Sergio Cabrera, el cineasta colombiano que militó en las milicias de Mao en China

Sergio Cabrera, el cineasta colombiano que militó en las milicias de Mao en China

  • La vida de Sergio Cabrera, uno de los cineastas más importantes de Colombia, podrían ser muchas vidas.

Nacido en Medellín en 1950, pasó su adolescencia en China durante la implacable Revolución Cultural de Mao Zedong en los años 60. Y la experimentó a fondo.

Estuvo internado en un colegio chino, donde aprendió a dominar el mandarín, vivió en el Hotel de la Amistad de Pekín junto a decenas de revolucionarios internacionales, hizo parte del temido comando estudiantil revolucionario de los Guardia Rojos y trabajó en una fábrica de relojes suizos y en una comuna campesina recolectando coles.

Luego, en los 70, fue soldado del Ejército Popular de Liberación (EPL), una guerrilla colombiana que en principio seguía los principios maoístas. En sus años de guerrillero casi pierde un pie cuando se cortó con un machete e intentaron curarlo con pócimas naturales. También estuvo al borde de la muerte cuando pasó varios días perdido en la selva sin nada que comer y a su hermana Marianella, también militante, casi la matan con un disparo en la espalda. Cabrera tenía 13 años cuando llegó a China.

El Partido Comunista de ese país, que cumple 100 años este jueves, estaba lejos de ser lo que es hoy: un aparato burocrático con 91 millones de afiliados y el gobernador de la segunda potencia mundial.

«El Partido cometió muchos errores, pero ha sabido sacarle provecho a su población en favor de la prosperidad», dice Cabrera, sin negar las violaciones a los derechos humanos, el autoritarismo y una persecución al pensamiento crítico que al final, ya en Colombia, lo terminó desencantando del maoísmo. Su militancia tuvo un origen muy claro: su padre Fausto, un actor, poeta y revolucionario que emigró de España a Colombia en los años 40 tras la guerra civil española, y se convirtió en un importante gestor cultural.

La historia de la familia Cabrera fue reconstruida por el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez en el libro «Volver la vista atrás», publicado por Alfaguara en abril de 2021.

¿Cuál es su lectura hoy del Partido Comunista chino?

Yo no puedo evitar ver el partido como algo casi religioso. Lenin, cuando organizó el comunismo, copió muchísimos esquemas de la Iglesia católica. Y eso en China era evidente: había tierra prometida, profetas que eran Marx y Engels, héroes que veneraban como santos y sistemas de ascenso y castigo muy concretos.

Por estos días estaba leyendo un libro de Richard McGregor sobre el Partido, que lo describía como la organización burocrática que más se parece al Vaticano; por todo el secretismo, la forma de escalar, la actuación general. Y yo creo que es verdad, e iría más lejos: China es hoy un imperio, y no necesariamente en el mal sentido.

Los comunistas, cuando llegaron al poder, establecieron una forma de actuar imperial. Muchos chinos ven a su gobernante como el emperador. Y creo que, pese a todos los problemas, solo una estructura burocrática como esa podría gobernar un país tan grande y diverso.
¿Es decir que el autoritarismo chino es bueno?

No entraría a calificarlo, porque es muy difícil de entender.Cuando yo estaba allá no se sabía de los problemas de derechos humanos. Pero un Estado necesita garantizar la soberanía de su territorio. Es un error no ponerse en la situación de ellos.

El Partido cometió muchos errores, los vi con mis ojos, pero es un partido que ha sabido sacarle provecho a su población.
¿Cómo ha sido ver el ascenso de un país que conoció en otras condiciones, cuando era joven?

En los mismos años en que China se convirtió en una potencia mundial, en base a una gigantesca inversión en educación y ciencia, con esfuerzo y con muchos años de austeridad, en medio de un bloqueo económico, Colombia lo único que ha logrado es abrir unas minas de carbón y petróleo, pero sigue siendo el mismo país de hace 50 años.

¿Y por qué? Porque Colombia no invierte lo suficiente en ciencia ni educación. El cambio de China no fue de un día para otro: fue fruto de gran esfuerzo y patriotismo, y de una capacidad de pensar a largo plazo. No solo del Estado, sino de los individuos, que tienen gran capacidad de planear su vida, mientras que nosotros con suerte alcanzamos a planificar dos meses.

¿De qué le sirvió hacer parte de ese movimiento?

Creo que gracias a mi formación en disciplina y en conceptos de planificación tuve éxito como cineasta. Cuando me planteé ser cineasta, las posibilidades eran mínimas. Si hoy es difícil hacer cine en Colombia, imagínese hace 40 años.

Esa disciplina, esa mirada intelectual hacia la responsabilidad individual, me fue muy útil para insistir y tener paciencia y tener un éxito profesional que parecía imposible.

¿Y cuál fue la influencia negativa?
La que me llevó a tomar decisiones muy extremas, como entrar a la guerrilla. Yo estaba muy convencido de que la lucha armada era la forma de lograr justicia social. Cuando yo fui congresista en Colombia, en los 90, fui a China presidiendo una delegación del Congreso y nos recibió un viceministro.

Él me preguntó cómo resolver las relaciones entre ambos países, y yo le dije que una opción era pedir perdón por toda esa influencia que el maoísmo tuvo en América Latina.

En la guerrilla colombiana, ¿cómo se interpretaba la enseñanza maoísta?
Era una interpretación que se hacía a voluntad: se escogía lo que les servía y se ajustaba a sus deseos. No era una interpretación ortodoxa. Y cuando les dejó de funcionar decidieron no ser pro-chinos sino pro-albaneses. Concluyeron que los chinos estaban traicionando los pensamientos de Mao.

Mucha gente habla de la revolución, sea desde la condena o la militancia, sin conocerla de primera mano. ¿Cómo leen la guerra quienes no la han vivido de cerca?
En la guerra, así como en muchos otros aspectos de la vida, se habla desde la ignorancia. La gente es muy irresponsable y opina sin conocer y entender nada. Si un país como Colombia no logra tener control de su territorio, ¿de verdad está en condición de recomendarle democracia a China? Es como esa parábola bíblica que se pregunta «¿por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?».
Los países latinoamericanos deberían sentarse a estudiar cómo fue que los chinos lograron sacar adelante ese país. Su pobreza era impresionante. El aeropuerto de Pekín era un edifico pequeño con campos de trigos a lado y lado. Y uno mira el de hoy, y dice wow, qué salto el que han dado.

La violación de derechos humanos es el gran hándicap chino, de acuerdo, pero los políticos latinoamericanos también podrían tratar de entender cómo los chinos llegaron tan lejos en lugar de concentrarse exclusivamente en la condena de lo malo.
Usted habla de un complejo permanente por ser un joven urbano, de clase media alta y cosmopolita en un mundo de rebeldes trabajadores y campesinos. ¿Logró sortear ese complejo?
Yo nunca logré superar ese escollo. Eran las dos cosas. Primero, ser urbano, porque a pesar de que me preparé físicamente, fue imposible tener la capacidad física de un guerrillero campesino. Pero, además, frente a la dirigencia mi origen de clase siempre fue una fuente de problemas.
En el mundo comunista se dice que el ser social determina la consciencia: que uno no puede evitar su lugar de procedencia. Y ellos sabían que yo era nieto de un empresario, y les quedaba muy cómodo ponerme el sombrero de hijo de rico, en lugar de ponerme el sombrero revolucionario de mi padre.