Martha Argerich, 80 años de ser una diosa

  • Martha Argerich, ser sobrenatural que está en contacto con algo que sobrepasa lo que está al alcance del resto de los mortales, nació el 5 de junio de 1941 en Buenos Aires

“Soy hija de una diosa.” La frase de Stéphanie Argerich Blagojevich se escucha en off en contrapunto con una sonata de Chopin.

“Soy hija de un ser sobrenatural que está en contacto con algo que sobrepasa lo que está al alcance del resto de los mortales”, dice la joven cineasta.

El filme se titula Bloody Daughter, y lo rodó Stéphanie en 2012 con materiales que realizó en el momento y pietaje de un archivo monumental que data de cuando siendo niña recibió de regalo de cumpleaños una cámara de cine.

Es un filme intenso, hermoso, un retrato de la intimidad emocional de una familia donde el espíritu femenino ondea en lo más alto.
Hay momentos, además del final, que observamos como si ocurrieran bajo la lluvia: lágrimas en nuestros ojos, de tan valiente, honesto, fidedigno. Tan hermoso. El mejor retrato que se ha filmado de una persona, de un músico, de una leyenda viva: el retrato de su madre, Martha Argerich, una de las más grandes pianistas de la historia entera.

Recomiendo con fervor el filme, Bloody Daughter; está en YouTube. Será una manera hermosa de celebrar el cumpleaños 80 de Martha Argerich, quien nació el 5 de junio de 1941 en Buenos Aires. Día de fiesta mundial: el cumpleaños de una diosa, un ser sobrenatural que está en contacto con algo que sobrepasa lo que está al alcance del resto de los mortales.

Su bondad es tanta, que es capaz de hacernos dioses, como ella, convertirnos en seres sobrenaturales, como ella, y ponernos en contacto con todo aquello que rebasa nuestra condición de ser mortales.

Cada vez que escuchamos a Martha Argerich tocar el piano, nuestro corazón se amerita, diría López Velarde.

En cuanto mece su melena imperceptiblemente y marca el compás de lo que la orquesta sinfónica menea en masa, hace temblar infinitesimalmente su labio superior, cierra los ojos y suelta sus manazas angelicales sobre el teclado, nos convertimos como ella en dioses.
Es tan sabia que ha sabido sobrellevar el costo de ser leyenda y a pesar de eso tener una vida propia.

Es tan sabia que ha sabido sortear las trampas de la fe que tiene el mercado de la música, destinado a los pianistas hombres porque las mujeres sólo deben ser leyenda.

La historia de Martha Argerich se parece mucho a la de Clara Wieck y también a la de Nannerl Mozart y también a la de Alma Schindler y también a la de Rosalyn Tureck y también a la de Wanda Landowska, Ingrid Haebler, Monique Haas, pero también a la de Nadia Boulanger y también a la de Fanny Mendelssohn.

Martha Argerich no es esposa de un compositor que pasó a la historia, como fue Clara Wieck, cuyo nombre desapareció con ella y sólo es nombrada Clara Schumann para efectos de mercado.

Clara Wieck sacrificó su fama, fortuna y gloria como pianista internacional para dedicarse a que su marido, Robert Schumann, sí pasara a la historia. Murió en la miseria.

La pianista Alma Schindler fue desposada por Gustav Mahler nada más por la ambición del pobrecito chaparro feo que era el Mahler y quería ser dueño de “la mujer más hermosa de Viena”: Alma Schindler, quien en realidad quería ser compositora, pero el marido la sometió, y con crueldad infinita impidió su carrera de creadora. La redujo a ser su copista.

Las pianistas Rosalyn Tureck, Wanda Landowska, Ingrid Haebler, Monique Hass, son nada más leyendas, aunque Tureck haya grabado una de las mejores versiones de las Variaciones Goldberg de Bach, como hizo también Wanda Landowska, e Ingrid Habler y Monique Haas hayan sido de las mejores intérpretes de Mozart (Habler) y de Debussy (Haas). Quiere la historia, hasta el momento todavía bajo la gobernanza machista, que esos seres excepcionales no luzcan como sí hacen lucir a personajes que no son sino meras figuras de mercado. Baste un ejemplo: Lang Lang.