El teatro de las locas 2da parte

«El teatro de las locas»: el oscuro experimento de los inicios de la psiquiatría

  • Escuela de francés, una lección clínica de Docter Charcot en La Salpêtrière, siglo XIX, París, Musée d’Histoire de la medecine.

Te traemos la segunda parte de esta interesante nota sobre los inicios de la psiquiatría en París.

La miseria humana

Charcot se había hecho conocido en los círculos científicos por una asombrosa serie de descubrimientos en neurología, pero su decisión de abordar la histeria llevó su fama a otro nivel.

En ese «gran asilo de la miseria humana», como lo llamaba, Charcot y su equipo se dedicaron a estudiar a las cautivas diagnosticadas con ese mal.

En un informe de 1878, rechazó la idea de que todas las formas de histeria tenían una base puramente psicológica y, aunque no pudo encontrar ninguna base anatómica para sus conclusiones, aisló una forma extrema como una «alteración fisiológica» o una névrose (una aflicción general del sistema nervioso).

Aseguró que no solo era una enfermedad verdadera, sino que los ataques tenían cuatro fases distintas e identificables

• tónica (similar a un ataque de epilepsia)
• clónica, con contorsiones y finalizando con el arcs du circle (el cuerpo en arco sostenido sobre la cabeza y los pies)
• pasional (emoción extrema y éxtasis)
• delirio final (lánguido y somnoliento)

Charcot y sus colaboradores documentaron y reprodujeron esta serie de síntomas, provocando crisis con luces brillantes y sonidos fuertes, pinchando cuerpos, aplicando corriente eléctrica y administrando éter, transcribiendo las fantasías y delirios de los pacientes.

Las curas incluían el hipnotismo y la electroterapia, así como el magnetismo y la compresión ovárica. La llamó la grande hystérie, o la gran histeria, un mal tan real que lo podía mostrar en público.

Reemplazó las tradicionales rondas de sala con demostraciones clínicas teatrales y entrevistas a pacientes en un escenario iluminado en el anfiteatro de La Salpêtrière.

Todo un espectáculo

Ese fue el momento en ese lugar que Jeanne Beaudon recordaba en sus memorias. Me encontré al servicio del gran profesor Charcot, con las estrellas de la histeria, una dolencia que, en ese momento, estaba causando sensación.

Los médicos más destacados, los pensadores más conocidos del mundo entero acudían en masa para asistir a los cursos presididos por el maestro y presenciar las demostraciones y experimentos sobre sus temas más famosos, escribío.

A través de técnicas como la hipnosis, la terapia de electroshock y la manipulación genital, instigaban los ataques en sus pacientes, mujeres excluidas de la sociedad a las que la historia y sus historias les habían enseñado que nunca iban a importar y que de repente se convirtieron en el foco de atención de distinguidos médicos a quienes querían complacer.

Chicas desquiciadas cuyas dolencias llamadas histeria consistían, sobre todo, en la simulación de la misma. Cuánto se esforzaban por captar la atención y ganar el estrellato.

El premio era para la que encontrara algo novedoso para eclipsar a las demás cuando Charcot, seguido por un gran grupo de estudiantes, se paraba junto a la cama y observaba sus salvajes contorsiones, comenta Beaudon en su recuento entre bambalinas.

Consciente o inconscientemente, competían por ser las elegidas como modelos en las famosas Leçons du Mardi (lecciones de los martes) de Charcot, a las que acudían las mentes más distinguidas, no sólo de Francia sino del extranjero.

Mujeres como Marie Wittman, una de esas «estrellas de la histeria» y quien aparece en «Una lección clínica en La Salpêtrière», uno de los cuadros más conocidos de la historia de la medicina.

Conocida como Blanche, era hija de un carpintero que perdió la cordura y fue internado en un asilo y una doncella; cinco de sus ocho hermanos murieron de epilepsia y ella misma se quedó sorda y muda a los 22 meses tras sufrir convulsiones.

Recuperó el habla y la audición más tarde, pero siguió teniendo ataques cada vez más fuertes.

Después de intentos de violación por parte de su empleador a los 12 años y la muerte de su madre, Blanche llegó a La Salpêtrière como sirvienta con la esperanza de ser admitida como paciente, lo cual ocurrió en 1877, cuando tenía 18 años.

Pronto fue diagnosticada con histeria y se convirtió en una de las preferidas de Charcot. Sus arrebatos y los de las demás no sólo se podían ver en persona, sino además observarlos con detenimiento gracias a los dibujos y las esculturas del artista residente, el doctor Paul Ritcher, o las imágenes capturadas por Paul-Marie-Léon Regnard, con una tecnología recientemente inventada: la fotografía.

Regnard también tenía su modelo favorita: Louise Augustine Gleizes, por su juventud, piel clara, rostro expresivo y la teatricalidad de sus ataques; según él, «a la cámara le gusta ella».

Conocida como Augustine o sencillamente A, desde muy temprana edad había sido víctima de castigos corporales; a los 10 años, abusada sexualmente y a los 14, violada por la pareja de su madre.

Llegó al hospital con problemas en un brazo y el abdomen, y a los 15 años estaba teniendo hasta 154 ataques de histeria en un día, ante la cámara o en las demostraciones clínicas abiertas al público.

Estos 2espectáculos de histeria» despertaron la curiosidad de los intelectuales y la aristocracia de París, hasta tal punto que se puso de moda.
«Histérica, madame, esa es la gran palabra del día», escribió uno de los asistentes a las famosas Leçons du Mardi de Charcot, el autor francés Guy de Maupassant.

¿Estas enamorada? Eres histérica ¿Eres indiferente a las pasiones que conmueven a otros? Eres histérica, pero una histérica casta. ¿Engañas a tu marido? Eres una histérica, pero una histérica sensual.

¿Robas piezas de seda de una tienda? Histérica. ¿Mientes? Histérica ¿Eres codiciosa? Histérica. ¿Estás nerviosa? Histérica. ¿Eres a fin de cuentas lo que son todas las mujeres desde el principio de la historia? ¡Histérica! ¡Histérica!, escribió en su artículo en el periódico Gil Blas escrito en 1882.

Sobornadas por el estatus especial de que gozaban en el purgatorio de la experimentación y amenazadas con volver al infierno de los incurables, las mujeres posaban pacientemente para las fotografías y se sometían a presentaciones de ataques histéricos ante las multitudes, como señala en «La invención de la histeria» el filósofo e historiador de arte Georges Didi-Huberman.

Pero entonces, como después, el espectáculo incomodaba a muchos, incluido el propio De Maupassant.

Todos somos histéricos, ya que el Dr. Charcot, ese sumo sacerdote de la histeria, ese criador de histéricas de sala, mantiene, a un gran costo, en su establecimiento modelo de La Salpêtrière, una población de mujeres nerviosas a quienes les inocula la locura; y de ellas él hace, en poco tiempo, demonios.