El mediodía del viernes 2 de mayo Manuel Mireles esperaba en las instalaciones de la Unión Ganadera de Tepalcatepec, el bastión de las autodefensas de su pueblo, para regularizar con el Ejército las cinco armas largas que posee.
La jornada de registro militar transcurría bajo un sol quemante.
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Unos soldados escribían en computadoras y otros hacían las pruebas de balística a los cuernos de chivo, metralletas R-15, escopetas de caza, pistolas, de un centenar de integrantes del Consejo General de Autodefensas y Comunitarios de Michoacán, formados en hilera.
Súbitamente, Mireles hizo una llamada telefónica mientras en su rostro se perfilaba una sonrisa. No le habló a un mando. No a un familiar. No a un amigo.
Desde ese cuartel improvisado le llamó al misterioso “quinto pasajero” que lo acompañaba en la avioneta en la que tuvo, y por quien tuvo, el accidente aéreo del pasado 4 de enero. Le llamaba a su novia, quien recién cumplió 18 años de edad.
“Quería que fueran por ti para darte lo que me estabas pidiendo: un beso, dos abrazos y dos mordidas”, le dijo Mireles, de 55 años, a La Niña.
La muchacha se excusó, le explicó que andaba con su mamá en un mandado en el centro del pueblo.
“Andas acá y no me quieres ver”, le reprochó con cariño.
El médico escuchó que tampoco ella podía recibirlo ese día para comer con su familia, como lo hacía cotidianamente. Pero de cualquier forma él pensaba arreglárselas para verla más tarde, aunque fuera sólo por un momento.
“Tengo necesidad de verla todos los días”, se sincera.
El primer beso
A unos pasos de Mireles se yergue el árbol del que pende una hamaca delgada: el lugar del primer beso, sellado, dice, en noviembre de 2013.
Mireles arrancaba en Tancítaro la escalada de tomas de comunidades en Tierra Caliente, entre balaceras y carros quemados, sometido por Los Caballeros Templarios.
Un día de noviembre llegó extenuado a la Ganadera y pidió a su escolta que nadie lo interrumpiera mientras tomaba una siesta de dos horas en la hamaca.
Al despertar se enteró que lo buscaba una muchacha de una ranchería. Era una de las candidatas a reina de su poblado, la misma que sus papás habían llevado días antes a su consultorio para que la atendiera de los arañazos y magulladuras recibidas tras la trifulca con las otras dos competidoras.
Mireles dice que desde que la atendió en su consultorio le gustó la mujer chaparrita, pero no dijo nada.
—¿Qué pasó? —le preguntó al verla llegar.
—No, pues yo quiero hablar con usted cosas personales.
La escuchó con sorpresa y terminaron declarándose la atracción que sentían el uno por el otro.
“Pa’ no hacer larga la historia, duró como una hora hablando conmigo y terminamos dándonos un beso bien sabroso, de esos que yo tenía más de 20 años que no recibía”. Enfatiza: “Biiieenn saabroosoo”.
Mireles comenzó a visitarla con el consentimiento de los padres.
“Después iba todos los días a su casa a comer, me iba por toda la terracería. ¡Ruuuuuunnnn!, echando polvo pa’ todos lados.
“Me sentía muy a gusto, tan a gusto que me metía a dormir al cuarto de ella, a mediodía, y ella se quedaba a dormir conmigo, y la mamá pues al pendiente”, dice.
Manuel Mireles le pidió permiso al papá de la joven para invitarla a cenar en las noches.
“Todos los días íbamos a cenar al ranchillo, pero no cenábamos ni madres”, detalla. “Hasta que un día, su papá, don Toño, me reclamó: ‘Oiga pues, se la lleva a cenar y siempre llega con hambre’”.
Entonces le respondió Mireles: “Don Toño, es que yo le doy puros taquitos de aire rellenos con puro amor”.
—Yo nomás te digo que respetes mi casa —le dejó en claro el señor, un migrante binacional.
—Usted cuente con todo eso —le respondió.
Puntualiza: “Y hasta la fecha no la he tocado, por eso es mi novia”.
Divorcio en puerta
En el momento del encuentro con su nuevo amor, Mireles tenía 27 años de casado con Ana Valencia, la mujer con la que procreó tres hijas y dos hijos, cuatro de ellos profesionistas, mayores que la novia.
Pero la relación con su esposa, dice, se fue deteriorando por incompatibilidad de intereses, sobre todo a partir del alzamiento de las autodefensas contra el cártel ocurrido el 24 de febrero de 2013. “Incluso el día que tomamos Pareo”, comenta, “que tuvimos que enfrentar las balas un rato, después tuve que enfrentar la batalla de la casa, la más difícil y que nunca gané”.
Explicita: “La señora nunca estuvo de acuerdo con los comunitarios, sus héroes naturales son los templarios”. Los admiraba “porque traían carros del año, que traían muchas armas y todas las viejas atrás de ellos”.
Esa admiración fue a pesar “de que a ella le mataron familiares y no quisieron entregarle ni las uñas”, platica. “Incluso un sobrino de ella andaba de jefe del cártel de Jalisco”.
En diciembre a su esposa le dijeron del noviazgo de Mireles, y tronó el asunto.
El 19 de diciembre el alzado tomaba Zicuirán en medio de peligrosos enfrentamientos, y el teléfono no dejaba de sonar con llamadas de su esposa haciéndole “un teatro”.
Hasta que vino la ruptura: “Y entra la llamada de mi hijo más chico: ‘Mi amá dice que si quieres que te deje en paz que le des la casa de Colima y una camioneta’”. “Le dije: ‘Dile a tu madre que le regalo eso pero que me deje en paz, no quiero saber nada de ella”, apunta Mireles. “Yo necesitaba concentrarme para poder defenderme”.
El avionazo
Manuel Mireles comenta que desde la separación, su ex esposa y su hija mayor se dedicaron a acosar a su novia. “Yo le digo La Niña”, apunta.
A fines de diciembre, al estar en campaña en Zicuirán, decidió permanecer ahí un par de meses y llevarse a la novia a vivir con él. Los padres aceptaron. Sin embargo, al cerrar 2013 recibió un mensaje urgente de la Secretaría de Gobernación para asistir a una reunión en la capital mexicana. Desde octubre de 2013 Mireles y otros líderes del Consejo de Autodefensas hacían labores de coordinación con el gobierno federal.
Mireles dice que como estaban sitiados en Zicuirán, sólo pudo salir en un taxi aéreo. Acudió a la reunión gubernamental y regresó a Tepalcatepec, finalmente, para recoger a su novia en una avioneta y regresar a Zicuirán a vivir juntos.
El encuentro fue en la pista aérea de Tepalcatepec: “Y le dije a la mamá: ‘Échenos la bendición’, y no quiso, ‘Bueno, no me la eche pues, allá me la va a echar el cura’, y ya, nos subimos al avión y nos fuimos, y pos no llegamos”.
La avioneta se desplomó cuando viajaban a Zicuirán. Mireles sufrió fracturas varias y la muchacha únicamente contusiones.
Tras las mutuas convalecencias, prosiguió el noviazgo.
“Ella cree en mí y se lo dice a sus papás”, detalla. “Les dice: ‘yo he tenido muchos novios pero este señor me trata con mucha ternura, con mucho cariño y los otros no, luego, luego querían bajarme los calzones y éste no ha querido, ni siquiera lo ha intentado’, y le dice la mamá: ‘A lo mejor ya no puede’”, externa entre risas.
El futuro de su relación es incierto, ahonda, porque, por la complejidad de la situación actual, el padre de la novia quiere llevársela a vivir a Estados Unidos.
La idea de una separación lo entristece: “Siento feo, es más, hasta siento ganas de irme tras de ella, así de sencillo. No me voy porque aquí tengo a mi padre todavía”.
—¿No se quedaría por las autodefensas? —se le pregunta.
—No, no, los bandidos siguen siendo bandidos aunque traigan camisetas de nosotros, y yo les he dado duro, ese es el temor que tengo.