Jorge Castañeda: la izquierda en brazos de la derecha

Puede decirse que el radicalismo puritano y agresivo de Donald Trump empujó a la izquierda intelectual mexicana a los brazos de la derecha neoconservadora republicana-demócrata, pero también hay que tener claro que esos personajes de la cultura política no necesitaban impulsos a su propia dinámica de desánimo ideológico.
El problema ha estado en la pérdida del referente socialista y el rubor de rescatar el viejo socialismo teórico que desprestigió la Unión Soviética. Pero también asistimos a una izquierda intelectual perezosa que no quiere reflexionar el mundo de las ideas y se conforma con lo que tienen enfrente. Por eso intelectuales mexicanos de posiciones de izquierda no sólo apoyaron de manera acrítica al demócrata Joe Biden, sino que eludieron un análisis estratégico de la posición de Biden en la disputa ideológica en los EE. UU.
El académico y excanciller mexicano Jorge G. Castañeda publicó el pasado 23 de noviembre un artículo en el The New York Times para celebrar la victoria de Biden en las elecciones de veinte días antes. Pero el problema radicó en el hecho de que no se trató del análisis de un experto en el tema bilateral, en la geopolítica y en las posiciones de la izquierda intelectual, sino que representó una postración deprimente a un juego político-ideológico estadunidense que los intelectuales debieran de alertar sobre sus alcances.
Ahora resulta que Biden “puede inspirar a Latinoamérica”, escribió el analista que tuvo un origen en el Partido Comunista Mexicano y transitó hasta la posición de ministro de Relaciones Exteriores del gobierno conservador del panista de Vicente Fox (2001-2003). Educado en Cuba, militante del comunismo ideológico, progresista, aunque cincelado como académico en los centros de educación superior de los EE. UU., Castañeda había mantenido un enfoque crítico hacia el imperio. Ya no. Y no es un caso especial: es la tendencia de muchos intelectuales progresistas mexicanos que hubieron de optar por Biden como voto de repudio a Trump, pero sin profundizar el enfoque crítico sobre el conservadurismo imperial del demócrata. Fueron los casos de Héctor Aguilar Camín, León Krauze, Jesús Silva-Herzog Márquez, entre otros.
La política no es tan excluyente como para optar por el maniqueísmo. La tarea del intelectual crítico debe profundizar en realidad el enfoque disidente sobre la realidad, aún del espacio complaciente. El concepto de inspiración en un candidato a la presidencia del imperio debiera causar resquemores en su uso, y más conociendo la trayectoria gris y de segundo nivel de Biden y sobre todo su papel como vicepresidente de ese imperio durante ocho años en los que falló a todos los compromisos sociales porque la prioridad de Obama –como se lee en sus memorias, tomo I– no fue responder a las expectativas sociales de los afroamericanos, migrantes y pobres, sino salvar el capitalismo como primer presidente afroamericano de los blancos. El texto de Castañeda pudo haber sido firmado por cualquier profesor estadunidense de ciencia política conductista. La clase política gobernante de los EE. UU. y su correspondiente posicionamiento en el establishment de los grupos de interés de capitalismo sofisticado –basta leer a Wright Mills y a Leonard Silk en sus descubrimientos sobre los grupos de poder– es lo suficientemente conocido como para aplicarles el enfoque intelectual de las expectativas morales.
Escribe Castañeda que “Biden inspira a América Latina porque defiende los valores que Estados Unidos debería representar: los derechos humanos, la democracia, la lucha contra la corrupción„ la voluntad de mitigar el cambio climático”. Sólo que la realidad es otra: los EE. UU. son constantes violadores de derechos humanos al interior –ahí está el movimiento Black Lives Matter contra la brutalidad policiaca de gobiernos locales demócratas, ante la pasividad de la mayoría en la cámara de representantes porque la actuación brutal de la policía es control social, no lucha contra la delincuencia– o los abusos en las guerras de ocupación en Vietnam e Irak –de My Lai a Abu Ghraib–; y la democracia está en veremos porque es una democracia representativa… de grupos de poder y de interés, pues se ha estudiado que el 50% de las leyes responden a esos grupos y 1% a los intereses del pueblo.
El concepto de inspiración es –debiera ser– colonial, de –diría un clásico– de “servidumbre voluntaria”. Los EE. UU. nunca han inspirado a Iberoamérica, salvo en la posibilidad frustrada de tener su riqueza y su nivel de vida, sin entender que el capitalismo dentro de los EE. UU. es rapaz, excluyente, inmisericorde, competitivo hasta la destrucción del otro, basado en la desigual distribución de la riqueza.
Castañeda supone que Biden tiene el objetivo de “reconstruir un Estado de bienestar”, pero no se puede reconstruir lo que nunca se construyó: en los EE. UU. nunca ha existido un Estado de bienestar, no hay salud pública, la educación es cara y la logran muchos estudiantes con créditos bancarios que los esclavizan o los llevan a la destrucción de expectativas propias. Biden engañó al “socialista” Bernie Sanders para obtener su apoyo y ya le mandó decir que no le dará el Departamento del Trabajo que deseaba, además de marcar distancia con el bloque de legisladoras de izquierda proárabe.
La función de los intelectuales no es apoyar ni declarar la inspiración de políticos de poder en un imperio descarnado, sino criticar, revelar contradicciones, mostrar realidades y engaños. Pero Castañeda y otros, con el pretexto de Trump, ya se han pasado al lado de la derecha estadunidense neoconservadora. En una paráfrasis del irónico Carlos Monsiváis podemos decir que Castañeda es miembro de la primera generación de politólogos estadunidenses nacidos en México. O en el caso del excanciller mexicano, pasó de la condición de “hereje” comunista a la de “renegado” anticomunista, en la caracterización de Isaac Deutscher, como muchos arrepentidos de sí mismos.

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