Decenas de candidatos

  • Buscan diversos cargos de representación popular

En San Luis Potosí podemos ver por aquí y por allá, decenas de candidatos y candidatas que buscan diversos cargos de representación popular. Pero la mayoría de ellos y ellas no tienen ética, ni perfil, ni ideas, y mucho menos, la intensión de velar por los intereses de los potosinos. Al contrario, sus objetivos son el bienestar de sí mismos y de sus grupos políticos.
La clase política en San Luis Potosí se repite y no deja de adoptar malas prácticas añejas, al seleccionar a aquellos y aquellas que servirán prioritariamente a los intereses del partido. Porque desde hace mucho tiempo en nuestro país, los partidos políticos se han configurado para producir sus propios recursos y no para promover ideas y acciones en beneficio de la nación. Sólo ven hacia sí mismos, y las elecciones siguen siendo su botín.
Quienes los conforman, se han convertido en expertos en deslizarse, aquí y allá, entre los puestos que ofrece el Honorable Congreso del Estado.
Y si no encuentran cabida entre sus curules, no importa, hay otros dignos refugios como las alcaldías.
Estudian minuciosamente los tiempos políticos y su calendario, y de esta forma, saber cuándo alejarse de los ciudadanos para poder disfrutar del poder y sus recursos, y cuándo acercarse a ellos para tocar nuevamente las campanas y seducir, una vez más, al electorado.
Siempre son los mismos y las mismas. Incluso, hay quienes se dan el lujo de heredar el poder a sus esposas, yernos, hijos o hijas… también a sus amantes, y de esa forma, buscar perpetuarse en el poder.
Sí, “el poder”, esa adictiva sensación que te da el ganar, aunque sin ningún merecimiento, y los transforma. Muchas veces lo buscan por sobre todas las cosas, incluidos los amigos.
Ellos y ellas suponen que están trascendiendo, y esas suposiciones los hace moverse como príncipes, princesas o monarcas. Cuando llegan a sus barrios, se sienten elegidos mientras caminan entre sus choferes, asistentes y asesores. Gracias a su pequeño séquito que mandan y les obedece, mezcla de suculentas sensaciones, se sienten realizados. De esa forma, el poder que les es otorgado, lo presumen de forma vacua, en tribuna, en los restaurantes y en las calles.
Algunos y algunas asumen que, cuando sus nombres preceden eso títulos rimbombantes: “diputado”, “senador”, “gobernador”, “presidente municipal”, “alcalde”, están más cerca de la divinidad.
El poder político en México sigue siendo una cofradía de unos cuantos, de élites especializadas en engañar al pueblo de que, por fin, harán algo por nosotros. Se presentan con entusiastas promesas, son prestidigitadores de lo imposible, y para colmo, son malos actores.
Uno de nuestros mayores castigos en época electoral es que, forzosamente y sin ningún remedio, los tenemos que ver, porque alguna vez así lo establecieron, en millones de “spots” de radio y televisión, y ahora en internet. Sería muy constructivo para la democracia, la posibilidad de poder evitarlos.
Sus rostros teatrales y de falsa preocupación por los problemas que nos carcomen, ya comienzan a aparecer en redes sociales y en televisión, y de esta forma, el inicio de un nuevo juego masoquista en el que ellos apuestan a convencernos de que ahora sí representan el cambio, mejorarán todo y seremos mejores.
Mientras tanto, nosotros les votaremos, sin más alternativas. Serán los mismos jugadores que vimos en la boleta hace tres, seis o quizá veinte años, a pesar de que ahora se presenten con nombres de partidos distintos. Una vez más les votaremos, sin saber qué han hecho por nosotros.
Las elecciones del 6 de junio, las más grandes de la historia de nuestro país, se pronostica que sean, nuevamente, sucias, perturbadoras, incendiarias y coléricas.
Veremos muchos candidatos y candidatas que juegan para ganar, pero no para gobernar. Ya aparecieron aquellos y aquellas, acusados de cometer delitos, corrupción, adulación, oportunismo. Máscaras sonrientes, listas para volver a defraudar.