Muselina de Dhaka, la preciada tela milenaria que ya nadie sabe fabricar (segunda parte)

Muselina de Dhaka, la preciada tela milenaria que ya nadie sabe fabricar (segunda parte)

  • Una maravilla asiática

A los clientes occidentales les costaba creer que la muselina de Dhaka fuese hecha por manos humanas. Había rumores de que la tejían sirenas, hadas e incluso fantasmas. Algunos dijeron que se hizo bajo el agua.
«La ligereza y la suavidad no se parecía a nada de lo que tenemos hoy», dice Ruby Ghaznavi, vicepresidente del Consejo Nacional de Artesanía de Bangladesh. El mismo proceso de tejido continúa en la región hasta el día de hoy, utilizando muselina de menor calidad de hilos de algodón ordinarios en lugar de Phuti karpas.
En 2013, el arte tradicional del tejido jamdani fue protegido por la Unesco como una forma de patrimonio cultural inmaterial. Pero la verdadera hazaña fue el número de hilos que se pudo lograr. Una tela con mayor cantidad de hilos es más codiciada porque ellos hacen que el material sea más suave y tienda a desgastarse menos con el tiempo.
Mientras más hebras haya para empezar, más quedará para mantener la tela unida cuando algunas comiencen a deshilacharse. Saiful Islam, que dirige una agencia fotográfica, encabeza un proyecto para traer la muselina de Dhaka de nuevo a la vida.
Dice que la mayoría de las versiones que se fabrican hoy tienen entre 40 y 80 hilos, lo que significa que contienen aproximadamente esa cantidad de hilos horizontales y verticales entrecruzados por pulgada cuadrada de tela. La muselina de Dhaka, por otro lado, tenía recuentos de hilos en el rango de 800-1.200, por encima de cualquier otra tela de algodón que existe en la actualidad. Aunque la muselina de Dhaka desapareció hace más de un siglo, todavía hay saris, túnicas, bufandas y vestidos intactos en los museos. De vez en cuando, uno reaparece en una casa de subastas de alto nivel como Christie’s y Bonhams, y se vende por miles de dólares.
Un caos colonial
«El comercio fue construido y destruido por la Compañía Británica de las Indias Orientales», dice Ashmore. Mucho antes de que la muselina de Dhaka cubriera a las mujeres aristocráticas en Europa, la tela se vendía en todo el mundo. Era popular entre los antiguos griegos y romanos, y la muselina de «India» se menciona en el libro «El periplo del mar Eritreo», escrito por un comerciante egipcio anónimo hace unos 2.000 años. Puede ser que el autor romano Petronio haya sido la primera persona en levantar una ceja por su transparencia.
«Tu novia podría vestirse con un manto del viento y estar públicamente desnuda bajo las nubes de muselina», escribió. En los siglos siguientes, el tejido fue elogiado en las obras del renombrado explorador bereber-marroquí del siglo XIV Ibn Battuta y del prolífico viajero chino del siglo XV Ma Huan, entre muchos otros. Pero podría decirse que la era mogol fue el apogeo de la tela.
El imperio del sur de Asia fue fundado en 1526 por un cacique guerrero de lo que hoy es Uzbekistán y en el siglo XVIII gobernaba todo el subcontinente indio. Durante este período, la muselina se vendió ampliamente por comerciantes de Persia (actual Irán), Irak, Turquía y el Medio Oriente.
La tela fue acogida por los emperadores mogoles y sus esposas, que rara vez usaban otra cosa. Su devoción fue tan lejos como para atraer a los mejores tejedores bajo su patrocinio, empleándolos directamente y prohibiéndoles vender las mejores telas a otros.
Según la leyenda popular, su transparencia provocó aún más problemas cuando el emperador Aurangzeb regañó a su hija por aparecer desnuda en público, cuando, de hecho, estaba vestida con siete capas. Todo iba muy bien hasta que aparecieron los británicos. Para 1793, la Compañía Británica de las Indias Orientales había conquistado el imperio mogol y, menos de un siglo después, la región estaba bajo el control del Raj británico.
La muselina de Dhaka se exhibió por primera vez en Reino Unido en la Gran Exposición de las Obras de la Industria de Todas las Naciones de 1851. Este espectacular evento fue una creación del esposo de la reina Victoria, el príncipe Alberto, con la intención de mostrar las maravillas del Imperio Británico a sus súbditos.
Unos 100.000 objetos de los rincones más lejanos del mundo se reunieron en una sala de cristal brillante, el Palacio de Cristal, que tenía 564 metros de largo y 39 metros de alto. En ese momento, un metro de muselina de Dhaka alcanzaba precios que oscilaban entre las 50 y las 400 libras esterlinas, según Islam, lo que equivale aproximadamente a entre 7.000 y 56.000 libras esterlinas en la actualidad, es decir, entre US$9.600 y US$77.000.
Incluso la mejor seda era hasta 26 veces más barata. Pero mientras los londinenses victorianos adulaban la tela, quienes la producían se veían empujados hacia la deuda y la ruina financiera.
Como explica el libro «Goods from the East, 1600-1800», la Compañía de las Indias Orientales comenzó a entrometerse en el delicado proceso de fabricación de la muselina de Dhaka a fines del siglo XVIII. Primero, la empresa reemplazó a los clientes habituales de la región por los del Imperio Británico. «Realmente instauraron un dominio absoluto sobre su producción y llegaron a controlar todo el comercio», dice Ashmore. Luego atacaron duramente a la industria, presionando a los tejedores para que produjeran mayores volúmenes de tela a precios más bajos.
«Necesitabas una habilidad tan especial para convertirlo (el Phuti karpas) en tela», dice Islam. «Es un proceso muy arduo y costoso y al final del día solo obtenías unos ocho gramos de muselina fina por un kilo de algodón». Mientras los tejedores luchaban por mantenerse al día con estas demandas, se endeudaron, explica Ashmore.
Se les pagaba por adelantado por la tela, cuya confección podía demorar hasta un año. Pero si se consideraba que la tela no estaba a la altura del estándar requerido, tenían que devolverlo todo. «Nunca pudieron mantenerse al día con estos pagos de deuda», detalla. El golpe final vino de la competencia.
Empresas coloniales como la Compañía de las Indias Orientales se habían dedicado a documentar las industrias en las que confiaban durante años y la muselina no era una excepción. Cada paso del proceso de fabricación de la tela se registró con meticuloso detalle.
A medida que aumentaba la sed europea de telas de lujo, surgió un incentivo para fabricar versiones más baratas más cerca de casa. En el condado de Lancashire, en el noroeste de Inglaterra, el magnate textil Samuel Oldknow combinó el conocimiento interno del Imperio británico con la tecnología más avanzada, la rueca, para suministrar a los londinenses grandes cantidades. En 1784, tenía 1.000 tejedores trabajando para él.
La muselina de fabricación británica no se acercó al nivel de la original de Dhaka, ya que estaba hecha con algodón ordinario y tejida con un número de hilos significativamente menor. La combinación de décadas de maltrato y una disminución repentina en la necesidad de textiles importados terminó de aniquilar la producción.
Cuando la guerra, la pobreza y los terremotos azotaron la región, algunos tejedores empezaron a fabricar telas de menor calidad, mientras que otros se convirtieron en agricultores a tiempo completo.
Al final, todo colapsó. «Creo que es importante recordar que en realidad era un negocio familiar. A menudo hablamos de los tejedores y de lo fantásticos que eran, pero detrás de su trabajo estaban las mujeres, haciendo el hilado», dice Hameeda Hossain, una activista de derechos humanos que escribió un libro sobre la industria de la muselina en Bengala.
«Así que la industria involucró a mucha gente», añade. A medida que pasaban las generaciones, el conocimiento de cómo hacer la muselina de Dhaka se olvidó. Y sin nadie que hilara sus sedosos hilos, la planta phuti karpas, que siempre fue difícil de domar (nadie pudo cultivarla lejos del río Meghna) desapareció.