Sorprendentes maneras en las que los animales silvestres se curan a sí mismos

Sorprendentes maneras en las que los animales silvestres se curan a sí mismos

  • Algo extraño ocurrió hace 35 años, cuando el primatólogo Mike Huffman estaba estudiando a un grupo de chimpancés en el oeste de Tanzania.

Chausiku, una de la hembras, dejó su cría con los otros, se subió a un árbol y se acostó en un nido que había hecho. «Es inusual que los chimpancés duerman durante el día», explica Huffman.
Pero luego vino lo extraordinario. Chausiku bajó del árbol, tomó a su infante, caminó lenta y dificultosamente, seguida por el grupo, hasta que se sentó frente a un arbusto. «Se llama mjonso», le informó a Huffman su asistente de investigación Mohamedi Seifu Kalunde, un reconocido experto tongú en la flora local quien fue entrenado por sus padres y abuelos en el arte de la medicina herbal. «Es una medicina muy poderosa e importante para nosotros».
Efectivamente, la que en español se llama vernonia amarga (Vernonia amygdalina), es usada por los tongúes para tratar la malaria, los parásitos intestinales, diarrea y malestar estomacal. Y muchos otros grupos de África tropical y Centroamérica -que la conocen con varios nombres pero generalmente como «hoja amarga»- también la utilizan para tratar dolencias como la fiebre palúdica, la esquistosomiasis, la disentería amebiana y otros parásitos intestinales y dolores del estómago.
Chausiku arrancó unas ramas, les quitó las hojas, que ingeridas en grandes cantidades pueden ser letales, y la corteza. Lo curioso -además de que no se trataba de una planta que estos primates normalmente consumían- fue que masticó la médula pero luego escupió las fibras. ¿Sería posible que la chimpancé lo estuviera haciendo no para alimentarse sino para sentirse mejor? En otras palabras, ¿la estaba usando deliberadamente como una medicina?
Al otro día
Chausiku se fue a dormir en su nido más temprano que de costumbre.Al día siguiente, Huffman y Kalunde notaron que seguía sintiéndose mal: necesitaba descansar a menudo, se movía con lentitud y comía poco.
De repente, unas 24 horas después de haber ingerido la amarga savia de mjonso, todo cambió. La chimpancé salió corriendo por el bosque hasta llegar a una pradera pantanosa donde devoró grandes cantidades de higos, médula de jengibre y hierba de elefante. Las observaciones que Huffman y Kalunde hicieron durante esos dos días de noviembre de 1987 se convirtieron en la primera evidencia documentada de un animal consumiendo una planta con propiedades medicinales y recuperándose. ¿Habían descubierto la medicina animal?
Profunda conexión
Si bien es cierto que esa fue la primera evidencia científica de automedicación en animales, Huffman subraya que no se trata de un descubrimiento sino de un «redescubrimiento» de algo que algunas culturas dejaron caer en el olvido. Pero no todas. Entre los tongúes, por ejemplo, esa profunda conexión con la naturaleza seguía viva. «Sabemos, por nuestra tradición, que cuando los animales se enferman, buscan plantas para mejorarse, así que nosotros usamos esas plantas para tratar nuestras dolencias también», le explicó Kalunde a Huffman.
El episodio con Chausiku tampoco fue la primera vez que los científicos observaban lo que parecía una automedicación en el reino animal. Más de una década antes, el primatólogo Richard Wrangham y sus colegas vieron que los chimpancés a menudo se tragaban hojas enteras sin masticarlas, y se preguntaron si lo hacían para curarse infecciones parasitarias. Llegaron incluso a acuñar el término zoofarmacognosia -del griego zoo («animal»), pharmacon («droga o medicina») y gnosy («conocimiento»)- para describir el comportamiento.
Pero no pudieron probar que esas hojas contuvieran compuestos químicos tóxicos para los parásitos, ni que los chimpancés hubieran estado enfermos en primer lugar o que se hubieran curado tras automedicarse, así que no lograron superar el escepticismo. Consciente de ello, Huffman se ocupó de que sus colegas bioquímicos analizaran la Vernonia amygdalina; encontraron más de una docena de nuevos compuestos con propiedades antiparasitarias.
Además, el primatólogo recolectó muestras fecales del grupo de Chausiku y comprobó que después de que masticaban la amarga planta, los huevos de parásitos en las heces disminuía hasta en un 90% en un día. Es más, observaciones subsecuentes mostraron que tendían a masticar más hoja amarga durante la temporada de lluvias, cuando los parásitos eran más abundantes.
«Ese fue el comienzo de este viaje en el que me embarqué hace 35 años o más», durante los cuales Huffman, profesor en la Universidad de Kyoto, en Japón, se convirtió en un destacado experto en automedicación animal. Chowsiku y su planta de hoja amarga fueron la clave para estudios posteriores, que mostraron que ese evento estaba lejos de ser único.