EU, república bananera

El enfoque que parece haberse soslayado de la crisis poselectoral en los EE. UU. en modo de violencia en el Capitolio ha sido el desbordamiento de la capacidad de gestión del poder del presidente electo demócrata Joseph Biden y las conductas dictatoriales de la reina Nancy Pelosi quintándole al presidente actual en funciones varias de sus facultades legales y estratégicas.
Dos hechos fueron concurrentes:
De un lado, la facilidad con la que las masas desquiciadas entraron a la sede del poder legislativo y tomaron el control, ante la violencia irracional de la policía y su incapacidad para controlar insurrecciones. En algunos niveles de seguridad de los EE. UU. quedó la preocupación –que nunca se va aclarar– de que los invasores se hubieran robado algunos documentos secretos, porque tomaron la oficina de la reina Pelosi.
De otro, la decisión de la jefa de la mayoría demócrata en la Cámara de representantes –la mitad de los legisladores y la mitad del Congreso general– de dar por momentos un golpe de Estado al presidente Trump por sus acuerdos con las cuatro ramas militares –ejercito, marina, fuerza aérea y cuerpo de marines– para quitarle a Trump el botón nuclear que simboliza el poder imperial estadunidense. No se dijo, pero todo indicaría que ese botón estaría en manos del poder legislativo, un suceso digo de la pluma del novelista del poder Tom Clancy.
¿Qué ocurriría en los EE. UU. si, como en los tiempos delicados de la guerra fría, el mundo entrara en una confrontación nuclear, sin que los EE. UU. tuvieran el poder del botón para enfrentar –en los escenarios previsibles de entonces– algún ataque ruso, chino, norcoreano o iraní?
Los desánimos en modo berrinche de la reina Pelosi y sus varios intentos frustrados de derrocar a Trump han mostrado la debilidad del consenso interno en los EE. UU. para cumplir con sus funciones de polo dominante nuclear en la confrontación ideológica que, mal que bien, continúa debilitando el equilibrio mundial. Al comenzar el nuevo año de 2021, hace días, el líder chino Xi Jinping informó que las fuerzas armadas chinas –las segundas más poderosas y activas en el mundo– estaban en situación de alerta para cualquier movilización urgente.
Los desacuerdos electorales internos en los EE. UU. han mostrado la fragilidad del imperio. El factor esencial del poder estadunidense radicaba en el consenso interno hacia el papel imperial y en el entendimiento electoral. Si en verdad le quitaron o le quitarán el botón nuclear a Trump, en ese momento el mundo entenderá que el poder imperial de la Casa Blanca ya no funciona y que lo puede tener en sus manos la representante de la mitad del legislativo.
En el conflicto sobre el botón nuclear se percibió la pasmosa pasividad del presidente electo Biden, quien dijo que ese asunto era de Pelosi. Pero Joseph Biden se perfila ya como el presidente en funciones a partir del miércoles 20 de enero con su discurso de “ley y orden” y es la hora en que sigue escondido en el sótano de su casa en modo home office y sin capacidad ni fuerza para mostrar la fuerza de quien será el próximo presidente del país más poderoso del mundo.
Lo que deja esta crisis poselectoral es la fragilidad del consenso interno que requiere toda política de seguridad nacional dominante. La fuerza de Biden estará determinada por su débil papel en la crisis poselectoral y por el activismo de la reina Pelosi que se encuentra ya en rumbo de salida de su gestión política por el desgaste natural en su guerra contra Trump.
En la crisis poselectoral de este año los EE. UU. han mostrado su debilidad interna, su polarización social y la fragmentación ideológica en tres corrientes: los liberales, los conservadores y los puritanos, los tres ya sin factores de cohesión interna para ejercer el poder imperial de la seguridad nacional estadunidense como determinante del poder mundial.
Si la estructura de poder demócrata insiste en someter a juicio político al president Trump o puede encarcelarlo una vez que deje el poder por plazo legal, la fuerza moral, política e institucional del imperio quedará menguada y sin legitimidad mundial. Si Trump es enjuiciado, entonces cualquier país o fuerza política podría llevarlo al Tribunal de La Haya para juzgar no a Trump sino a la presidencia estadunidense de crímenes contra la humanidad.
El problema radica en el hecho de que loas acusaciones contra Trump podrían no estarán configurando delitos reales, porque en los EE. UU. tiene mucho valor el free speech o libertad de expresión que ahora permite, por mandato de la Corte Suprema, quemar banderas o no respetar símbolos. En su entrevista con el periodista inglés David Frost, el expresidente Nixon dijo que el presidente de los EE. UU. tiene inmunidad total, aún cuando cometa delitos.
En este contexto, Trump está desarticulando el discurso imperial, pero más por la reacción anímica personal de los demócratas a los que Trump les ganó la presidencia en el 2016 y que en el 2020 acumuló 47% del voto popular.

Zona Zero
De no ser por las actividades violentas del Cártel Jalisco Nueva Generación en su guerra contra otros grupos por territorios dominados, los cárteles se han alejado de la confrontación y la guerra. El problema de la inseguridad y la violencia se localiza en los delitos de fuero común de la delincuencia local y la incapacidad de las autoridades estatales y municipales para reorganizar sus fuerzas de seguridad.
Los problemas políticos en el relevo de gobernador en Guerrero podrían ser el campo fértil para la reorganización y reactivación de los grupos delictivos.
Hasta ahora solo Quintana Roo, Guanajuato y Michoacán son focos de violencia delictiva y criminal local. Además de los delitos comunes, el control de rutas y de venta y consumo de droga por agrupaciones subsidiarias de los cárteles estaría siendo el fermento de inestabilidad y violencia.

El autor es director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.

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