El hallazgo de la que puede ser la última reliquia de Tomás Becket (2da Parte)

De Hamel había estado familiarizado con los manuscritos de Becket desde la década de 1970, así que conocía un curioso hábito de los monjes de Canterbury de esa época: tomaban la descripción de cada libro del inventario y la copiaban en la primera o última página del libro en sí. La hoja delantera del salterio que tenían en frente De Hamel y Poleg hacía mucho que se había perdido.
Pero la nota isabelina parecía ser una versión de ella, a juzgar por la frase final: «como está registrado en la inscripción antigua». ¿Quizás en el siglo XVI ya era difícil de leer, o la página estaba suelta?
Eso explicaría por qué alguien lo copió en una página diferente. Si bien la coincidencia entre la nota en el inventario de 1321 de reliquias de la catedral y la nota en el salterio fue emocionante, la redacción de la nota también contenía un rompecabezas.
El libro fue «una vez el de N, arzobispo de Canterbury [y] finalmente llegó a manos de Thomas Becket», dice.
¿Quién era N?
Solo hay un arzobispo anterior cuyo nombre comienza con N – Nothelm, de principios del siglo VIII. Y no hay forma, dice De Hamel, de que ese manuscrito datara de ese período. A juzgar por su estilo, se cree que fue escrito en Canterbury alrededor del año 1000. Pero a De Hamel se le ocurrió que quizás el isabelino que anotó el salterio había confundido el Æ medieval, una combinación de A y E, con una N. A veces pueden parecer similares, señala.
Da la casualidad de que los dos primeros arzobispos del siglo XI tienen nombres que comienzan con Æ – Aelfric y Aelfheah (comúnmente conocido como San Alphege)- y De Hamel sostiene que el salterio perteneció primero a uno y luego al otro. Hay pistas que apuntan hacia esta conclusión, dice, incluidas dos curiosas adiciones al texto.
Una es una letanía de santos añadidos al final del libro, aproximadamente al mismo tiempo que se hizo el resto del libro, en el que los nombres de dos santos menores, Vincent y Eustaquio, aparecen en mayúsculas. Previamente se pensaba que eso indicaba una conexión entre el salterio y la abadía de Abingdon, en el río Támesis al sur de Oxford, que contenía importantes reliquias de ambos santos.
De Hamel ahora señala que se debe a que el libro pertenecía a Aelfric, quien fue monje en Abingdon, y posiblemente abad, antes de convertirse en arzobispo en 995. La segunda adición consiste en textos religiosos para ser leídos en memoria de Alphege, arzobispo de 1006 a 1012, cuando fue asesinado a golpes por los daneses en Greenwich.
La explicación más simple para esto, sostiene De Hamel, es que el salterio perteneció a Alphege y se asoció con su culto después de que fue canonizado en 1078. Se registra que Alphege recitaba con alegría los salmos mientras estaba en cautiverio danés. ¿Será -se pregunta De Hamel- que sostenía este libro cuando fue martirizado? Así que ahora hay dos candidatos para la N mencionada en la inscripción: Aelfric y Alphege.
Alphege parece haber sido particularmente importante para Becket, quien «de cierta manera adoptó a Alphege como un santo patrón», dice De Hamel. El sermón de Becket en la catedral de Canterbury el día de Navidad de 1170, pocos días antes de ser asesinado, fue sobre la muerte de San Alphege.
Y según dos relatos contemporáneos de la muerte del arzobispo, uno de un testigo ocular, sus últimas palabras fueron para encomendar su alma al cuidado de San Alphege.
El que le importaba
Cuando De Hamel contó esta historia en una conferencia ante la Sociedad de Anticuarios de Londres en 2017, Anne Duggan estaba entre la audiencia y le hizo una pregunta sobre el «librito» que por tanto tiempo la había intrigado. En su biografía de Becket escrita en el siglo XII, Herbert de Bosham dice que el arzobispo le dijo «que se ocupara de un libro suyo en particular, no sea que cuando otros se enteraran de su huida, lo destruyeran en el saqueo».
Añade que, aunque Becket era «indiferente a las posesiones» -en realidad era conocido por su extravagancia-, «había al menos un librito que le importaba». Ese ‘librito’ podría haber sido el salterio, señaló Duggan. En el video de la conferencia se puede ver a De Hamel escuchando con los ojos muy abiertos y la boca abierta.
¿Será cierto?
Basándose en su profundo conocimiento de los manuscritos medievales, la historia de De Hamel es apasionante, extrapolada de pequeñas pistas. ¿Pero es cierta? «Yo no estuve ahí cuando murió Becket», le dice a la BBC, «y toda la narrativa construida aquí [en el libro] es como una historia de detectives basada en múltiples elementos de evidencia, que convergen en la misma y más simple conclusión. Son ustedes, señores del jurado, quienes deben decidir si están convencidos».
Él personalmente está seguro de que este es el salterio que figura en el inventario de objetos de valor de 1321 de Canterbury y de que los monjes lo aceptaron como si fuera de Becket. Ni una pizca de evidencia lo ha llevado a dudar de que tuvieran razón, dice.
La idea de que pertenecía a Aelfric y Alphege es una suposición, pero «abrumadoramente probable», agrega, y es aún más probable que Becket pensara que era de Alphege.
«Es una hipótesis fascinante» es el veredicto de la sucesora de De Hamel como bibliotecaria de Parker en el Corpus Christi College, la doctora Philippa Hoskin.