Tras ganarse una sólida reputación como actor en «Drive» , de Nicolas Winding Refn; «Half Nelson» , de Ryan Fleck, o «Blue Valentine» , de Derek Cianfrance, Gosling se pone por primera vez detrás de la cámara con un filme arriesgado y de autor, que destila cierta conexión con la particular «Mulholland Drive» , de David Lynch.
En un pueblo que se muere, Billy (Christina Hendrix) intenta sacar adelante a su bebé y a su hijo adolescente (Lain de Caestecker) , mientras todos lo que han podido han abandonado ese lugar, en el que las casas arden y se derrumban sin que a nadie le importa. Un mundo donde perro come perro.
Alentada por un banquero (Ben Mendelsohn) y para salvar la hipoteca de su casa, Billy aceptará a ciegas un empleo en un inquietante club de variedades regentado por Cat (Eva Mendes) al que se entra por una puerta que emula las fauces de un monstruo y donde el público aplaude la sangre en el escenario.
«Todo el mundo busca una vida mejor. Quizá un día la encontremos» , se escucha durante la película, que coproduce el propio Gosling.
Mientras tanto, su hijo mayor roba cobre y repara el coche que un día le sacará de ese pozo de abandono carnavalesco mientras cuenta las horas con su amiga Rat (Saorise Ronan) , otro personaje extraviado cuya mascota es una rata amaestrada.
Recurrentemente intentarán esquivar a Bully (Matt Smith) , un sádico que se pasea en un descapotable blanco con trono de terciopelo azul que conduce un secuaz con el rostro desfigurado.
Se trata de una inquietante película de una hora y tres cuartos con garra, una cinta compleja que no está llamada a seducir a audiencias generalistas.
Gran parte de la atmósfera de la cinta emana de su cuidada y poderosa fotografía, que firma el belga Benoit Debie, el mismo que fabricó las imágenes de «Spring Breakers» , de Harmony Korine, y de «Irréversible» , de Gaspar Noé, que también se proyectó en el Festival de Cannes en 2002.