México en los tiempos del neoliberalismo

Cuando asomé por primera vez la cabeza para ver al país, López Mateos era presidente. Yo todavía niño, me guiaba por las pláticas de los mayores, quienes a su vez repetían lo dicho por los medios de comunicación. Con todavía un tufillo a Revolución Mexicana, pero ya de lleno en el camino que nos llevaría al reino capitalista. Con Cárdenas se acabó el ascenso revolucionario. El sistema arranca su paso firme hacia la derecha.
Las conquistas revolucionarias caerán poco a poco. De modo implacable, víctimas del propio sistema engendrado por un proceso de cambio pequeño-burgués, que no llegó, contra lo esperado por voceros de un socialismo ramplón, a transitar al comunismo, como sucedió en Rusia. Gradualmente la verborrea “revolucionaria” desapareció.
La educación pública, orgullo de los gobiernos hasta López Mateos, se hizo indigente. Los hijos de los ricos que emergían del PRI prefirieron mandarlos a universidades privadas, para colmo religiosas. López Mateos fue hábil al ser el primero en hablar de “economía mixta”. Un Estado rector y la inversión privada, coexistiendo. México fue por unos años “de izquierda dentro de la Constitución”.
Fueron tiempos curiosos, como los que ahora Peña Nieto duplica. El Estado intenta ser guía de la economía, cuando en realidad sirve a los intereses empresariales. Y aquí se repite el perverso juego. Los medios leales a López Mateos acentuaban su lucha contra la voracidad empresarial y bancaria.
Nada ocurría. Ahora Peña Nieto les advierte entre amable y enérgico, pensando en lenguaje deportivo, que la IP debe ponerse la camiseta para que ganemos todos. Precisa: ya están las reglas del juego, ahora, señores, primero la patria e inviertan aquí.
Tan lastimosas me suenan sus palabras como las de López Mateos. Hay que suplicarles a los millonarios, rogarles que salven al país que explotan, que los ha hecho inmensamente ricos. El Estado al servicio de los poderosos. Para los pobres tenemos a Rosario Robles repartiendo sarapes y despensas.
Es aquí donde entran los medios a elogiar el patriotismo presidencial y a hacerles algunas críticas a los millonarios, bien organizados y sabedores que el Estado está a su servicio. El dinero no tiene patria.
El sistema, no hablemos de partidos, todos son casi idénticos, le sirve a los poderosos, no a los millones de mexicanos pobres. Con las mayorías se ensañan, para paliar sus protestas y quejas, les dan limosnas y charlatanería. El discurso oficial es por demás demagógico y tiene pocas variantes. Hay que progresar para que nuestros poderosos sean felices. Por fortuna para el sistema, viene el mundial de Brasil. Las críticas se detendrán y seremos abrumados por los gritos nacionalistas de ¡Gol, gooool!, si es que la selección consigue anotar.
Pero lo importante es que le darán a Peña Nieto algunas semanas para repensar sus farragosos discursos y tratar de explicarnos mejor por qué la cancha de los ricos es muy bonita y nosotros jugamos en llanos polvorientos.
Por lo menos la oratoria de López Mateos era creíble, nos estaba salvando de la voracidad de los ricos que el sistema ha creado. En tiempos de globalización de la libre empresa, a Peña Nieto le toca el triste papel de rogarles a los poderosos que sean buenos con la muy lastimada patria.
Mi vida personal como profesor
He insistido mucho en mis antepasados: abuelos maternos y paternos fueron maestros, escribieron y enseñaron, particularmente en los tiempos de la educación socialista. Del lado Avilés, ser maestros de niños y teorizar sobre metodologías educativas fue obligatorio. Si bien aspiraba a ser lo que soy, escritor de literatura, era imposible sustraerme a mi destino magisterial. Comencé a dar clases de secundaria antes de casarme, siendo un joven que cursaba Ciencias Políticas en la UNAM. Mi padre, quien trabajaba en la Comisión del Libro de Texto Gratuito, presidida por Martín Luis Guzmán, me ayudó a obtener trabajo como maestro de Educación Cívica, la que en cuanto pude cambié por una materia más adecuada: Español. En poco tiempo, antes de recibirme, pasé a ser profesor en mi escuela, Ciencias Políticas. Allí estuve unos quince años y luego fui en busca de un método más atractivo y por salones menos poblados. Llegué a la UAM-X.
Puedo decir que pasé mis años de formación rodeado de maestros, los míos y los amigos de mis padres. Mi primera salida amorosa fue con una joven recién egresada de la Normal: Isaura, la recuerdo perfectamente, morena, distinguida, atractiva y excelente maestra, lo supe porque iba por ella a su escuela primaria, donde se encargaba de sexto año. Era poco menor que yo, pero la necesidad que tenía la SEP de poblar de maestros al país les permitía a los egresados normalistas tener plaza en cuanto concluían sus estudios. Eran todos maestros de profunda vocación, querían a los niños, creían en los viejos principios de la Revolución Mexicana que tanto énfasis le dieron a la educación con el artículo tercero constitucional, descendían de luchadores que habían resistido la guerra cristera y mantenían una profunda y maravillosa mística. Así veía yo a mi madre, cuando me llevaba de la mano a su propia primaria, donde tenía niños encantados por su manera de impartir clases. Eran tiempos inmejorables para la educación pública. El nivel de los maestros era tan alto que revalidaban sus estudios, equiparándolos a bachillerato, para ingresar directamente a la UNAM. Grandes maestros como José Luis Ceceña o Ricardo Pozas egresaron de la Normal. Los ricos merecían nuestro desdén cuando nos decían los nombres de sus escuelas, eran de santos o de conservadores abominables, para colmo, hacían énfasis en cuestiones religiosas.
Luego las cosas cambiaron. Los nuevos tiempos permitieron que la educación pública se rezagara, los salarios se hicieron miserables y la impartición de clases se hizo lamentable, aparecieron los líderes corruptos, la pereza y ausentismo reinaron, sin que los maestros fueran capaces de estar al día con nuevos métodos y técnicas pedagógicas. El Estado, ya en manos poco sensibles, fue perdiendo el interés que merecía la educación o imaginó acaso que los particulares suplirían su descuido. La irresponsabilidad, el autoritarismo, el sindicalismo al servicio del poder, el estado lamentable de las escuelas y muchas cosas más, fueron creando las condiciones que hoy padecemos los capitalinos a manos de personas que no desean ser educadores dignos. Los resultados han sido fatales y en parte explican el atraso que padecemos.
De pronto comenzaron los estallidos de profesores. Hartos al fin de dirigentes perversos y de mandatarios incapaces, han creado condiciones peligrosas para la seguridad del sistema político mexicano.

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