Por Carlos Ramirez
Gabo: propaganda, no periodismo
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El ejercicio periodístico de Gabriel García Márquez tuvo dos etapas: una en la talacha del diarismo en el que destacó más como comentarista que como reportero y otro ya consagrado pero al servicio de dictadores.
En la primera era el periodista “feliz e indocumentado” que dependía de la manera de narrar lo que veía; en la segunda fue, con todas sus letras, el propagandista de dictaduras revolucionarias usando el periodismo como ayuda a la dominación ideológica.
Como cada periodista tiene el derecho de escribir lo que desee, el problema con García Márquez radicó en su obsesión de formar cuadros de periodistas, reporteros y cronistas pero en función de sus compromisos con Cuba, Vietnam, Angola y Nicaragua —entre otros— redactando panfletos de defensa del sistema socialista y escondiendo la realidad de la pobreza, la dictadura y la utopía.
En este sentido García Márquez —parafraseando una crítica del poeta Gabriel Zaid— inventó el subgénero periodístico del realismo mágico, una práctica menor —región 4— del realismo socialista que construía escenarios para reforzar la dominación ideológica, en tanto que el realismo mágico literario llevado al periodismo mostraba a las naciones en procesos revolucionarios como una imagen del barroquismo agobiante. Por ejemplo, García Márquez calificó de corruptos a los vietnamitas que huían del país por represión y la pobreza, en tanto que presentaba al primer ministro vietnamita como un hombre de “lucidez apacible”.
El periodismo de García Márquez sacrificó su función como contrapoder del poder dominante y se convirtió en propaganda para reforzar el dominio ideológico de una oligarquía socialista. En sus textos, el novelista-periodista condenó a los balseros vietnamitas que huían del paraíso, abandonó a su amigo el coronel La Guardia en el caso del general Arnoldo Ochoa que Fidel Castro enjuició, sentenció y fusión en pocos días en un juicio estaliniano.
En el 2003 la novelista Susan Sontag, de gran prestigio en la izquierda norteamericana, criticó públicamente a García Márquez por apoyar a Castro y abandonar a los balseros cubanos que tenían que huir clandestinamente de Cuba por carecer de libertades de tránsito. El novelista colombiano, dijo la escritora, padecía de “deshonestidad intelectual” y lo acusó de “callar cosas que sabe” sobre los abusos autoritarios del régimen cubano.
Pero el escritor tenía muy claras sus prioridades. Con comedimiento, García Márquez le respondió a Susan Sontag pero luego se quejó de que su respuesta fue tergiversada en sus interpretaciones para dar la impresión de que “criticaba a la Revolución Cubana”. Castro definió su posición: prefería defender a la Revolución y hacer gestiones secretas para liberar y sacar de Cuba a escritores disidentes reprimidos por la dictadura de los hermanos Castro, lo que dejaba claro que el colombiano conocía perfectamente los excesos autoritarios.
A pesar de este ejercicio de periodismo favorable a las dictaduras, García Márquez —con el dinero del nobel y apoyos privados— creó la Fundación para el Nuevo Periodismo donde daba clases en función de su enfoque ideológico, un periodismo al servicio del poder burocrático de los regímenes socialistas represivos y no a favor de la sociedad. Ciertamente que en esas clases nunca permitía el análisis de contenido de sus reportajes sobre Cuba, Angola, Vietnam, Nicaragua y otras naciones con gobiernos revolucionarios pero de corte estalinistas.
Queda, como enfoque del nuevo periodismo, el retrato que hizo García Márquez de Fidel Castro, un ejemplo del realismo mágico llevado a la política: “ha logrado suscitar en el pueblo el sentimiento más simple pero también el más codiciado y esquivo de cuantos han anhelado desde las más grandes hasta los más ínfimos gobernantes: el cariño”.
Sólo le faltó escribir que Castro vive en medio de mariposas amarillas.