Lula logró el sueño de todo político: imponer a su sucesor. En este caso sucesora. Y dejó a Dilma y luego se distanció de ella, pero con el tiempo las cosas volvieron a la armonía y entonces Lula retomó su papel de promotor de una elección. Y en ese marco se dieron las cosas actuales: México no le llega a Brasil ni a los tobillos, dice en síntesis. Al menos eso dijo en Porto Alegre a fines de la semana anterior.
Idudablemente Luiz Inácio Lula da Silva, Lula, el carismático ex presidente de Brasil cuyo activismo a favor de su valida, Dilma Rousseff, llega ya a límites de delirio, se comporta como deben hacerlo todos los políticos profesionales: de acuerdo con sus conveniencias, sin espacio para consideraciones de congruencia.
Sus palabras en relación con México y Brasil, innecesariamente comparados en esa absurda polémica de quién es quién en Iberoamérica y cuál de los dos representa la esperanza del futuro, la habilidad en la conducción política y la delantera en la infinita carrera contra el subdesarrollo han molestado a muchos mexicanos. Pero aquí nos ocurre como escribió Sor Juana: “sin ver que sois ocasión de lo mismo que juzgáis”. ¡Ah!, cuántos altares de absurda imitación alzamos cuando Lula sorprendía al mundo con una campaña de publicidad magistralmente dirigida, muy por encima de los reales logros de su gobierno. Incluso la disputa por Lula llegó a límites terribles. El entonces gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, se quiso reunir con el presidente de Brasil y la cancillería de Felipe Calderón operó (como hizo también en Washington, en ocasión similar) para evitar la reunión, pues el “padrinazgo” de Lula le otorgaría ventajas electorales al entonces seguro candidato a la presidencia.
Pero Lula logró el sueño de todo político: imponer a su sucesor. En este caso sucesora. Y dejó a Dilma y luego se distanció de ella, pero con el tiempo las cosas volvieron a la armonía y entonces Lula retomó su papel de promotor de una elección. Y en ese marco se dieron las cosas actuales: México no le llega a Brasil ni a los tobillos, dice en síntesis. Al menos eso dijo en Porto Alegre a fines de la semana anterior.
Todo lo anterior no pasaría de ser una anécdota propia de la megalomanía brasileña. Ellos son lo más grande del mundo, ya lo sabemos.
Por eso algunos criticamos cuando hace ya muchos meses Lula era la estrella del espectáculo chiapaneco con el cual se iniciaba la Cruzada Nacional contra el Hambre en abierta imitación de los programas sociales de Brasil. “Nomás me querías para eso”, le dicen hoy los indignados mexicanos, mientras él recorre el mundo dispensando “caipirinha” con el dedo.
“Peña Nieto y Lula da Silva visitarán (abril 2013) el municipio de Zinacantán, Chiapas, donde Lula da Silva dará un discurso sobre su experiencia con el programa “Hambre Cero”, que impulsó en Brasil y con el que pudo abatir la pobreza extrema de 30 millones de brasileños”.
Quien antes respaldaba las políticas públicas de México, hoy pone sus puntos sobre sus íes y ofrece como ejemplo de progreso a Petrobrás y alude al paquete reformista mexicano como algo ya hecho por Brasil hace mucho tiempo.
Y mientras tanto la realidad le dicta otro discurso, huelgas, paros, manifestaciones; desigualdad, pobreza, corrupción antes de la “fiesta” del futbol, donde (lo pronostico) no van a ganar la Copa del Mundo.
La “Fifocracia”, gobierno por unos días
La FIFA, esa poderosa y omnipotente organización erigida en torno de pelotas y estadios, historias de infinita corrupción y abuso, coordinadora del moderno mercado de gladiadores en calzoncillos, se convierte por un lapso en la verdadera reina del mundo.
Mientras los más ociosos pensadores del mundo contemporáneo se devanan la sesera en torno del anacronismo monárquico en el mundo y la discusión se ubica entre la nostalgia y el respeto por las tradiciones o la irrupción al mundo de la plena igualdad entre los humanos, durante algunos días la FIFA; esa poderosa y omnipotente organización erigida en torno de pelotas y estadios, historias de infinita corrupción y abuso, coordinadora del moderno mercado de gladiadores en calzoncillos, se convierte por un lapso en la verdadera reina del mundo.
En torno de sus fantasías se adhieren los mensajes de los poderes mundiales, ya sea del Vaticano a México o de España a Brasil. El discurso de la FIFA en torno, por ejemplo, del racismo, contra los vándalos en los estadios cuyos gritos imitan los gritos de los mandriles cuando un africano lleva el balón, se convierte en políticas de gobierno, como en Brasil.
En ese país, donde la inconformidad y la pobreza avanzan de la mano, la presidenta Rousseff no halla más inspiración sino el futbol y escribe un lamentable artículo de prensa en el cual se advierte el triunfo del comunismo: puros lugares comunes.
“La “Copa de las copas”, como cariñosamente la bautizamos —dice—, será también la Copa por la paz y contra el racismo, la Copa por la inclusión y contra todas las formas de prejuicio, la Copa de la tolerancia, del diálogo, del entendimiento y de la sustentabilidad (¿?). “Organizar la Copa de las Copas es motivo de orgullo para los brasileños. Fuera y dentro de la cancha, estaremos unidos y dedicados a ofrecer un gran espectáculo. Durante un mes, los visitantes que estén en nuestro país podrán constatar que Brasil vive hoy una democracia madura y próspera. “El país promovió, en los últimos doce años, uno de los más exitosos procesos de distribución del ingreso, aumento del nivel de empleo e inclusión social del mundo.
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