El mundo fantásico del presidente

AMLO envía ente 57 mil o 67 mil twits al día para tratar de convencer a la población de lo que dice por la mañana en su conferencia de prensa “mañanera”.
Durante estas conferencias de prensa el presidente de la República hace declaraciones en algunas ocasiones claramente fantasiosas, como lo dicho el 16 de enero, al prometer que el sistema de salud mexicano funcionaría con normalidad a finales de este año y sería como el de Dinamarca, Canadá y el Reino Unido, esa declaración dejó sin palabras hay quienes se encontraban allí reunidos.
En ese momento, en el mes de enero la pandemia del coronavirus ya había comenzado, y en Wuhan se preparaban para confinar a 11 millones de personas.
Pero el presidente seguramente ni cuenta se daba de lo que pasaba; él estaba en la construcción de un palacio de aire. Es oportuno aclarar que en México el caos en el sistema de salud no comenzó con el Covid, sino con el desabasto de medicinas, que para cuando hizo esa memorable declaración, ya morían niños con cáncer y enfermos de sida por falta de medicamentos.
López obrador, nunca ha tenido empatía con enfermos y muertos. Recortó presupuesto al sector Salud y en ese momento no existía asignación para comprar la vacuna contra el coronavirus.
Andrés Manuel López obrador no es un estadista, el presidente no es reconocido por su pensamiento innovador y estratégico, sino por sus frases y promesas, tan jocosas como trágicas, así como por sus improvisaciones.
Todas las mañanas, desde su atril de Palacio Nacional, cuenta cuentos. Son historias de lucha entre buenos y malos, de fieles e infieles, de transformadores y traidores. Desde ese patíbulo juega con las mentes de los mexicanos, apoyado por una legión de cibernautas que conforman su ejército digital. Para apoyar que se trasladen sus dichos del mundo virtual al real.
A López Obrador no se le recordará como un estadista. Ni es, ni lo será, porque carece de una visión de Estado. Hablaremos de él en el futuro como una persona que alardeó de lo que era y no era, muy folclórico, con una pedagogía, como define sus sermones, que serían motivo de carcajada de no ser que ha dañado al país con un retroceso en todos los rubros, y roza los linderos de negligencia criminal.
Se puede oír fuerte, pero ¿cómo entender cuando alega que su escudo contra el coronavirus es la honestidad y su antídoto la fuerza moral? ¿Cuántos muertos causó esa declaración? No lo sabemos, pero probablemente estamos pagando la baladronada que se había domado la pandemia.
Esos lances son normales en él. El 2 de abril de 2019, cuando la Secretaría de Hacienda ajustó la estimación de crecimiento, acusó al secretario de conservador y de hacerle el juego al Banco de México. Además, apostó literalmente a que el año pasado se crecería al 2 por ciento.
En noviembre, aseguró que la transformación del país estaría lista a partir de este diciembre, pero lleva una semana llorando que la pandemia –que no causó–, la crisis económica –que sí provocó–, y la crítica en los medios –a los que siempre se refiere como irrelevantes–, le han estorbado en sus planes.
Un líder tiene que administrar las expectativas del pueblo para hacer cosas no tan complejas, y darse tiempo a realizar los cambios profundos. Este gran abanico de transformaciones lo dibujó el 1 de diciembre de 2018 en el Zócalo, cuando enumeró 100 compromisos para iniciar “una modernidad forjada desde abajo y para todos”. Dos años después, arrastra un déficit y una corrección de compromisos que no ha explicado los porqués.
Ha realizado propuestas que podría decirse que son taquilleras, como la consulta popular contra expresidentes y la creación de una imagen franciscana mediante la cancelación de gastos presidenciales, que cumplió. Otros que tienen que ver con el crecimiento de una nación, como la promoción de la investigación científica y tecnológica, ni siquiera han comenzado. Algunos, como tener un “auténtico Estado de Derecho”, no sólo no arrancó, sino que va en retroceso.
Ofertas de campaña que se volvieron compromisos, como vender el avión presidencial, sigue en ese proceso pese a que en varias ocasiones planteó como inminente su venta. Ir en contra de la “riqueza mal habida”, tras 739 días, aún no comienza.