- Cerca de 245.000 japoneses migraron a América Latina entre finales del siglo XIX y comienzos de la Segunda Guerra Mundial.
En 1639 Japón adoptó una política conocida como sakoku (país cerrado), por la que la nación asiática cerró sus puertas al resto del mundo, prohibiendo tanto los ingresos como las salidas de personas. Quien entrara o saliera del país sería condenado a muerte.
Este aislamiento duró más de doscientos años, hasta que, en 1853, un oficial naval estadounidense llamado Matthew Perry, ingresó con una flota de busques de guerra a lo que hoy es la bahía de Tokio.
Perry logró forzar a Japón a reabrirse al comercio internacional, pero el país siguió prohibiendo a sus ciudadanos abandonar el territorio.
Fue recién con la llegada del emperador Meiji, quince años más tarde, que Japón permitió la emigración. No solo la permitió, sino que la fomentó.
Meiji aplicó políticas de Estado que representaban un giro de 180 grados para el país asiático. Puso fin al sistema feudal y empezó a transformar al país de una economía agraria a una industrial y capitalista.
El proceso de modernización llevado a cabo durante la llamada era Meiji, entre 1868 y 1912, eventualmente convertiría a Japón en una de las potencias del mundo.
Pero las reformas, inspiradas en Occidente, fueron tan vertiginosas que causaron una rápida transformación social, llevando a miles de personas de las zonas rurales a las ciudades.
Los grandes centros urbanos, como Tokio y Osaka, empezaron a tener problemas de sobrepoblación.
Fue en ese contexto que comenzó la primera gran ola migratoria de japoneses. Los emigrantes, que más tarde serían conocidos como nikkei (persona que tiene vinculación con Japón), dejaron su país en busca de mejores oportunidades, alentados por un gobierno que no solo buscaba resolver el problema de la sobrepoblación, sino también expandir la influencia política y económica de Japón en el mundo.
Primer destino
La primera migración japonesa al exterior ocurrió en 1868 y el destino fue Hawái, que en ese momento aún no formaba parte de Estados Unidos. Se trató de un contingente pequeño de 148 trabajadores rurales.
«Hawái requería mano de obra para la agricultura, en particular sus explotaciones de azúcar, y fue un acuerdo que se hizo con el rey del archipiélago», le contó a BBC Mundo la historiadora Cecilia Onaha, profesora del Centro de Estudios Japoneses (CEJ) del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de la Plata, en Argentina.
Según los registros del Museo Nacional de Historia Estadounidense, muchos de esos primeros emigrantes luego se trasladaron a EE.UU., asentándose en California, Washington y Oregon.
El país norteamericano se convirtió en el principal foco de interés de los emigrantes japoneses, que ya veían a ese país con interés desde la llegada del comodoro Perry.
«Casi toda la migración de ese tiempo iba a EE.UU. o a Canadá, porque eran los países que pagaban mejores salarios», explica Onaha.
Se estima que entre 1886 y 1911 más de 400.000 japoneses llegaron a EE.UU., según la Biblioteca del Congreso de ese país. La mayoría se asentó en Hawái o en la costa oeste.
La ola de inmigración nipona fue tan grande que a comienzos del siglo XX el gobierno estadounidense decidió intervenir, prohibiendo nuevos arribos desde Japón.
Fue esta limitación la que llevó a muchos japoneses y al gobierno de ese país a interesarse en un nuevo destino para emigrar: América Latina.
La colonia Enomoto
El primer proyecto oficial de migración para América Latina se organizó en 1897, cuando una treintena de japoneses fueron enviados a Chiapas, en el sur de México.
Fue por una iniciativa del excanciller japonés Enomoto Takeaki, uno de los mayores promotores de la emigración japonesa.
En 1891, cuando encabezaba el Ministerio de Relaciones Exteriores, Enomoto había establecido una oficina dedicada a buscar nuevos territorios para los japoneses en el extranjero.
Tras dejar el gobierno, en 1893, fundó la Asociación de Colonización y Emigración (Shokumin Kyokai).
Según el académico Alberto Matsumoto, experto en la historia de la inmigración japonesa, Enomoto se había interesado en México porque este país había firmado un Tratado de Amistad y Comercio con Japón en 1888.
En 1891, cuando fue canciller, estableció en ese país el primer consulado de Japón en América Latina.
El entonces presidente mexicano, Porfirio Díaz, «estaba promoviendo el ingreso de capitales extranjeros para desarrollar las infraestructuras y estaba complacido en recibir inmigrantes para poblar el país» cuenta Matsumoto en una serie que escribió para el sitio Discover Nikkei.
«Los estudios realizados por el gobierno de Japón en ese entonces llegaron a la conclusión de que podrían obtener importantes ganancias con la agricultura, algo que después quedó demostrado que no era una aventura tan fácil», relata.
El pequeño grupo de colonos japoneses llegó a Chiapas con la intención de armar una plantación de café. Pero las dificultades climáticas y la adquisición de plantas no aptas para esa región llevaron a que el emprendimiento fracasara en poco tiempo.
La llamada colonia Enomoto se desintegró y, según Matsumoto, la gran mayoría se dirigió a otras latitudes de México «en busca de horizontes más promisorios».
Inmigración por contrato
Pero el fracaso del proyecto no puso fin a la inmigración japonesa en México. El gobierno porfirista otorgó nuevas concesiones para la explotación de minas y la construcción de ferrocarriles, y las empresas a cargo requerían más mano de obra de la que podían obtener en México.
La inmigración por contrato atrajo a miles de trabajadores extranjeros al país latinoamericano.
En el libro «Destino México: un estudio de las migraciones asiáticas a México, siglos XIX y XX», la autora María Elena Ota Mishima señala que entre 1900 y 1910 llegaron 10.000 trabajadores japoneses. La gran mayoría terminó cruzando la frontera a EE.UU.
Consciente de este fenómeno, el gobierno estadounidense firmó acuerdos para limitar también la migración nipona a México. Es por este motivo que la comunidad japonesa en México terminaría siendo bastante más pequeña que las de Brasil y Perú, las dos naciones sudamericanas que más atrajeron a trabajadores japoneses a comienzos del siglo XX.
Perú y Brasil
Los primeros japoneses que llegaron a Perú y Brasil también lo hicieron como inmigrantes por contrato. A finales del siglo XIX Perú requería de mano de obra para su creciente industria azucarera y fue así que en 1899 arribaron los primeros 790 nikkei, contratados para trabajar en haciendas de la costa.
Según el Museo de la Inmigración Japonesa al Perú, ese primer grupo consistió enteramente de hombres, pero «le siguieron otros 82 grupos -ya integrados también por mujeres y niños- hasta 1923, en que finalizó la migración por contrato».
En Brasil la inmigración japonesa recién empezó en 1908, con la llegada de 781 campesinos contratados para trabajar en las plantaciones de café.
Pero una década más tarde, el país más grande de América Latina se convertiría en el principal polo de atracción de los japoneses.
De los casi 245.000 japoneses que habían migrado a América Latina para la década de 1940, tres cuartas partes -189.000 personas- fueron a Brasil, según los registros de la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional.
En comparación, a Perú llegaron 33.000 japoneses, a México 15.000 y a Argentina 5.000 (principalmente provenientes de Brasil y Perú).