La narradora portuguesa, quien recibirá hoy el Premio FIL de Literatura 2020, habla sobre el camino de su escritura y su preferencia por la novela.
La literatura muestra qué alimenta la vida y qué la destruye, se traduce en un depósito de la experiencia humana”, afirma la escritora Lídia Jorge (1946). “Los libros ponen en escena la batalla de los hombres y reproducen éxitos y fracasos, promueve una invitación permanente a dejarnos para ponernos al lado de los demás, a través de un ejercicio espontáneo de la alteridad”.
Por esta razón, agrega en entrevista con un Diario de circulación nacional, decidió ejercer esta disciplina que ocupa en su vida “una centralidad obsesiva”. Concibe a la literatura como “la continuidad en relación con una antigua herencia de transfiguración de la realidad que nos salva del destino, y por eso es un contra destino; y es superador, porque significa una propuesta de belleza que exalta los más altos valores de la vida humana. Es la más densa, la más íntima y la más formativa, porque tiene como materia prima la sustancia misma del pensamiento, que es el lenguaje”.
La novelista, cuentista, dramaturga y poeta, nacida en Boliqueime, municipio de Loulé, en una familia dedicada a la agricultura, recibirá hoy a las 11:00 horas, de manera virtual, el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2020, el máximo galardón que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, dotado con 150 mil dólares, y será presentada por Anna Caballé. Con su discurso de recepción se inaugurará el encuentro librero.
Jorge explica que, para la confección de su obra, parte de distintos “pisos” que involucran a la historia y a la persona. “El piso de mi infancia, que era un mundo rural muy duro; el piso vacío por la diáspora forzada por la dictadura, el de la África de la guerra colonial, el de la Revolución de 1974 y el esfuerzo de todo un país para aprender a ser democrático e integrarse en la Unión Europea”.
Pero hay otros motivos que mueven sus textos, añade, “el de la intimidad solitaria que exige compañía, el de la injusticia entre hermanos, el de la duda sobre el sentido de nuestra existencia”.
La egresada de Filología Románica por la Universidad de Lisboa confiesa que su país ocupa un lugar especial en su propuesta literaria. “Hace unos años me pidieron que escribiera un libro sobre el futuro de Portugal, al que llamé Contrato sentimental (2009). El contrato sentimental es el vínculo que me une a esta vieja nación de ocho siglos.
Curiosamente, para comenzar este ensayo elegí el poema Alta traición, de su finado poeta José Emilio Pacheco. El sentimiento personal que aparece en ese breve poema corresponde a mi sentimiento. En abstracto, no amo a mi país, pero daría mi vida por algunas de sus realidades concretas, ríos, montañas, ciudades, algunas personas”, indica.
La autora de 12 novelas y seis libros de cuentos admite que de Portugal no le gusta “la improvisación, el aplazamiento, la timidez, la inercia, la incapacidad de una gestión ágil, la dependencia de cada ciudadano de las estructuras estatales. Pero me encanta la dulzura de la gente, su delicadeza, la compasión entre vecinos, la generosidad colectiva y nuestra emoción contenida. Me agradan nuestros bailes populares, las canciones, el arte lírico y nuestra literatura sofisticada, el lenguaje sonoro ondulado, tan cercano al mundo líquido, al mar”.
LA NOVELA, UNA CATEDRAL
De los géneros que ha explorado, Lídia Jorge se siente más cómoda con la novela. “Me gusta comenzar la narración con una escena atractiva que me parece enigmática, con voces en contrapunto, como en un escenario; y aclararlas poco a poco, escena tras escena, hasta que creo un plano y descubro un significado. Es un buen paseo en la oscuridad.
Quizás por eso, lo que más disfruto de escribir una novela es empezarla, que pasa casi sin esperar, y luego terminarla, lo que también suele suceder de forma atractiva. Cerrar la última página de una narración es un momento maravilloso, es como presenciar el descubrimiento de un gran mundo en miniatura”, señala.
Y considera que “el cuento, la poesía y el teatro son experiencias estimulantes; pero caminan por este formato ancho y alto, un edificio de piedra. Cada novela, en cambio, incluso cuando no tiene éxito, es siempre el intento de crear una catedral”.
Quien fue profesora en Angola (1968-1970) y Mozambique (1970-1974) y publicó su primera novela en 1980, O Dia dos Prodígios, admite que disfruta escribiendo literatura infantil, de la que tiene tres títulos.
Para los niños quiero contar historias con suspenso, que se estremezcan de miedo cuando a sus pequeños héroes les va mal; pero luego, en el desenlace, la vida está en armonía. Un gorrión cojo, un gato que desaparece en los techos, un burro que está a punto de ser enviado como comida para los leones del zoológico; pero todos vuelven con sus amigos. Es maravilloso jugar con niños así”, apunta.
La autora de La costa de los murmullos y El fugitivo que dibujaba pájaros, trabaja en la novela Misericórdia, de la cual no quiere adelantar nada.
En los campos del sur de Portugal se dice que no se puede ir a los nidos a mirar los huevos de las aves porque los padres los abandonan, una vez tocados. Esto puede suceder con los libros que están en construcción. Por eso los quiero escondidos entre el follaje. Al final, se verá”, comenta.