Muchas de las ideas de Karl Marx —a pesar de sus numerosos detractores— tienen plena vigencia. Una de ellas es la relativa a que el capital no tiene nacionalidad; de ahí que su idea de una alianza internacional del proletariado tuviera total congruencia, es decir, la única forma de hacerle frente a una fuerza planetaria era construir una fuerza autónoma de trabajadores capaz de actuar también a nivel mundial.
Lo anterior viene a cuento ante la reciente discusión en torno a si Brasil está “más de moda que México”, y sobre cuál de las dos naciones debe ser considerada como el destino más adecuado para la inversión extranjera, y, en consecuencia, como el país al que los capitales deben voltear a ver.
Amén de que tal debate hace recordar la propuesta planteada por David Ricardo sobre las ventajas competitivas entre las naciones, lo más importante a destacar es el tono y los términos en que se da esta extraña forma de debate entre dos países que se consideran “históricamente hermanadas”.
Si los críticos contemporáneos del sistema tienen razón —como parecen tenerla—, lo primero que debería considerarse es que el capitalismo globalizado actúa de manera cuasi corporativa; es decir, se trata de menos de dos mil grupos empresariales actuando a través de administraciones locales en las que los gobiernos de los países, especialmente los más pobres, actúan como si fuesen sus gerencias regionales.
Un reciente estudio muestra cómo la fortuna de los tres hombres considerados como los más ricos del mundo supera al PIB de 90 países. Lo que es más, si se toma a cualquiera de estos súper ricos, y se suma el PIB de los cincuenta países más pobres, estaríamos hablando de cantidades similares.
Asimismo, si se piensa en cuáles son las empresas que más ganancias obtienen anualmente en México o en Brasil, lo que se va a encontrar es que en las listas de las 100 mejor posicionadas, sus oficinas “matrices” están localizadas muy lejos de Brasilia o de la ciudad de México.
Quien dude de lo anterior puede visitar el sitio de latintrade.com, y rápidamente podrá darse cuenta de que entre las 500 compañías más grandes de América Latina, la mayoría es parte o está asociada a grandes corporativos globales. Esto sin descontar que hay empresas que han surgido efectivamente en alguno de los países de la región, pero cuyo modelo de operaciones responde a una lógica regional y por lo tanto global; así los casos en México, por ejemplo, de Cemex, Bimbo, FEMSA, entre otras.
Llama poderosamente la atención que un socialista como Lula da Silva actúe como portavoz del capitalismo trasnacional. Lo esperable de un personaje así sería un discurso tendiente a la crítica y desde el cual se hiciera un llamado a construir un bloque económico regional capaz de generar equidad y bienestar.
Una idea así es posible; pensemos como ejemplo en los países escandinavos en los cuales se ha arraigado, como modelo (no sin enfrentar duros embates de la derecha conservadora), la defensa de un Estado democrático de bienestar sustentado nada menos que en la defensa y el cumplimiento universal de los derechos humanos.
Podríamos comenzar, como región, a sustituir conceptos como el de “competitividad del trabajo” por el de “trabajo y salarios dignos para todas y todos”; el de “sistema de protección social” por el de “Estado de bienestar”; y el de “combate a la pobreza” por el de “justicia social y combate a la desigualdad”.
Imaginemos a dos países del tamaño y con la capacidad de influencia que hoy tienen Brasil y México liderando estas agendas a nivel internacional; eso sería mucho más loable que la discusión, desde posiciones nacionalistas primitivas, que se está llevando a cabo en estos días.
Todo esto puede tener sentido o no. Actuando quizá con la frivolidad que exige el caso, tal vez sólo se trata de “calentar” el partido de fútbol que viene en los próximos días.
1.75 millones fuera del preescolar
El Informe sobre el Derecho a una Educación de Calidad nos muestra una realidad impresentable en materia de educación preescolar en el país. Tenemos, según este documento elaborado por el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), a 1.5 millones de niñas y niños de tres años de edad que no asisten a la escuela en este nivel educativo.
Adicionalmente, nos advierte el instituto, tenemos a prácticamente 250 mil niñas y niños de cuatro años de edad que tampoco están matriculados en el sistema educativo, lo cual nos da una cifra de 1.75 millones de niñas y niños de tres y cuatro años, privados de su derecho a una educación de calidad. Quizá lo más alarmante en el tema es que, a diferencia de otros niveles educativos, en los que el problema se encuentra en el abandono de la escuela por falta de recursos económicos, condiciones de violencia, migración, etcétera, en el preescolar la cuestión es que no hay escuelas a las cuales inscribir a las niñas y los niños.
Adicionalmente está la cuestión de que para muchas familias es prácticamente imposible llevar a sus hijas e hijos al preescolar, pues el horario de atención es sumamente reducido; inicia muy tarde y termina muy temprano; en términos llanos, es incompatible con las cargas laborales de las familias.
Desde esta perspectiva, una de las recomendaciones que hace el INEE se sintetiza en la vieja demanda de ampliación de los horarios en este nivel, además de una radical transformación del modelo de atención: de uno rígido “academizante” como el que tenemos ahora a uno de mucho mayor flexibilidad.
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