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¿Quién ganó la Segunda Guerra Mundial?

  • (Tercera parte)

Rotas las negociaciones, la URSS se halló literalmente entre la espada y la pared. Estaba claro que Occidente había decidido aliarse con Hitler para un ataque conjunto en su contra y, por otro lado, no había duda de que los japoneses estaban decididos a apoderarse de los territorios rusos en el Lejano Oriente. No hacía mucho que habían sido frenados en Mongolia gracias al arrojo del Ejército Rojo y a la dirección acertada del futuro mariscal soviético Gueorgui Zhúkov, héroe de la batalla de Jaljin-Gol. No quedaba más opción que aceptar la oferta de Hitler de un tratado de paz y cooperación mutua entre ambos países, por muy repugnante y deshonrosa que pudiera ser. Aliarse con Hitler era asirse a un clavo al rojo vivo, pero la realidad no dejaba otro camino: había que ganar tiempo para salvar al país y a la revolución.

No es difícil explicar por qué Hitler rechazó la oferta británica y prefirió la alianza con Stalin. Ya dije antes que el verdadero propósito de Hitler no era ya un nuevo reparto del mundo sino su dominio completo, pasando por encima de todos y de todo, incluidos el imperio británico y el emergente imperialismo norteamericano. Por esa razón, el Führer no quería paz sino guerra, guerra sin cuartel y sin fin hasta consumar su ambicioso proyecto o perecer en el intento.

Por eso no le interesó en lo más mínimo la oferta de Chamberlain.

Para la invasión segura de Polonia, Hitler necesitaba asegurar su frente oriental y evitar así el riesgo de una lucha en dos frentes, el occidental, que podía verse reforzado por las tropas británicas y francesas, y el oriental, que dependía enteramente de la URSS. Su plan de invadir Francia al año siguiente y a la propia URSS en 1941, le exigía, además, asegurarse la provisión de materias primas como el petróleo, y el acopio de granos y otros alimentos, de todo lo cual Rusia se ofrecía como una fuente segura y suficiente. Estas fueron las razones que inclinaron al jefe nazi a sellar el pacto de no agresión con la URSS, el llamado pacto Ribbentrop-Molotov firmado el 23 de agosto, es decir, al día siguiente de la ruptura definitiva de las negociaciones con occidente.

La proximidad de ambas fechas sirve de argumento a muchos para acusar a Stalin de un doble juego. Sobran las fuentes para demostrar que esto no es cierto, pero su exposición detallada cae fuera de los límites de este trabajo. Es verdad, en cambio, que el pacto reportó a la URSS la ventaja esencial de recuperar su frontera occidental de antes de la Primera Guerra Mundial; pero no se trataba, como dicen sus críticos, de un expansionismo y de un despojo a sus vecinos que lo igualaban con los nazis, sino de la necesidad estratégica de recuperar sus antiguas fronteras, que perdió en Versalles, para contar con una línea occidental más segura y más fácil de fortificar en prevención de un futuro ataque alemán. Esta pretensión legítima fue comunicada en su momento a los aliados occidentales, y fue una de las razones de éstos para rechazar la alianza que les proponía Stalin: no querían ayudar a defenderse a su peor enemigo. Hitler, más astuto y pérfido, aceptó la demanda pensando en recuperarlo todo más tarde.

La verdadera Segunda Guerra Mundial no comenzó con la declaración formal de Gran Bretaña del 3 de septiembre de 1939, sino con la invasión de Francia en mayo de 1940 y el escape apresurado de los ejércitos británicos ante el empuje arrollador de Alemania. Los británicos y norteamericanos no se decidieron a luchar en serio contra Hitler sino cuando quedó claro que este iría contra ellos tarde o temprano para hacerse con el control mundial. A pesar de eso, salvo los bombardeos ineficaces de Hitler a Londres, la participación de ambas potencias puede calificarse de marginal. Desde la rendición de Francia el 25 de junio de 1940, británicos y norteamericanos se constriñeron a la guerra en el norte de África contra las tropas de Rommel, con el único objetivo de defender los intereses del Imperio británico en el Magreb y para mantener funcionando el canal de Suez, por donde circulaban las mercancías y las materias primas de y hacia las islas británicas. Nunca tuvieron un verdadero cuerpo a cuerpo con las fuerzas de Hitler. Esto le permitió al Führer concentrar el 75% de sus efectivos terrestres y aéreos en el ataque a la URSS.

Mucho se ha alegado que el rápido avance alemán de las primeras semanas y el enorme costo en vidas y recursos de todo tipo que tuvo que pagar la Unión Soviética, fueron responsabilidad de la confianza ciega de Stalin en la palabra y la firma de Hitler. Su ejército y su armamento, dicen, eran una verdadera ruina comparados con las modernas tropas de Hitler. También esto es falso, aunque tampoco puedo entrar en los detalles. Me limitaré a tres argumentos de carácter general, pero absolutamente evidentes: 1) El propio pacto Ribbentrop-Molotov, cuyo objetivo principal era ganar fronteras seguras en previsión de un ataque proveniente de Alemania. 2) El triunfo aplastante de la URSS. Salvo que se crea en los milagros, resulta punto menos que imposible imaginar cómo en tan poco tiempo y bajo el nutrido fuego alemán, se pudo remontar el desastre que dicen hasta convertirlo en una resonante victoria. 3) La situación material de Rusia en el momento del ataque. Sus críticos olvidan que el país de los soviets venía a) de la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, que fue un costoso desastre, en particular para sus fuerzas navales; b) de la primera revolución de 1905-1907, que cobró cientos de vidas e ingentes recursos para aplastar a los trabajadores; c) de los terribles daños de la Primera Guerra Mundial que, además de los miles de muertos en el frente, desorganizó su economía, dislocó el transporte y redujo drásticamente la producción de alimentos, ya que el 80% del ejército eran campesinos uniformados que dejaron el arado para empuñar el fusil. Y a esto hay que añadir la sangrienta guerra civil de 1918-1920 y la feroz lucha ideológica contra Trotski y Bujarin, que duró desde la muerte de Lenin hasta el congreso del partido en 1927. Rusia, pues, no pudo retomar el crecimiento sino a partir del primer plan quinquenal, que comenzó a aplicarse en 1928. Cuando Hitler inició el ataque, el 22 de junio de 1941, iban escasamente poco más de dos planes quinquenales y medio.

La debilidad económica y militar de Rusia, en la medida en que realmente existían en el momento del ataque alemán, nacen de aquí y no de la falta de visión estratégica ni de la ciega confianza de Stalin en la palabra de Hitler.