Frank Gehry gana el Premio Príncipe de Asturias

Después de seis candidaturas el arquitecto estadounidense Frank Gehry, de 85 años de edad, se convirtió ayer en el ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Artes, que está dotado con 50 mil euros, por «la relevancia y la repercusión de sus creaciones en numerosos países, con las que ha definido e impulsado la arquitectura en el último medio siglo», según destacó el jurado.
Nacido en Toronto (Canadá) pero de nacionalidad estadounidense (con 15 años se trasladó con su familia a Los Ángeles), durante cinco décadas Gehry ha sembrado el mundo de una arquitectura impactante por su uso innovador de los materiales y sus formas modeladas como si fueran plastilina.
Tras graduarse en arquitectura y vivir unos años en París, donde estudió las obras de Le Corbusier, en los años 70 y con 40 años Gerhy regresó a Estados Unidos donde comenzó a destacar por sus diseños de mobiliario y de edificios en los que mezclaba materiales como el titanio y el vidrio. En aquella época él y su mujer, la panameña Berta Aguilera, pasaban por dificultades económicas, así que construyó, o mejor dicho, deconstruyó el interior de la casa que acababa de comprar en Santa Mónica (California) con materiales baratos de ferretería y revistió el exterior de contrachapados de madera y de mallas metálicas que fueron muy criticados por los vecinos pero que le comenzaron a darle fama mundial.
Pronto pasó de arquitecto y artista y se convirtió en uno de los más destacados representantes de la corriente deconstructivista de Estados Unidos, y ahora es uno de los más importantes y admirados del mundo. Él concibe los edificios como obras de arte, dice que «la arquitectura debe hablar por su tiempo y su lugar y, a la vez, anhelar la eternidad», asegura que sus edificios son resultado de largos estudios, y distingue entre edificios que no son buenos ni técnicamente ni financieramente y los que si lo son. Su obra está muy ligada a España y en concreto a Bilbao, ciudad que le abrió las puertas a Europa. Allí construyó su obra más emblemática: el museo Guggenheim de Bilbao, un proyecto especial para él porque lo hizo con total libertad de las autoridades vascas y por la que siente más admiración. Un impresionante edificio con forma de barco que ha transformado la ciudad vasca y se ha convertido en símbolo de la ciudad y en lugar de visita obligada.
Un edificio en el que empleó cristal, acero inoxidable, zinc, y titanio, mezclados con otros como la piedra y por el que obtuvo diversos premios, como el de la Fundación austriaca Friedrich Kiesler (1998) o el Premio Internacional de Diseño (1999) que le concedió la Sociedad de Ingeniería de Iluminación de Norteamérica.