Cae en DF apoyo a víctimas de trata

Carolina no puede pronunciar “trata de personas”. Cuando esas palabras quieren flotar desde su estómago hasta la boca, parece que tuviera cosidos los labios. La voz sólo le alcanza para enunciar “eso” o “esto”, porque decir que su hija Érika de la Piedra pudiera estar atrapada en una red de tráfico de personas le cierra la garganta.

El miedo, a sus 51 años, tiene la forma de un recorte de periódico que guarda en una carpeta sobre el caso de su hija: una investigación de un Diario de circulación nacional sobre un grupo de proxenetas que roban niñas y jovencitas, las ocultan en casas de seguridad conocidas como “cuartos verdes” y las trasladan a diferentes estados o países para explotarlas sexualmente ¿habrá pasado por ahí Érika, de ahora 24 años?

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Esas 15 letras impronunciables sólo las verbaliza ante las autoridades: la hipótesis de que su hija se fue de casa voluntariamente ya no es creíble a 23 meses de su desaparición, así que ahora exige investigar si su niña —estudiante de Administración de Empresas en la UNAM, alguna vez aspirante a modelo, desaparecida desde el 2 de julio de 2012 cerca del centro comercial Parque Delta, en la delegación Benito Juárez— nunca volvió a casa porque se la llevó un grupo criminal dedicado a prostituir jóvenes.

“Por el tiempo que ha pasado tengo el temor de que (Érika) esté en eso (trata). Pido a las autoridades que empecemos a buscar desde ahí, porque tengo el temor de que alguien la engañó y se la llevó”, dice Carolina mientras sostiene una foto de su hija: tez blanca, ojos verdes, nariz recta. Bonita.

Cada semana de ausencia, sin llamada para pedir rescate, alimenta la línea de investigación de trata, porque Carolina conoce que el perfil de su hija es el que busca el crimen organizado para la prostitución forzada. Supo ese dato caminando junto a padres que también buscan a sus hijas en la madeja de la trata de personas en México.

Sin embargo, su exigencia se ha dado un encontronazo con las autoridades capitalinas, quienes hasta el momento no aceptan su tesis de secuestro con fines de explotación sexual.

“Después de buscar tanto, buscaré por esa parte, porque es un terror sólo imaginarse, como madre, el calvario que pueda estar pasando”, menciona Carolina, a quien se le quiebra la voz al hablar sobre la información reciente del caso. “Tenemos nada, porque están buscando por el lado equivocado”.

Mira con amor ese rostro que no ve desde un lunes de hace dos años; a veces, combina la mirada cariñosa con la de incredulidad, como si fuera una pesadilla que mientras el país amanecía con la noticia de la vuelta del PRI a Los Pinos, ella registraba a su única hija en el Centro de Apoyo a Personas Extraviadas y Ausentes del Distrito Federal, bajo el expediente AYO/2143/2012.

Luego, la mamá se vuelve fuerte. Seca las lágrimas y se yergue. Se inyecta esperanza al imaginar que, si su instinto es correcto y guía la investigación hacia la trata, un día sus lágrimas habrán servido para regar el sueño de preparar un flan napolitano a Érika, su postre favorito.

“¿Usted cree que las autoridades sí quieran investigar el caso de mi hija por ´eso´?”, pregunta, mientras se limpia el rímel corrido.

Ayuda, en picada 

En los últimos cinco años, el presupuesto de ayuda a las víctimas de este delito en el Distrito Federal se ha desplomado, y ante la desconfianza y la falta de apoyo de autoridades, los familiares de presuntas víctimas de trata se han transformado en una suerte de detectives que buscan encontrar a sus seres queridos dentro del sórdido mundo de la esclavitud sexual y laboral.

En 2003, después de una escalada de violencia en la capital, el gobierno del DF creó el Fondo para la Atención y Apoyo a las Víctimas del Delito (FAAVID), un fideicomiso operado por la procuraduría local con un consejo —cuyo presidente es el jefe de gobierno en turno— que otorga apoyos económicos para indemnizar a un ciudadano que no fue protegido por las autoridades ante crímenes de alto impacto.

De acuerdo con una solicitud de información elaborada por este diario, el FAAVID no tuvo presupuesto en los dos primeros años, 2003 y 2004. Fue hasta 2005 cuando arrancó con una “bolsa” anual de 8.7 millones de pesos y fue creciendo hasta 2008, cuando se le asignaron 21 millones anuales para resarcir a las víctimas. Después de ese año, el dinero se les regateó.

En 2009 el fondo bajó a 19.9 millones; en 2010, se desplomó hasta 6 millones; en 2011 quedó en 3.1 millones y desde 2012 hasta 2014 se mantiene en su nivel más bajo: 2 millones 41 mil pesos cada año.

En otras palabras: este 2014, el FAAVID quedó 958 mil pesos más abajo de los 2.9 millones de pesos que costó la remodelación de la oficina del jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera.

De ese presupuesto, las víctimas de trata apenas arañan unos pesos. De acuerdo con la misma solicitud, el FAAVID sólo ha ayudado económicamente a tres víctimas, a quienes ha entregado 70 mil pesos, 70 mil pesos y 50 mil pesos.

En 11 años de vida, dicho fondo ha sumado un presupuesto total de 88.6 millones de pesos, pero a las víctimas de trata en el DF apenas ha otorgado 190 mil pesos, es decir, el equivalente al 0.2%; sobre cómo se usa el resto del dinero, la PGJDF no dispone de un informe público.

Para el resto de las víctimas de trata —entre enero de 2007 y noviembre de 2013, la procuraduría reportó el rescate de 579 personas— no hubo apoyo económico.

La disparidad entre las cifras y la arenga de las autoridades preocupa a los familiares de desaparecidos en el DF, que tienen indicios para pedir que sus casos se investiguen bajo líneas de trata de personas.

Esclavitud laboral 

Alicia no titubea para decir que las autoridades buscan a ciegas. Su voz tiene ese volumen con el que se dicen las cosas sobre las que no hay duda: el crimen organizado ha comenzado a secuestrar jóvenes universitarios del DF para esclavizarlos en sus filas. Está convencida de eso porque una de las víctimas podría ser su hijo Francisco Albavera Trejo, de ahora 24 años.

“Sé que muchos jóvenes con cierta especialidad en redes sociales e informática son captados para conectar antenas (y vigilar enemigos). (También) chicos que estudian medicina. Lo sé y no se ha explorado nada”, comenta Alicia, mamá de un joven que dejó inconclusa su carrera de Ingeniería en Informática. Habla sin balbucear porque en su andar con madres de desaparecidos ha conocido la información que le permiten decir “lo sé”. Hace tres años, la Cámara de Diputados reveló que, según un informe de la Comisión de Seguridad Pública, entre 2006 y 2011 al menos 23 mil jóvenes fueron reclutados por organizaciones criminales; asimismo, la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA) ha señalado que desde 2011 las bandas delincuenciales atrapan principalmente ingenieros y médicos para obligarlos a trabajar con ellos.

Por eso, Alicia piensa que en las redes de trata —en su modalidad de explotación laboral— pueden tener atrapado a Francisco, a quien dejó cerca del Metro Pantitlán antes del amanecer del 26 de marzo de 2012 para que llegara a su primera clase del séptimo semestre en la Unidad Profesional Interdisciplinaria de Ingeniería y Ciencias Sociales y Administrativas (UPIICSA) del Instituto Politécnico Nacional, pero él nunca pisó el plantel.

Al principio, pensó que estaba secuestrado, porque cerca de las 2 de la tarde de ese día, un mensaje de texto del celular de Francisco llegó al teléfono de un compañero: “A tu amigo Paquito lo tenemos guardadito. Vamos a llamar a partir de las 12 para que empiecen a cooperar. No llamen a la policía. No la chinguen o se muere”, recita Alicia de memoria. Sin embargo, nadie ha pedido rescate.

El temor de no poder pagar un rescate ha mutado al miedo de que lo hayan “levantado” para trabajar con un grupo criminal aprovechando su pericia con las computadoras. La esperanza: que sea de tanta utilidad, que aún esté vivo.

“En la cuestión de la trata, cuando lo planteo me preguntan ‘¿su hijo era muy, muy bueno?’ Él era de calificaciones notables, ponía mucho empeño a la escuela”, narra su mamá. “Francisco es un chico muy bien preparado. Es un chico muy ingenuo, de esos que se querían comer al mundo. Yo siempre he dicho a las autoridades que si a él lo captaron debió ser (a través de un contacto) por las redes sociales”.

Cuando le pregunto a Alicia cómo recuerda a su hijo Francisco, su rostro se ilumina. “Nadando conmigo. Yo nadaba por necesidad, padezco artritis reumatoide y el médico me recomendó natación. Mi hijo era mi maestro”.

Pero desde que no lo ha visto, tiene una pesadilla frecuente: ella nada contenta hasta que se da cuenta que está sola, sin su hijo y entonces lo llama a gritos, mientras sus lágrimas elevan el nivel del agua. Cuando el agua sube demasiado, ella despierta del sueño con la cara húmeda y el corazón encogido.

“Cuando él regrese, yo regresaré a nadar”, indica. Ahora, sin él, eso es imposible: el agua duele más que la artritis reumatoide que se empeora con el tiempo.

Tras la pista 

“Estoy tratando de sobrellevar las cosas. Ya pasó mi época de estar enojado y gritar al cielo ´¿por qué permitiste esto?´, ahora estoy muy triste, pero buscándola”.

Esta es una búsqueda atípica en la maraña de la trata de personas en la capital: el detective es Aztlán, joven de 20 años, quien indaga la desaparición de su novia, con quien lleva cuatro años de relación. El estudiante de preparatoria abierta pasa las tardes tratando de descifrar la pregunta ¿dónde está Ivonne Martínez Martínez?

La última vez que la vio fue el Día del Amor y la Amistad de este año. Se quedaron de ver a las 9 de la mañana en la parada de camiones ubicada en la esquina de las calles Mimosa y Las Torres en la colonia San José del Olivar, Álvaro Obregón. Pasó por ella, estuvieron juntos durante la mañana en casa de él y a las 2:30 de la tarde la acompañó al paradero, pues debía ir a su trabajo como mesero en un restaurante. Se despidieron con un beso y la promesa de verse el siguiente martes, pero esa cita sigue en espera.

“Ella no tuvo teléfono durante años, así que nos acostumbramos a no hablarnos, sólo nos quedábamos de ver para tal día y eso hacíamos. El viernes (14 de febrero), al despedirla, quedamos de vernos hasta el martes. En el transcurso de ese tiempo, sus hermanas pensaron que se estaba quedando conmigo, por eso nos dimos cuenta de su desaparición hasta el 18 de febrero, cuando no estaba ni con su familia ni conmigo”, narra Aztlán.

El 19, por la mañana, comenzó la pesadilla: Ivonne quedó registrada en CAPEA bajo el folio AYO/599/2014 y las riendas de la investigación fueron tomadas por Aztlán y su mamá, pues la chica no tiene padre desde los 13 años. Usaron todo lo que tuvieron al alcance: recorridos, cuestionarios, peticiones de auxilio en redes sociales, volantes… hasta que llegó una pista que los hace pensar en que es una desaparición por trata sexual.

“Un amigo me dijo que me podía ayudar con su paradero preguntando con gente que él conoce. En un mes y medio, me dijo que fue a (la delegación) Cuajimalpa a pegar volantes y que muy cerca de un bar vio a una chica muy parecida y lo investigó”, menciona Aztlán.

El bar se llama El Quinto Toro, un local cerca de una parada de autobuses que van a una zona conocida como La Cabrera.

El amigo había reconocido ese característico lunar en la mejilla izquierda de Ivonne en una muchacha que atendía a visitantes de ese lugar conocido por los vecinos por ofrecer tragos baratos y relaciones sexuales con muchachas a choferes de camiones, taxistas, obreros y caminantes por la frontera entre el DF y el Estado de México.

“No es un bar normal, sino uno de citas”, acota Aztlán, quien sabiendo de la peligrosidad de los captores, eligió no intentar un rescate por su cuenta y dio aviso a las autoridades.

“Yo creo que ella está en eso de trata de personas, porque cuando hay secuestro piden un rescate y ya van más de tres meses; no creo que se haya ido, la conozco, es una chica muy seria, muy tranquila. Si realmente hubiera querido huir, la verdad, se hubiera ido conmigo”, enfatiza el joven.

Aztlán calla. Un silencio lo envuelve por unos segundos. Abre la boca y dice una verdad enorme, como amor de adolescente.