Alvaro

Álvaro Uribe, el pasado como materia prima

El escritor Álvaro Uribe (1953) no fue un rockstar, como siempre soñó; pero tampoco fue un filósofo ni un embajador, como intentó. Incluso, cuando supo que quería escribir literatura no quiso estudiar ninguna carrera de Letras.

Pensé que me iba a contaminar de historias académicas y estudié filosofía, algo tan raro o difícil como ser poeta; por eso no ejercí la profesión, aunque sí impartí clases. Algo que fui a medias fue ser diplomático. Creo que en la vida es más lo que no eres, que lo que sí”, confiesa en entrevista con un Diario de circulación nacional.

A sus 68 años, el narrador acaba de publicar Los que no (Alfaguara), “mi novela más libre, más desparpajada”, en la que recrea su propia vida y la de su generación y reflexiona sobre los que no llegaron a la meta, sobre el paso del tiempo, el escepticismo, la desilusión y la muerte.

Esta novela tiene mucho de recuento, de repaso, de recapitulación, porque el tema central es la juventud de un grupo de personas que fueron adolescentes en los años 60, jóvenes en los 70 y dejaron de serlo en los 80 del siglo pasado.

Esto corresponde a mi propia juventud. Pero el narrador omnisciente no es un joven, sino que está contada desde la vejez. Es decir, sólo pude emprenderla hasta que llegué a esta edad”, afirma quien trabajó en esta historia durante tres años.

Explica que el protagonista de Los que no comparte biografía con él. “Pero también altero lo que puedo alterar y procuro no mejorarlo, porque me parece un poco tramposo. Incluso, si tengo que escoger entre mejorarlo o empeorarlo, opto por lo segundo para parecer más creíble”.

El también ensayista agrega que “son historias un mucho inventadas y ciertas, que me perseguían desde hace 40 años. Y sólo cuando encontré al narrador capaz de contarlas con eficacia literaria, me atreví a hacerlo, fue hasta que tuve 65 años”.

Aclara que la edad no sólo le sirvió para hacer una recopilación del pasado, sino también para tomarse la libertad de “hacer lo que quiera, lo que se me pegue la gana con mi libro, y utilizar todas las mañas literarias de las que soy capaz”.

Entre esas mañas, el egresado de Filosofía de la UNAM cita la idea de que el narrador omnisciente se entromete en la historia, se desdice y se corrige. “Quien relata es un escritor que modifica los sucesos ante los ojos del lector, espero que con su complicidad, porque seguido le advierte que hará cambios. Es una revaloración de la palabra escrita”.

Admite que dar vida a este libro fue una aventura. “Me fui enterando de las historias en la medida que lo iba escribiendo. Y los tres años en que la hice fueron de vida, seguían sucediendo cosas que se metieron al libro e incluso modificaron el contenido”.

Quien fue becario del taller de narrativa del escritor Augusto Monterroso se guio por una concepción singular del pasado. “Le di cierta fijación o inmovilidad a hechos cuya naturaleza son un poco inasibles. Quien hurgue en el pasado no debe hacerse la ilusión de que lo está recordando cómo era; el pasado ya no existe, por definición es lo que ya no es.

Éste se recrea en el momento mismo de evocarlo. Una vez recreado ya quedó modificado. Ya no tengo la menor idea de qué cosas fueron ciertas y cuántas recompuse para que la novela fuera mejor. Ahí se quedó una parte de mi memoria. La usé como materia prima y ya la gasté. Éste es el resultado”, indica Uribe.

El exconsejero cultural en Francia (1977-1985), y agregado cultural en Nicaragua (1986), señala que “me quité un peso de encima al hacer una novela que escarba en mi pasado; pero al mismo tiempo sientes el peso de cómo lo tomarán a quienes mencionas. Uno se queda ligero y pesado a la vez”.

Señala que la filosofía le ha dado “cierto orden mental, cierta claridad, que es útil para escribir”.

Dice que después de entregar Los que no, en la que pone el acento en la ironía, se siente con los brazos vacíos. “Lo que hago cuando no tengo una novela en puerta es escribir de todos modos, ensayos o cuentos. Ya emprendí una novela muy distinta a ésta, en la que realmente eché todo, pero no repetiré la fórmula”, concluye el Premio Xavier Villaurrutia 2014.