Desafío de Biden en México: Construir doctrina de Seguridad nacional

El asiento mexicano en el Consejo de Seguridad de la ONU, el regreso de la doctrina imperial de seguridad nacional con el gobierno de Joe Biden y la restauración de la agenda de globalización e interdependencia está constituyendo un desafío a la política exterior de México. Y si bien la política exterior es una continuación de la política interior, las relaciones internacionales se basan, hoy más que nunca, de la geopolítica de la seguridad nacional.
Por presión del cambio de élite en la presidencia con el gobierno panista de Vicente Fox y por su relación con una comunidad de intelectuales especializados en relaciones con los EE. UU., México pudo promulgar en enero de 2005 la Ley de Seguridad Nacional. El documento fue un gran avance para asumir la seguridad nacional como una función política de un Estado democrático, y no como una práctica represiva de la disidencia ideológica de los tiempos del régimen priísta.
La doctrina de seguridad nacional se basó, de acuerdo con la ley, en la consolidación de un régimen interno democrático, la defensa del Estado ante amenazas externas y la protección de la soberanía nacional. Es decir, de principios internos ante posibles, aunque lejanas agresiones externas y la imposibilidad práctica de alguna invasión de ejército extranjero. Los debates previos al documento final apenas dibujaron la necesidad de una seguridad nacional geopolítica, sobre todo ante el hecho de que la seguridad nacional de los EE. UU. es agresiva en el exterior para defender no sólo sus intereses nacionales, sino el modo de producción capitalista de mercado.
Durante años, sobre todo en los gobiernos de Nixon (1969-1974) y Reagan (1981-1989) México fue víctima de agresiones diplomáticas, policiacas y de gobierno con los pretextos de la seguridad nacional estadunidense. Hoy vale recordar que la CIA, el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca y el Departamento de Estado autorizaron operativos de agresión política, diplomática y legislativa contra México, bajo el pretexto de su seguridad nacional en peligro. El dato fue corroborado entonces por el jefe del Comando Sur de los EE. UU., general Paul Gorman, cuando afirmó, en el escenario de la crisis de relaciones por el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar, que “México es el problema de seguridad nacional numero uno de los EE. UU.”.
La doctrina Estrada del aislamiento diplomático se extendió a los espacios de la seguridad nacional. Para México, la doctrina de la vecindad se transformó en asunto de seguridad nacional de la Casa Blanca con las redefiniciones y potencializaciones de las formas imperiales con Nixon y sobre todo Henry Kissinger como asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca y luego secretario de Estado. Y esas nuevas definiciones se dieron en el escenario de la radicalización ideológica de países latinoamericanos que invadieron los intereses de las propiedades estadunidense. En este sentido, la nueva relación de seguridad nacional de la Casa Blanca con América Latina, del Río Bravo a la Patagonia, se fijó en Chile 1973, con el derrocamiento militar del presidente socialista Salvador Allende con el patrocinio de los EE. UU.
Reagan fue el siguiente presidente que vio a América Latina como campo de batalla de la guerra fría y por ello su guerra ilegal y clandestina contra los sandinistas nicaragüenses. El vicepresidente de Reagan y luego presidente por un periodo (1989-1993), George Bush Sr., fue director de la CIA en 1976, durante la presidencia del republicano Gerald Ford, el presidente sustituto a la renuncia de Nixon por el escándalo Watergate.
De Clinton a Obama fue México una pieza menor en el tablero estratégico, pero sometida a controles por la doctrina de seguridad nacional estratégica e ideológica de la Casa Blanca. Trump careció de una relación especial y sólo exigió a México atender el narcotráfico, revisar el Tratado para que la economía estadunidense recuperara privilegios y contener migrantes centroamericanos. Trump le apostó al repliegue estratégico estadounidense, aprovechando que el clima de seguridad internacional había amainado por la disminución del poder de Rusia y el interés de China sólo en inversiones y comercio.
El regreso de la doctrina estratégica de seguridad nacional con Biden va a reconstruir las tensiones imperiales. Y México ya no solo debe resistir, sino que debe construir su propio escudo de seguridad nacional estratégica y geopolítica. Y lo debe hacer con un equipo especializado en relaciones internacionales. El aislamiento en la política interior no será ni escudo ni resistencia a los afanes imperiales de la seguridad nacional invasiva estadunidense.

Zona Zero

• Los temas centrales de la relación estratégica de seguridad nacional de Biden con México estarán en el crimen organizado, en el terrorismo y la migración. Además, se prevén efectos del regreso a la Casa Blanca de la geopolítica a la ofensiva por el replanteamiento de alianzas. Los EE. UU. van a tratar de detener la influencia creciente de China, Rusia e Irán en Iberoamérica y de ir acotando el regreso de populismos de masas que tienen mucho de socialismo doctrinario y de tono antiestadunidense.
• No debe perderse de vista que Trump puso en operación la Estrategia de Combate al Crimen Organizado Transnacional que firmó el presidente Obama en 2011 para autorizar al gobierno estadunidense a ir a los países sede de los cárteles si los gobiernos son complacientes o aliados de los grupos criminales que controlan el mercado al menudeo de droga en más de tres mil ciudades estadunidenses. Los estrategas de seguridad de los EE. UU. han corrido la versión de la posibilidad de alianzas estratégicas de los cárteles con grupos terroristas radicales árabes.

El autor es director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.

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