Max Richter

El encanto de la música de Max Richter

  • Esa música sigue las enseñanzas de Oliver Sacks y también las de David Eagleman.

Con un quinteto de cuerdas, una soprano que emite sonidos sin palabras mientras Max Richter descrucifica las teclas de su piano.

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, debe comportarse fraternalmente los unos con los otros.

Escuchamos lo anterior, el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la voz de Eleanor Roosevelt, en una grabación realizada en 1949; enseguida, la actriz Kiki Layne continúa con la lectura que se traslada a otros muchos idiomas, además del inglés: chino, español, francés, portugués, en las voces de niños, mujeres, indígenas, hasta sumar 32 lectores grabados en 70 países durante la pandemia.

Se trata del reciente disco del compositor alemán Max Richter, viejo conocido del Disquero por la revolución que armó con su versión cuasi heavy metal de Las cuatro estaciones de Vivaldi.

El nuevo álbum de Max Richter es doble y se titula Voices, 1 y 2: enseguida de la voz de Eleanor Roosevelt y de la actriz Kiki Layne, escuchamos voces de distintas personas en distintos puntos del planeta mientras una orquesta sinfónica tiende un paisaje sonoro fascinante.

La música de Max Richter viaja siempre a caballo entre lo que se escucha en conciertos de música electrónica y en salas de concierto. Entre lo convencional y lo insólito.

Por ejemplo, la orquesta sinfónica para la que escribió esta, su nueva partitura, altera el número habitual de los instrumentos de cuerdas graves: 13 contrabajos y 23 violonchelos, en combinación con sintetizadores y piano.

Es un disco de protesta social, ante las evidencias cotidianas de violaciones a los derechos humanos en todos los rincones del planeta.

En voz de su autor, Max Richter, Voices es “un lugar para pensar” y también “una protesta pacífica”. Nuevamente, la mejor manera de enfrentar el horror es la belleza.

Max Richter es inglés pero nació en Alemania, en el mítico poblado de Hamelin, en 1966. Fue en Florencia alumno de Luciano Berio y desde sus inicios fue iconoclasta: formó un grupo de cámara de nombre Piano Circus y se dedicaba a difundir música contemporánea de autores desconocidos, como en ese entonces un tal Arvo Pärt, cuando casi nadie sabía que Pärt es uno de los grandes compositores de toda la historia.

Piano Circus también le entraba con fe a las partituras de Brian Eno, Steve Reich y Philip Glass. De lo que aprendió con Brian Eno lo podemos apreciar en su nuevo disco, Voices, que bien puede colocarse en el territorio de la música ambient.

La proximidad con Steve Reich y con Philip Glass siempre se ha manifestado en la obra de Max Richter, sin que ninguno de los tres deba recibir el mote de minimalista, término tan ambiguo, irresoluble, que los compositores, Max Richter incluido, tienen que invertir bastante energía en desmentir el mote.

La música minimalista, de hecho, constituye un hito y un hiato: es un hecho su existencia pero también un trecho su no existencia, porque los maestros fundadores (Terry Riley, Lamonte Young, et al.) escribieron partituras minimalistas con esa intención, pero luego de un tiempo se han dedicado a explicar que sus obras ya pertenecen a otra categoría, aunque persistan en el uso de las técnicas de la repetición.

La música de Max Richter es un buen ejemplo, porque implica un abanico muy amplio. El disco que hoy nos ocupa, Voices, incurre en territorio ambient pero también visita zonas de la música clásica, como el estilo de Beethoven, por ejemplo, música vocal y en general el vasto paisaje sonoro que puede experimentarse con la conjunción de elementos varios.

El movimiento “presto” de “El verano”, de Las cuatro estaciones de Vivaldi, lo escribió “pensando en la manera como John Bonham aporreaba la batería”. El abanico se abre del barroco al heavy metal.

La ironía también es materia predilecta de Max Richter: su bello álbum titulado 24 Postcards in Full Colour, son 24 miniaturas que él anunció, entre carcajadas, como “tonos para teléfono celular”.

Escribió su ópera SUM a partir del libro del neurocientífico David Eagleman, Cuarenta historias de la otra vida: la vida después de la vida.
La neurociencia en pleno está en su álbum colosal Sleep, escrito para ser escuchado mientras dormimos, como un experimento para demostrar cómo la música interactúa con nuestros estados de conciencia.