Nostalgias musicales

Lo que ahora llaman “retro”, no es más que simple nostalgia por algo pasado que, ante la ausencia de nuevos valores, innovaciones intensas, nos obliga a volver los ojos y toda nuestra atención y sensibilidad hacia lo que llamó la atención de generaciones anteriores. En la moda femenina es frecuente.
En los automóviles, de pronto aparece la necesidad de obtener un modelo exitoso, tanto o más que aquellos coches que triunfaron por diversos motivos de belleza o de poder de máquina.
La música tiene esa facilidad. Los gustos musicales siempre van de acuerdo con las necesidades de una época, pero cuando se fatigan, y suelen hacerlo rápido, miran hacia atrás, tratando de encontrar algo mágico, que les guste. Es el caso de la buena música popular, del rock and roll cuando comienza de manera decidida, impetuosa y ayudaba a que los jóvenes se despojaran de sus miedos y afectos por lo convencional.
El rock comenzó de pronto, como una suma de ritos y tendencias musicales que requerían reunirse y producir algo nuevo y de valor universal, de alcances mayores y con una profundidad maravillosa.
Es la protesta ante un mundo tedioso, ante conductas atrasadas y mentes obtusas. En el principio fue Elvis Presley y casi simultáneamente, siguiéndolo, una infinidad de músicos que sacudieron el polvo de sociedades enteras.
Los mejores exponentes se hicieron figuras icónicas que persisten, que cayeron por las drogas y el alcohol, los excesos necesarios para producir su arte, o que la sociedad pudo vencer y restarle su identidad contracultural.
Fueron años de intensidad, de ruptura con lo caduco, que respondieron a una guerra brutal de Estados Unidos contra un pueblo pequeño y pobre, Vietnam. Años que se tornaron en una década prodigiosa, de excelente literatura, de poesía de protesta, de música contestataria, de amor libre, de drogas para la creatividad, de luchas juveniles revolucionarias como las que claramente vimos alrededor de 1968 en diversas naciones. Época inolvidable que ahora produce nostalgia y vuelve en radio y televisión, a través de documentales o programas que invocan y regresan a tales años, a los que arrancaron en 1955 y han seguido de una u otra manera hasta hoy.
La cinematografía, harta de bodrios bíblicos o falsamente épicos, de una ciencia-ficción idiota, recupera a las leyendas del rock. Hay proyectos para llevar al cine: la vida de Jimi Hendrix, Freddie Mercury, James Brown, Elton John, Four Seasons y muchos más talentos, algunos viven, la mayoría murió. Pero el éxito que algunos filmes como La Bamba, basada en la corta vida del músico Ritchie Valens, de origen mexicano, de Great balls of fire, con Denis Quaid interpretando al legendario Jerry Lee Lewis, The Doors, destacando a Morrison, la vida de Johnny Cash, los documentales de Oliver Stone sobre los Rolling Stones, los infaltables Beatles, el piano y la voz de Ray Charles, la presencia eterna de Elvis Presley y muchas más figuras han hecho que los jóvenes recuperen su trabajo.
Me llama la atención que alumnos míos, jóvenes de unos 24 o 25 años, sepan mucho sobre esas figuras, las escuchen a pesar de las diferencias generacionales. Es un buen indicador, la música de hoy, tan mala como cargada de comercialización, productos artificiales y comerciales, donde las coreografías impresionan por su falsedad y exceso de glamour, fastidian, son espectáculos para Las Vegas, es decir para turistas. El buen rock sobrevivirá, como el jazz y el blues, los artistas que hicieron el milagro de mostrarnos su grandeza, están aquí, con nosotros, hoy, y seguirán hasta el fin de los tiempos.
Inusitada reunión literaria en Bellas Artes
El pasado domingo, con un lleno absoluto en la Sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes, docenas y docenas de autores de minificciones se reunieron a darle la bienvenida a un libro singular: la antología Minificcionistas de El Cuento, revista de imaginación, integrada cuidadosa y amorosamente por Alfonso Pedraza. Al mismo tiempo fue un homenaje emotivo al escritor Edmundo Valadés, quien fundara y dirigiera hasta su fallecimiento la legendaria revista, hoy de culto. La presentación de la obra editada por Ficticia fue divertida y gozosa. La mayoría de los autores seleccionados estuvieron presentes e intercambiaron felicitaciones y hasta nuevos libros. Allí estaba una destacada autora de relatos breves, Queta Navagómez, con su más reciente libro: Hadas ebrias, publicado por la UNAM, y una lista enorme de fanáticos del género de mínimas proporciones.
Las palabras de los presentadores fueron reflexiones sobre el origen y el éxito de la minificción o del microrrelato, según la terminología, pero también se refirieron al gran Edmundo Valadés, a sus méritos como un logrado cuentista y su legado como editor. Alfonso Pedraza hizo un recuento de quienes colaboramos en la revista El Cuento y los clasificó por generaciones y nacionalidades. No cabe duda que el género breve, a veces diminuto, que no debe rebasar, según yo, una página, que no debe ser una frase ingeniosa o una broma, sino un relato articulado de final inesperado, ha tenido un enorme éxito. Al mismo tiempo que en el Palacio de Bellas Artes aparecía la citada antología, en la Feria del Libro de Buenos Aires se preparaban lecturas sobre esos cuentos de limitadas proporciones, que han triunfado de modo aplastante sobre la novela-río. En México, es posible que los orígenes estén en autores como Julio Torri y la poderosa presencia del escritor argentino Jorge Luis Borges, autor de una de las mayores revoluciones literarias del mundo contemporáneo. Pero es con narradores como Juan José Arreola y Edmundo Valadés que su éxito se consolida y se extiende. Basta con asomarse a la multitud de blogs de jóvenes para probar la aseveración.
Imagino, no soy un estudioso del género como Lauro Zavala, sino un practicante consuetudinario que arrancó la tarea de hacerlos desde los 18 años de edad, que los tiempos modernos son más tolerantes con los textos de medidas reducidas que con las novelas que nos amenazan con tramas que rebasan medio millar de páginas.
Alfonso Pedraza y colegas como Marcial Fernández de Ficticia, Javier Perucho y Luis Bernardo Pérez, entre otros, han tenido la paciencia de buscarlos, recopilarlos y escribirlos. Es una hazaña en absoluto menor que está viendo resultados portentosos. Comenzaron apoyados en internet y en una empresa editorial que ha crecido con celeridad gracias a esas historias breves que suelen desatar la imaginación de los lectores.

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