quedaron sin concluir y en abandono por la crisis económica.
Vemos una representación de utopías y promesas fallidas donde el monumento es un espectáculo”, concluye.
Tamayo, sobre el escenario
Sin perder los elementos universales de la historia griega, Rufino Tamayo imprimió la iconografía de la cultura mexicana en el ballet Antígona, del Covent Garden de Londres en 1959, en el que participó con el diseño del vestuario y escenario de la coreografía que se presentó en el Royal Opera House como una propuesta innovadora.
A medio siglo de su estreno, los bocetos originales, fotografías y documentos periodísticos sobre este trabajo escénico del pintor mexicano se revelan en la muestra Antígona.
Exposición documental, que se presenta en el Museo Rufino Tamayo a partir de una revisión del archivo personal del artista.
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