Se acabó para los Celtics una temporada radicalmente distinta a la anterior. Una que tuvo un inicio esperanzador, un desarrollo más que correcto y un final agridulce que no empaña (o no debería) todas las cosas positivas que se pueden sacar. La mejor de todas, que las negativas tienen solución, algo que muchas veces preocupa y que no se da en otros proyectos ya tornados en fallidos como los Rockets. O que necesitan un margen de pensamiento mayor que el de Anteto y sus Bucks.
No, lo bueno de los Celtics es que sus errores tienen solución y sus virtudes aún no han alcanzado su techo. Que han regresado a las finales del Este, sus terceras en cuatro años, y se han despedido con sentimientos encontrados, casi malos, todos esos que provienen de esa derrota amarga que muchos experimentan pero no todos asumen.
Con la cabeza fría, el equipo que dirige Brad Stevens podrá hacer introspección y diagnóstico y ver qué ha hecho bien y qué mal. Y, seguramente, no se vayan a casa con la sensación del buen trabajo realizado, esa que sí se pueden llevar unos Nuggets que han hecho historia.
Al fin y al cabo, los Celtics ya saben lo que es perder en esta ronda, e incluso han llegado a estar más cerca. Pero eso no quita, ojo, que su temporada haya sido enormemente positiva en muchos aspectos y que el futuro este lleno de promesas de cambio y alguna prisa impaciente, siempre propia de la franquicia más ganadora de la historia, un honor que puede ser compartido si los Lakers consiguen este año el decimoséptimo anillo de su historia.