Resistencia al olvido: Andrés Iduarte

Andrés Iduarte nació en San Juan Bautista, Tabasco, hoy Villahermosa; su formación se la debe a la Universidad Nacional de México, los posgrados a la Universidad Central de Madrid y a la Universidad de Columbia en Nueva York. Hizo una larga carrera académica y ocupó puestos relevantes dentro de la educación y la cultura.
Su última gran tarea de política cultural la tuvo al frente del Instituto Nacional de Bellas Artes, de 1952 a 1954. Murió en 1969, dejándonos recuerdos imborrables y libros formidables como El libertador Simón Bolívar, Veinte años con Rómulo Gallegos, Elogio de México, Alfonso Reyes, el hombre y su mundo, El mundo sonriente y En el fuego de España. Sobresale su hermoso libro Un niño en la Revolución Mexicana. Libros todos de estilo delicado, cuidado y hermosa prosa.
Lo conocí personalmente en las oficinas del antiguo edificio del Fondo de Cultura Económica en avenida Universidad. Ambos éramos autores de tal empresa. El primer encuentro fue muy formal. Nos presentó Salvador Azuela y platicamos acerca de libros.
Fui más lejos y le pregunté por un hecho de su vida, muy significativo en la vida cultural: la muerte de Frida Kahlo. Su plática fue cautelosa y no fue más allá de lo sabido públicamente. Quizá la diferencia de edades lo hizo cauto. La muerte de Frida Kahlo desconcertó a sus amigos y admiradores y hasta a rivales.
El velorio en el Palacio de Bellas Artes fue presenciado por cientos de comunistas. Diego Rivera pidió que le pusieran al féretro la bandera roja por respeto a la causa que ambos habían abrazado con devoción. La reacción del gobierno fue brutal y lo despidieron. Iduarte optó por irse a trabajar a Estados Unidos y recién regresaba jubilado; fue cuando lo conocí. Tuvo la gentileza de obsequiarme dos libros suyos, uno era justamente Un niño en la Revolución Mexicana, autografiado. Ambos están ahora en el Museo del Escritor.
Cuando releí Un niño en la Revolución Mexicana le encontré mayores méritos que durante la primera lectura. Redescubrí su muy hermosa prosa, su estilo elegante y lamenté mucho no haberlo conocido antes. Por fortuna nos legó libros de memorias.
Don Andrés Iduarte al final de su vida, como yo lo vi, era un hombre educado, gentil y fino. No me parece que haya modificado su carácter con el paso de los años. Por recuerdos de amigos suyos (y míos) como Andrés Henestrosa y José Luis Martínez, siempre fue el mismo. Desde sus mocedades debió ser un hombre distinguido que guardó con emoción sus distintos sentimientos, a veces encontrados, que le produjo el movimiento revolucionario. No todos fueron capaces de amar o entender la justa violencia de la Revolución Mexicana.
Sin duda, la visión de Iduarte contrasta con la admiración que produjo en sus contemporáneos la Revolución. Sus páginas al respecto son las de un niño asustado por la brutalidad. Al contrario de Rafael F. Muñoz o el propio Martín Luis Guzmán. Visto en conjunto el movimiento político social de enorme violencia, produjo una literatura de gran peso y alta calidad que en todos los casos produce una sensación de tristeza, fue una revolución grandiosa que estaba destinada a fracasar.
Acaso la mejor metáfora de la época la proporcione Mariano Azuela en Los de abajo, cuando cierra con la muerte de Demetrio Macías apuntando su fusil hacia la nada, hacia un futuro incierto e igualmente desigual e injusto, que en 2014 vemos.
El gran solitario de Palacio en
Xalapa y Pachuca
Acaba de aparecer editada por la Universidad Popular Autónoma de Veracruz (UPAV) la edición conmemorativa de mi segunda novela, El gran solitario de Palacio, escrita entre 1969 y 1970 y publicada en Buenos Aires en 1971. El impulso para escribirla fue político: la matanza del 2 de octubre. La viví paso a paso, desde que llegué, en compañía de Rosario, mi esposa, hasta que ya en la madrugada salimos del departamento de Tlatelolco donde un matrimonio nos ocultó para no caer en manos de policías y militares.
La noche más larga de mi vida. Desde las ventanas podíamos apreciar la intensa lluvia de balas sobre jóvenes desarmados y huyendo en total desorden. Hasta ese momento, prefería el cuento breve. Allí descubrí que requería de mayor espacio para denunciar el aberrante crimen.
La novela fue escrita de principio a fin en París y al concluirla fui avisado que no había condiciones para publicarla en México. Por fortuna, una editorial argentina, Fabril Editora, la pidió y apareció en Buenos Aires. A México llegó un año después. A partir de entonces, se hizo una novela de discreta y tenaz presencia.
Lleva unas 25 ediciones y está traducida a varios idiomas. La crítica literaria y política ha sido generosa con ella. Es la segunda obra en aparecer, luego de la de Luis González de Alba, Los días y los años. Para escribirla releí toda la literatura sobre dictadores latinoamericanos: de Tirano Banderas y La sombra del caudillo, hasta El señor presidente. No había mucho más. No intentaba hacer la crónica de un crimen que presencié, sino criticar al sistema político mexicano.
Ahora la UPAV, con motivo de mis 50 años como literato, ha hecho la edición conmemorativa. Será presentada en distintos foros: el próximo jueves 22 en la Universidad Autónoma de Hidalgo, en esa misma institución, repetirá en la Feria del Libro y finalmente, lo será en su actual casa: en Xalapa, el 7 de junio, día de la libertad de expresión. Una curiosa paradoja: de la prohibición al festejo.
Cuando la tradujeron al coreano, en Corea del Sur, pregunté la razón, me parecía algo extraño. Me respondieron diciéndome que allí también hubo represión contra los estudiantes. Quedaba claro que el 68 mexicano no fue un caso aislado, sino un fenómeno mundial complejo. En mi caso, considera María Esther Arredondo, autora de la cuarta de forros de la edición conmemorativa, basada en el número de críticas y comentarios, que “Para muchos, El gran solitario de Palacio es considerada la mejor novela sobre el 68 y posee grandes méritos literarios y testimoniales que resisten las pruebas del tiempo y el espacio…”.
La nueva edición tiene el prólogo del politólogo chileno Ricardo Yocelevzky y al final una aguda historia de las vicisitudes de la novela escrita por el literato Mario Saavedra. El primero precisa: “El poder y su solitario han dejado en buena medida su hosquedad, parte de su alejamiento y su exigencia de solemnidad en su presencia. La modernidad le exige exposición mediática y la búsqueda de imagen ha traído cinismo y desparpajo… El ambiente refrescado puede ser engañoso. ¿Será que la cirugía es más sofisticada y el solitario está ahí todavía?”.

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