QUIJOTE

¿Cómo quedará el país al final del sexenio?

  • Hay mucha tensión en la política y la sociedad mexicanas

El presidente López Obrador rindió hace unos días un informe ciudadano más, el correspondiente a los 100 primeros días de 2021. Y en el contenido de este informe se cambiaron muchas propuestas o promesas como por ejemplo el que para finales de marzo todos los adultos mayores del país estarían vacunados, simple y sencillamente el Presidente dijo sin más, que para finales de abril estarían vacunados todos los adultos mayores.

Lo que no describió es que hay mucha tensión en la política y la sociedad mexicanas, ya que las “mañaneras” del presidente se han convertido en una de sus principales fuentes: en ellas siempre hay un bueno y un villano, sin conciliación posible.

Todo es binario y, a decir verdad, a muchos mexicanos les gusta que sea así el espectáculo político: rudos y técnicos. Ahora bien presidente estira la cuerda en sus planteamientos porque no hay costos para él y su política, sólo ganancias en su popularidad. Y las consecuencias son muy grandes, algunas medibles, otras no.

La pregunta es: ¿Cómo quedará el país al final del sexenio de denostación constante? ¿Quedaremos con el corazón partido en bandos, para siempre? Como sucedió a mitad del siglo XIX o a principios del siglo XX ¿Con qué recursos le daremos gobernabilidad a este país en 2024, y con qué certezas básicas para sostener la actividad económica?

Hallazgo que hoy preocupa particularmente que es la diatriba del presidente contra el Poder Judicial. Esto no quiere decir que no hayan sido graves sus ataques al INAI, su descalificación sistemática al INE o su presión sobre la Auditoría Superior de la Federación. Sólo que meterse con el Poder Judicial es de otras ligas.

Este poder, en especial la Suprema Corte de Justicia de la Nación, constituye nuestra última instancia para que los conflictos se resuelvan conforme a derecho. Sin él, prevalecería la ley del más fuerte. La incivilidad. Esto es lo que el presidente está promoviendo.

Las razones que da el presidente para iniciar su más reciente pleito, ahora en materia eléctrica, forma parte de su repertorio de argumentos para los que nunca aporta evidencia. Acusa enseñarla a los conservadores, o a la mafia del poder, también la corrupción sin describirla puntualmente sino a rajatabla. Si tuviéramos como sociedad un nivel básico de exigencia, le pediríamos al primer mandatario que rindiera cuentas de sus dichos.

La Encuesta de Victimización y Percepción de Inseguridad (ENVIPE), que levanta el Inegi cada año, nos dice que la ciudadanía reprueba el desempeño de las instituciones de la justicia penal.

La mayoría de los mexicanos consideramos que los jueces son corruptos; casi la mitad sentimos poca confianza en ellos. Entonces, ese es el por qué el presidente López Obrador es exitoso en sus actos de desacreditación de instituciones. Da voz a lo que piensa la mayoría.

Sin tener resultados definitivos podemos decir que nuestras percepciones respecto a la justicia penal se forman con el primer contacto que tenemos con ella, que suele ser el policía. Es cierto que una gran mayoría de mexicanos no ha tenido contacto con un juez, pero sí con un policía, y en esa primera relación se forja todo.

Es llamativa la mala opinión que tienen los mexicanos de sus jueces. ¿Se forma a la par de su primer contacto con la autoridad? ¿O pesa mucho la constatación de que para agilizar un trámite judicial simple se requiere de una “propina”?.

Lo que necesitamos elevar el nivel de desempeño de nuestras instituciones de cara a la ciudadanía. Es una tarea urgente, a la vista de su déficit de credibilidad. Tras él no hay una agenda de transformación institucional, un planteamiento de fortalecimiento de la democracia para proteger nuestros derechos. No nos engañemos: esa agenda no es la del presidente. Lo suyo es la concentración del poder.

El presidente seguramente seguirá atacando a las instituciones de nuestra democracia, porque le reditúa. En este contexto las instituciones de Estado tienen la enorme responsabilidad de demostrar lo mejor de sí. La respuesta del presidente de la Suprema Corte de Justicia a la primera andanada en la mañanera dejó claro que la democracia se sustenta en la separación de poderes. No lo dijo en términos peleoneros, porque no es su estilo, pero sí marcó la línea.

De seguir así la dinámica del presidente de dividir a los mexicanos nos preguntamos ¿cómo llegaremos al final del sexenio? Tal vez sumamente divididos y no en bandos políticos sino antropológicos y económicos; es decir habrá los argumentos necesarios para que alguien destruya fácilmente este país y ojalá y no pero puede llegar a romperse el pacto federal y convertirse México en muchos pequeños países.