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La educación y el eterno dilema: ¿aprender o aprobar?

  • “Hay tres preguntas que no debemos dejar de hacernos: ¿Qué queremos que aprendan los alumnos? ¿Cómo vamos a saber si lo aprendieron? ¿Qué vamos a hacer si no aprendieron?”.

Estudian, rinden, aprueban…. ¡y a los cuatro días se olvidan de todo! ¿Hubo aprendizaje real? No, solo hubo memorización y aprendizaje superficial. Aprobar no siempre es consecuencia de haber aprendido.

Tristemente, nuestro sistema educativo enfatiza las calificaciones por sobre el aprender.

Es más, muchos alumnos hacen trampa en los exámenes porque justamente el sistema educativo valora más las notas que el aprendizaje.

Si estudian para aprobar y enseñamos para que aprueben, ¿Dónde quedó el aprender? ¡Ouch!

Estamos tan pendientes del examen, de la nota y del aprobar, que nos olvidamos que lo más importantes es aprender. Aprobar, debe venir por añadidura; debe ser una consecuencia de aprender.

Cuando el docente pone más foco en que sus alumnos aprueben, en vez de enseñarles a pensar de manera crítica o creativa, está enviando un mensaje muy claro, y es que el objetivo de la escuela es aprobar. ¿Es ese, realmente, el objetivo de la escuela?

El desafío de este siglo es el de ayudar a los alumnos a pensar de maneras diferentes, a desafiar nuevas inteligencias. Más que respuestas para memorizar, necesitamos darles a nuestros alumnos situaciones para resolver.

Ningún alumno va a desarrollar su creatividad o a pensar de manera crítica si solo se le pide que repita un concepto de memoria. Es más, la nota, como factor motivacional, aleja a los alumnos del aprender para saber.

Muchos suponen que es la nota lo que hace que los alumnos se motiven. Sin embargo, la nota es como un café. El efecto de la cafeína te ayuda a seguir un poco más, hasta que se acaba.

Cuando la nota se usa como factor motivacional externo, el alumno pierde el interés intrínseco por la actividad, y por ende, por aprender.

Las recompensas externas, como la nota:

1. Atentan contra la motivación intrínseca.
2. Bajan el desempeño.
3. Aniquilan la creatividad.
4. Alientan los atajos, las trampas, o el comportamiento anti ético.
5. Son adictivas.
6. Fomentan el pensamiento a corto plazo

Más que “motivar” con la nota, debemos motivar con la propuesta pedagógica. Involucrar a los alumnos emocional y cognitivamente, genera su propia recompensa intrínseca.

¿Debemos evaluar en estos tiempos de pandemia? Sí. Evaluar es una condición necesaria para mejorar el proceso de enseñanza y los objetivos de aprendizaje. Es nuestra brújula como docentes. Nos indica en dónde están los alumnos, a dónde deben llegar, y qué necesitan hacer para llegar ahí.

Sin embargo, necesitamos dejar de creer que evaluar es simplemente poner una nota. ¿Por qué asumir que si un alumno “fracasa” en un examen, se debe exclusivamente a que no sabe o no estudió? Muchas veces ese “fracaso” se da por los propios procesos de enseñanza y/o de evaluación.

Evaluar es un proceso continuo que no se puede separar de la instrucción. Nos sirve no sólo para ver cómo están aprendiendo nuestros alumnos, y ver qué necesitan para mejorar, sino, además, para ver nosotros los docentes qué debemos hacer para refinar nuestra práctica didáctico-pedagógica. Es decir, le sirve al alumno para expandir su desempeño, y al docente para regular su práctica docente.

La evaluación, entonces, es un proceso continuo, por el cual, mediante una serie de instrumentos (exámenes, testeos, el desempeño en clase, las actividades, las observaciones, etc) verificamos no solo la efectividad del aprendizaje, sino también de la enseñanza.

El examen, por otro lado, es la foto, es el destino, es “la sentencia”. Es uno de los instrumentos que se utilizan para ver si los alumnos “lo lograron”. Nos indica dónde está el alumno (pero no hasta dónde podría llegar). Pero cuidado…el examen tiene sus limitaciones y es un indicador, entre muchos otros.

Evaluación formativa o sumativa

Ahora bien, que un alumno pueda hacer algo al final de la clase no significa que pueda hacerlo en dos semanas. Pero si no puede hacerlo al final de la clase, seguramente tampoco podrá en dos semanas. Cuando un docente enseña, no tiene garantías que el alumno esté aprendiendo, por eso debemos evaluar durante todo el proceso de enseñanza, y no solo al final.

Pensemos en un restaurant: cuando el cocinero hace una salsa y la prueba, puede modificarla, mejorarla, descartarla y empezar de nuevo, si fuese necesario. Pero cuando la prueba el cliente, ya no hay marcha atrás. El cliente le sube o baja el pulgar y vuelve a pedir ese plato otro día, o no. Esta es la diferencia entre la evaluación formativa y la evaluación sumativa.

La evaluación formativa está relacionada con evaluar para aprender (el cocinero probando su salsa y haciendo ajustes). Apunta a mejorar los aprendizajes. Es para los alumnos, pero también para el docente. Se enfoca en lograr los objetivos en lugar de determinar si se lograron o no.

Los testeos más frecuentes pero SIN NOTA ayudan a consolidar los saberes. Desde trabajar con organizadores gráficos, mapas conceptuales, tickets de salida y de entrada, aplicaciones para chequear comprensión, guías de observación, o cualquiera de las muchas estrategias conocidas por los docentes, lo que buscamos es reforzar el aprendizaje. Es evaluación para el aprendizaje.

La evaluación sumativa (el cliente probando el plato y emitiendo un juicio de valor sobre él) está relacionada con la evaluación del alumno. Es la que evalúa el resultado, y se centra en la acreditación de una materia o de un objetivo específico. Por lo tanto, si el foco está en emitir un juicio de valor sobre el nivel de logro o competencia, es sumativa. Es evaluación del aprendizaje.

Hay tres preguntas que, como docentes, no debemos dejar de hacernos: ¿Qué queremos que aprendan los alumnos? ¿Cómo vamos a saber si lo aprendieron? ¿Qué vamos a hacer si no aprendieron?

A veces se gana, y otras… se aprende

Claramente hay una relación entre cómo les va a los alumnos en sus trayectorias académicas y cómo se sienten acerca de ellos mismos. De tantas “malas notas”, muchos alumnos terminan pensando que no sirven: bajan su motivación, se frustran, se rinden y abandonan el barco.

Cuando les enseñamos a nuestros alumnos a ver sus errores de manera racional y no emocional, les estamos dando una lección mucho más importante que el tema en cuestión. Les enseñamos a manejar la frustración y el aprender de los errores, que son sin duda, habilidades esenciales para la vida.

Imaginemos a un alumno que rinde un examen y le va mal. Cuando el docente le entrega el examen, pueden realizar la “autopsia de este examen”.

Es decir, de manera individual o grupal, el docente puede hacerlo reflexionar acerca de qué preguntas contestó mal y por qué (fue porque no las entendió, no tuvo tiempo, no tuvo los recursos, confundió la consigna, etc.), cuántos puntos menos tuvo en esas respuestas, y básicamente buscar patrones.

Lo que se busca es que los alumnos puedan encontrar una relación entre cómo les fue y cómo pensaron que le iría, cómo y cuánto tiempo estudiaron y qué harían diferente una próxima vez.

Muchos docentes pensarán que no alcanza el tiempo en el aula para este tipo de estrategias. Sin embargo, cuando algo es importante, no es cuestión de tener tiempo, sino de hacer tiempo.

Debemos dejar de correr para cubrir todo el programa, y poner más el foco en mejorar la calidad del aprendizaje.

Lo que buscamos con este tipo de intervención es que aprendan de la experiencia y que la próxima vez les vaya mejor. Al capitalizar los errores, hay un aprendizaje; hay un saldo positivo que ayuda al alumno a crecer.

Este aprendizaje productivo conlleva, además, trabajar otras habilidades esenciales para la vida: pensamiento crítico, resolución de problemas, comunicación o cómo pedir ayuda, por nombrar solo algunas.

Es decir, sin importar si el logro se produce o no, hay otro éxito para resaltar, que es la lección aprendida. El crecimiento que acompaña el fracaso puede ser más importante que el éxito en sí.

Debemos capitalizar estas instancias de aprendizaje que serán, sin dudas, lecciones muy importantes para la vida adulta de nuestros alumnos.

Cuando logramos que los chicos cambien su mirada frente a la evaluación y puedan capitalizar sus errores, los estamos ayudando a tener una mejor vida adulta.

Pero para eso, debemos comenzar nosotros, los adultos, por entender cuál es el verdadero sentido de la evaluación.

 

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