Oleg Briansky

Adiós a Oleg Briansky, bailarín, maestro, coreógrafo y director artístico

  • Este coreógrafo fue el precursor de los bailarines varones como grandes estrellas de ballet.

Espectacular, impactante, talentoso, imponente, guapo, sensible, profundo.

Innumerables serían los adjetivos para definir a Oleg Briansky (1929-2021), bailarín, maestro, coreógrafo y director artístico que, de alguna forma, abrió el camino para los varones en el ballet, porque más que acompañar y sostener a las bailarinas, desarrolló una dramaturgia corporal propia, igual o incluso más poderosa.

Considerado por múltiples historiadores como el precursor de Rudolf Nureyev, falleció hace unos días en Florida debido a una falla cardiaca, Briansky fue uno de los bailarines más vistos en el mundo, bailando en los principales teatros internacionales, entre ellos el Palacio de Bellas Artes de México.

Nacido en Bruselas de padres rusos, Briansky provenía de una familia aristocrática. Su madre huyó de Rusia sin un solo centavo, atravesada por el miedo, buscando otro futuro ante las ejecuciones y despojos llevados a cabo en contra de los llamados “rusos blancos” o burgueses. Su padre, por su cuenta, decidió también abandonar Rusia.

En una entrevista que le realicé en Nueva York en 2008, el artista me explicó cómo había llegado al ballet, de la mano de su madre, quien al verlo bailar había intuido sus aptitudes.

Así que inició sus estudios bajo la tutela de maestros rusos. Su debut en la escena fue a los 13 años de edad en Le Tricorne, creado por Léonide Massine y de forma posterior se integró al Ballet de Champs-Elysées donde escaló hasta convertirse en estrella.

Pero se puede poseer todo para trazar el mayor éxito y el destino tener otros planes. En el pináculo de su carrera, y siendo muy joven, empezó a tener problemas de artritis en una de sus rodillas.

Briansky recurrió a los mejores especialistas sin notar mejoría. Durante nuestra charla me contó que llegó incluso a que le inyectaran oro líquido.

Mientras tanto, George Balanchine y otros grandes le pedían bailar en sus compañías. La princesa Grace de Mónaco lo invitó al principado y le ofreció la dirección de una nueva agrupación. Ella murió unas semanas después y él se sintió acabado.

Por suerte ya era hora su esposa, la bailarina francesa Mireille Briane, le propuso emigrar a Estados Unidos, a Nueva York, y dedicarse a la docencia.

A regañadientes y con altibajos de humor que él definía como “típico en los rusos”, inició una carrera como maestro, que lo salvó.